Cine: «3 días para matar», de McG

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«El buen hacer de Costner como atribulado progenitor no impide el desastre: es una película desganada y plagada de tópicos»

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«3 días para matar»
(«3 Days to Kill», McG, 2014)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

Bajo la dirección de Pierre Morel, «Venganza» («Taken», 2008) se convirtió en un éxito llamado a relanzar el modelo Luc Besson. El arquetipo de «blockbuster» de acción hollywoodiense se trasladaba punto por punto a terreno francófono, y Liam Neeson se proponía como insospechado y salvaje héroe dispuesto a salvar a su hija de los peligros que acechan más allá de las fronteras estadounidenses. Aquel thriller desmedido, fascinante en su brutalidad ideológica hizo atisbar un modelo a explotar por la factoría Besson que tendría, lógicamente, sus secuelas –»Venganza: Conexión Estambul» («Taken 2″, Olivier Megaton, 2012)– y derivados –»Desde París con amor» («From Paris with Love», Pierre Morel, 2010).

«3 días para matar» permanece en esa línea de explotación al tiempo que se convierte en su expresión más pobre. Si «Venganza» mantenía una coherencia política, por más que esta se situara muy a la derecha, la película dirigida por McG la sacrifica para dar bandazos al calor del sentimentalismo paternal. En ella, Kevin Costner es un exagente de la CIA que matará o dejará de hacerlo en función de lo que le dicten sus ramalazos de conciencia, de promesas de marido y padre nunca cumplidas o de simpatías eventuales por los que podrían ser ajusticiados segundos después. Esta arbitrariedad moral se funda en un guion siempre inverosímil, en el que los Macguffin y las soluciones narrativas más pobres –los oportunos viajes alucinógenos de la medicina experimental– se alían con los lugares comunes del subgénero de padres tratando de reconquistar el corazón de sus hijas.

El buen hacer de Costner como atribulado progenitor no impide el desastre: «3 días para matar» es una película desganada y plagada de tópicos, que trata de reproducir los esquemas de sus referentes mientras potencia la comedia con toque familiar. El resultado es un producto mecánico y vulgar, en el que ni siquiera las escenas de acción demuestran una especial inventiva para el espectáculo.

Anterior crítica de cine: “Divergente”, de Neil Burger.

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