“Rodada casi a la manera del teatro filmado televisivo, con unos decorados y una iluminación deliberadamente artificiales que crean una extraña sensación de ensimismamiento, en “Amar, beber y cantar” sobrevuela en todo momento la presencia de un fantasma”
“Amar, beber y cantar” (“Aimer, boire et chanter”)
Alain Resnais, 2014
Texto: HÉCTOR GÓMEZ.
No deja de ser injusto que una película como “Amar, beber y cantar” (“Aimer, boire et chanter”) llegue a nuestros cines más de año y medio después de la muerte de su director, Alain Resnais, y lo haga tan silenciosamente como trascendió la noticia de su fallecimiento en París el pasado 1 de marzo de 2014. Creador de dos obras maestras en su época más temprana como son “Hiroshima mon amour” (1959) y “El año pasado en Marienbad” (“L’Année dernière à Marienbad”, 1961), el interés del gran público por la obra de Resnais ha ido declinando con el tiempo, con algunas excepciones como los extraordinarios hallazgos de “Mi tío de América” (“Mon oncle d’Amérique”, 1980) o “Las malas hierbas” (“Les herbes folles”, 2009), con la que el director francés volvía a recibir en Cannes el reconocimiento que tanto merecía.
En “Amar, beber y cantar”, Resnais adapta por tercera vez un texto (“Life of Riley”, 2010) del dramaturgo británico Alan Ayckbourn para crear una película decididamente personal, atrevida y arriesgada. Junto con su trabajo anterior, “Vous n’avez encore rien vu” (2012), los dos filmes suponen una especie de díptico sobre el mundo del teatro (tema recurrente en el tramo final de la carrera de Resnais), que el realizador aprovecha para reflexionar sobre sus temas de siempre: la memoria, el amor y la muerte. Si en “Vous n’avez encore rien vu” un escritor teatral fallecido reunía a todos los actores que habían interpretado su “Eurídice”, en esta ocasión el protagonista vuelve a ser un personaje invisible. George Riley tiene una enfermedad terminal y pocos meses de vida por delante, por lo que su sombra planea y altera la vida de seis personajes (interpretados por los actores habituales en Resnais, como Sabine Azéma, André Dussollier, Hippolyte Girardot, Michel Vuillermoz) que están ensayando para una obra de teatro. El personaje de Riley, al que no veremos en todo el metraje, remueve situaciones del pasado que parecían enterradas bajo la aparente comodidad del matrimonio burgués, al que Resnais disfruta poniendo en cuestión con un atrevimiento visual sorprendente en un director de más de noventa años.
Rodada casi a la manera del teatro filmado televisivo, con unos decorados y una iluminación deliberadamente artificiales que crean una extraña sensación de ensimismamiento, en “Amar, beber y cantar” sobrevuela en todo momento la presencia de un fantasma. Un fantasma que es el de George Riley pero que perfectamente podría ser el del propio Alain Resnais, que desde el más allá nos invita a saborear esta pequeña pieza que sirve como corolario a una obra injustamente olvidada y que siempre se ha mantenido fiel a la innovación y al riesgo como principal seña de identidad.
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Anterior crítica de cine: “Señor Manglehorn”, de David Gordon Green.