Cine: «Almanya: Bienvenido a Alemania», de Yasemin Samdereli

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«Yasemin Samdereli, responsable de esta accesible comedia, ha sabido como viejo lobo de mar dirigir un producto que se adapta al panorama cinematográfico actual como anillo al dedo»

«Almanya: Bienvenido a Alemania»
(«Almanya – Willkommen in Deutschland». Yasemin Samdereli, 2011)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 
Pocos ignoramos lo que es copiar y pegar («copy & past»). Por si tenemos algún despistado entre nosotros, o directamente, a quien se la traiga floja semejantes conceptos postmediales, reproducimos fielmente parte de los versículos con los que Wikipedia describe estas operaciones, y así me evito el sofocón de explicarlo con mis propias palabras: “En el uso cotidiano de los ordenadores personales, el copiar y pegar (junto a la acción de cortar) son el paradigma en cuanto a la transferencia de texto, datos, archivos u objetos desde un lugar de origen a uno de destino. El uso más aceptado y generalizado de estos comandos se da en los entornos de los editores de texto siendo una herramienta fundamental para componer o reorganizar todo tipo de escritos.»

Entre estas aclaraciones, la conjunción de comandos más celebérrima implica también acepciones estrechamente vinculadas a los derechos de autoría. Seguramente ustedes están pensando que estoy pensando en Teddy Bautista copiando ceros de la cuenta corriente de la SGAE y pegándolos en su libreta de ahorros. No, hombre, no, no tenemos tan mala idea. Como mi intención dista de mostrar explícita opinión ante tan disparatado debate pasaré silbando por los arrabales de esta controversia. Pero volvamos al tema que nos ocupa y preocupa, considerar el «copy & paste» en el cine como el atajo del maula cuando se trata de preparar una fritanga. Cojamos por lo tanto todo segmento discursivo que funcione en los más descafeinados tratamientos que superpueblan el cine contemporáneo, metámoslos en la coctelera de la coproducción transnacional entre Alemania año 2012 y Turquía año 0 y veamos si cae alguna ayuda o subvención –joder que si cae–. El resultado es «Almanya: Bienvenido a Alemania», remezcla de estructuras y tópicos narrativos que pasan por «La princesa prometida» («The Princess Bride», Rob Reiner, 1997), el trombón de Goran Bregovic, el servilismo a las sobrevaloradas y aburguesadas comedias francesas de los últimos años y la policromía más cursi de «Come, reza, ama» («Eat, Pray, Love», Ryan Murphy, 2010).

Irrumpir exitosamente con una ópera prima en el (casi se me escapa “tan exigente”) mercado fílmico europeo tiene su mérito. También nosotros lo refrendamos. Yasemin Samdereli, responsable de esta accesible comedia, ha sabido como viejo lobo de mar dirigir un producto que se adapta al panorama cinematográfico actual como anillo al dedo. ¿Pero el tono cómico y ligero con el que se abordan los problemas de inmigración y convivencia entre culturas, razas y religiones bajo una misma bandera invita a la reflexión? Evidentemente el dilema no estriba en la singularidad tonal con el que retratar determinadas temáticas. Es más, se nos hace necesaria dicha clave para encarar contratiempos estructurales de la nueva Europa desde un punto de vista alejado del melodrama social, que de por sí abunda. Aunque no nos engañemos, la Europa multicultural y multirracial ha existido siempre. Realidad provocada por invasiones, flujos migratorios-económicos, exilios políticos-ideológicos o la necesidad imperiosa de hacerse con un punta creativo turcogermano para enlazar centro del campo con vanguardia balompédica; constantes que al fin y al cabo redefinen una y otra vez el viejo continente desde que Atila pisoteaba el césped del abuelo de Berlusconi (según prueba del carbono 14 realizada a éste último).

La coralidad de «Almanya: Bienvenido a Alemania» descubre un amplio abanico de personajes que aporta enormes posibilidades empáticas para con el espectador. Este nutrido elenco de parientes forma a su vez un coloreado arrecife con el que mitigar los duros golpes ensayados a lo largo de sus generacionales experiencias vitales. Los tragicómicos enredos –en ocasiones extremadamente volátiles y carentes de ingenio– se atascan sin embargo en una innumerable batería de gags en la segunda parte de la película. No obstante es en ese choque generacional donde recae el mayor peso dramático del relato, y el mayor interés. El conflicto que se genera en la propia familia, entre aquellos que aceptan la integración a cualquier precio y quienes hinchan el orgullo para preservar las raíces dará lugar a repetidos encuentros entre elementos interculturales que muchos descifrarán como bromas de mal gusto (la asociación de Cristo crucificado con un rabioso roedor tiene tela). No falta tampoco el exceso en las continuadas regresiones fantásticas, algunas sazonadas del más absurdo humor de Cruz y Raya, como en la pesadilla del pater familias Hüseyin Yilmaz, interpretado por Vedat Erincin, de largo lo mejor de entre las famélicas caracterizaciones que ofrece el film.

Al final parece que tenemos que agradecer al europeísmo más diplomático la proliferación de conflictos identitarios que den lugar a temáticas que rumien el «Vente a Alemania Pepe» (Pedro Lazaga, 1971) desde el buen rollo que impera en esa hermandad de los canteros que se reúne en Bruselas. No puede haber nada más hipócrita que pintar con acuarelas el inexistente bienestar del inmigrante, la problemática de la integración o la hostil recepción de los países receptores.

Poca más chicha se puede sacar de este oportunista vodevil.

Anterior entrega de cine: “Tenemos que hablar de Kevin”, de Lynne Ramsay.

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