Cine: «Bestias del sur salvaje», de Benh Zeitlin

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«Los compases iniciales te agradan la vista y el oído del más esteta, pero harían salir por piernas tanto al incondicional de Barón Rojo como a cualquier cabronazo de la Consejería de Medio Ambiente»

«Bestias del sur salvaje»
(Beasts of the southern wild, Benh Zeitlin, 2012)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

“El centro mundial del amor a los cerdos se localiza en Nueva Guinea y en las islas Melanesias del Sur del Pacífico. Para las tribus horticultoras de esta región que residen en aldeas, los cerdos son animales sagrados que se sacrifican a los antepasados y se comen en ocasiones importantes, como bodas y funerales. En muchas tribus se deben sacrificar cerdos para declarar la guerra y hacer la paz. La gente de la tribu cree que sus antepasados difuntos ansían la carne de cerdo. El  hambre de carne de cerdo es tan irresistible entre los vivos y los muertos que de vez en cuando se organizan festines grandiosos y se comen casi todos los cerdos de la tribu de una sola vez. Durante varios días seguidos, los aldeanos y sus huéspedes engullen grandes cantidades de carne de cerdo, vomitando lo que no pueden digerir para volver a ingerir más. Cuando todo ha finalizado, la piara de cerdos ha quedado tan mermada que se necesitan años de rigurosa frugalidad para recomponerla. Tan pronto como se ha logrado esto se realizan los preparativos para una nueva y pantagruélica orgía. Y así vuelve a comenzar el extraño ciclo causado por la aparente mala administración.”
“Vacas, cerdos, guerras y brujas”, Marvin Harris.

Conocida es la generalizada y sabrosa veneración que sentimos los carpetovetónicos de todo signo por el cerdo ibérico. Esta atracción se explica por el numantino estómago al que se entrega una raza de omnívoros con pocos tabúes a la hora de frenar el apetito, sin distinguir –hasta finales del siglo XX– un jarrete de tejón de un jamón de bellota.

“Bestias del sur salvaje” se apropia de los significados que parten de la relación atávica mantenida con un animal tan incomprendido por musulmanes, judíos y vegetarianos, levantando un metafórico puente que resucita el simbolismo del reino animal, soportando con firmeza un discurso medioambiental que se querella con la insensata gestión de los recursos naturales.

Los compases iniciales de “Bestias del sur salvaje” agradan la vista y el oído del más esteta, pero harían salir por piernas tanto al incondicional de Barón Rojo como a cualquier cabronazo de la Consejería de Medio Ambiente, alarmados por el inmoderado “buenrollismo” que entronca con la panceta musical de Karen O. Afortunadamente, este despunte se queda en un efímero entusiasmo que bizquea al público con una alta condensación de tópicos, dirigidos a enganchar demasiado aprisa.

A pesar de comenzar con una pirotecnia a la medida del bestiario “pitchfork” que habita “Sundance”, el profético alegato con el que nos obsequia el director novel Benh Zeitlin se zafa dignamente de cualquier intento de representar un hueco pregón ecológico. La explosiva inauguración de la cinta opta por la pérdida de verosimilitud en virtud de la construcción del tema central: un reducido grupo de personajes resisten en las aristas de la civilización a ser colonizados, impávidos ante una tormenta que paraboliza muchas afecciones.

La miseria humana reducida al manierista trazo de Robert Crumb, a una intensa caracterización del lado más excéntrico de seres que se aferran al hogar como un cangrejo ermitaño a su concha. El retrato prosigue con su inserción en el medio. El espacio se convierte en el protagonista principal. Su capacidad de significación acaba definiendo el estilo final de la cinta; en su filmación Benh Zeitlin se inclina por una cámara al hombro que proyecta la inestabilidad de un mundo visto desde un centro de gravedad cercano al barro. Así se construye un punto de vista que compartimos con «Hushpuppy» (Quvenzhané Wallis), personaje que atomiza la materia prima de la que estamos hechos, porque víctimas de nuestra condición depredadora, adaptables al entorno que nosotros mismos modificamos. “Bestias del sur salvaje” flota sobre la poética de la cultura kamikaze, desapegándose del progreso, retando al sistema mediante una autosuficiencia suicida que tiene lugar en un medio perecedero, o que más bien se vuelve en nuestra contra.  

La alta densidad de metáforas nos hará dar tantas vueltas en la cama como si nos hubiéramos comido una pizza familiar de cabrales y chorizo de Cantimpalos. A saber: las chalupas recicladas con las que se mueven los “balseros”; el arca de Noé a la que suben borrachos y niños; el deshielo de los polos que desencadena el apocalipsis; la doble dimensión del significado del agua, dadora y usurpadora de vida; la prostitución de la madre naturaleza… “¿Mamá? ¿Eres tú? He roto algo.” Admite Hushpuppy.

Anterior entrega de cine: “Django desencadenado”, de Quentin Tarantino.

 

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