Cinco discos para descubrir a Paul Heaton

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Una carrera que supera de largo las tres décadas de historia avala a Paul Heaton, junto a The Housemartins y The Beautiful South en algunos tramos de su largo camino. César Campoy nos recomienda cinco de sus discos, solo y acompañado.

 

Texto: CÉSAR CAMPOY.

 

Tras más de 35 años de carrera, este oriundo de Merseyside se ha mantenido fiel a los principios morales e ideológicos sembrados, tras diversas aventuras musicales menores, con The Housemartins. Más de tres décadas de militancia político-artística durante las cuales, también con The Beautiful South, en solitario o junto a Jacqui Abbott, ha navegado en una coherencia incorruptible brindada al respetable, merced a una de las voces más prodigiosas que ha visto nacer la música británica.

 

1. London 0 – Hull 4, de The Housemartins (Go! Discs, 1986)

En aquellas primeras cartas en las que los miembros de The Housemartins se comunicaban con sus seguidores, allá por mediados de los ochenta del siglo XX, sus integrantes dejaban claras sus influencias: «Atlantic Soul, Elvis Costello, The Clash, The Buzzcocks, The Smiths, Al Green y la música góspel en general». El grupo nació en septiembre de 1983 cuando unos imberbes Paul Heaton y Stan Cullimore, recién conocidos, formaron un dúo al que se unieron, un año después, el bajista Ted Key y el batería Hugh Whitaker. Su primer concierto, el 11 de octubre de 1984, en la Universidad de Hull (su sede de operaciones), estableció la filosofía a seguir por tan peculiar cuarteto: militancia obrera sin contemplaciones (conciertos en favor de las huelgas de mineros), llamada a la lucha contra la banca y el poder establecido (en el punto de mira, Margaret Thatcher), aborrecimiento de todo aquello superfluo que emane de la fama, una imagen y puesta en escena que olieran a naturalidad… y una suerte de pop marchoso donde cabían todas las fuentes absorbidas, que sirviera de vehículo perfectamente digerible para brindar letras tremendamente ácidas, crudas y directas. En junio de 1985 sellaban un acuerdo con Go! Discs, sello con pedigrí político en el cual había militado el mismísimo Billy Bragg (con quien giraron), y al que también se unirían Paul Weller, The La’s, Trash Can Sinatras, The Bathers, The Blue Ox Babes, The Frank and Walters, The Stairs o Portishead. Apenas grabado su primer sencillo, «Flag day», Key considera que ya ha tenido suficiente y deja la banda para montar un restaurante vegetariano. En ese momento entra en escena otra figura capital en el cuarteto, Norman Cook, más tarde conocido como Fatboy Slim.

El grupo está listo para comerse el mundo… a su manera: a partir de hiriente ironía, llamativos clips y coreografías, heterodoxos conciertos en los que cualquier cosa podía suceder (pop, punk, rockabilly, soul, rap, góspel, a capela), y un elepé de estreno sin desperdicio en el que hay hueco para el pop bailable e irresistible de «Happy hour» (pegadizo himno contra el cerrilismo de taberna); la rabia desatada con elegancia de «Get up off our knees» («No dispares mañana a quien puedas disparar hoy»); la media balada que es capaz de poner los pelos de punta en forma de «Flag day» (sobre la caridad mal entendida y la hipocresía); el instrumental nervioso de «Reverends revenge»; los trallazos guitarreros de «Anxious», «Sheep» o «We’re not deep»; el virtuosismo vocal de una magna y corajuda «Sitting on a fence» (crítica con el conformismo) apoyada en una estructura gloriosa; el gusto por la vertiente más artesanal del pop de «Over there»; la delicadeza minuciosa de una sublime «Think for a minute»; la energía huracanada de «Freedom» (en torno a los intereses ocultos de los medios de comunicación), y esa acongojante y estremecedora perla góspel llamada «Lean on me», a piano y voz, capaz de emocionar al mas cenutrio. Todo sellado con la rúbrica de Paul y aupado por unas prodigiosas y angelicales combinaciones vocales al servicio de la lucha de clases, los señoriales pianos de Pete Wingfield, una sección rítmica de infarto (mención especial para aquellos vertiginosos redobles de Hugh), un Stand inspirado a la hora de reivindicar el jangle pop con su Rickembacker, y un Heaton de voz inconfundible al que, por momentos, todo parece venirle pequeño cuando decide mostrar su inabarcable paleta interpretativa con la que toca el cielo en varias ocasiones. La brillantez lograda es obra del productor John Williams, capaz de pulir aquel diamante en bruto y conseguir que las nuevas versiones de algunos temas alcancen velocidad de crucero en la autopista con dirección al pop ideal soñado. London 0-Hull 4 se convierte en una sonada bofetada de fresca reivindicación con evidente aviso para navegantes, incluida en una carpeta, en la que la banda (Heaton) aboga por beber de las fuentes del cristianismo y el marxismo, y recomienda: «No trates de tirar abajo la puerta si ves una fiesta llena de banqueros. ¡Pégale fuego al edificio!».

2. The people who grinned themselves to death, de The Housemartins (Go! Discs, 1987)

Otro de los sorprendentes mensajes que podían encontrarse en los intercambios epistolares del grupo con sus seguidores tenía que ver con la fecha de caducidad del proyecto: «La banda siempre planeó una aventura de tres años para que sus miembros lo dejaran y progresaran», avisaban. The Housemartins nunca tuvo en mente convertirse en una formación al uso. En febrero de 1987 Hugh se apeaba del tren harto de la fama. No hubo malos rollos. Él mismo recomendó a un viejo amigo, Dave Hemingway, e incluso se prestó a la chanza en el clip del primer sencillo de The people who grinned themselves to death, «Five get over excited», en el cual es secuestrado por el nuevo batería, ansioso por ocupar su lugar. Entre giras interminables, salidas al extranjero, actuaciones en los principales festivales del país y numerosos premios, el cuarteto se convierte en uno de los referentes de la música británica. En parte, por el número 3 conseguido por «Happy hour» y por el número 1 alcanzado con «Caravan of love», pese a la campaña de desprestigio orquestada desde los medios de comunicación conservadores. No obstante, el ideal primero seguía intacto. De hecho, un Heaton sumergido en una evidente incontinencia creativa aprovechaba la amplitud del eco conseguido para seguir repartiendo mamporros al régimen; efectuaba donaciones periódicas a cualquier colectivo obrero en huelga; no dudaba en tirar de pie de micro cuando algún despistado, entre el público, se marcaba el saludo fascista, o conseguía que la mismísima BBC censurara al grupo tras escupir, en directo sobre la figura de Tatcher. En definitiva, y pese al más de un millón de copias vendidas de London 0 – Hull 4, The Housemartins seguían siendo la antítesis de lo que todos conocemos como una estrella del pop. Y es en ese ambiente de tensión externa e interna, propiciada por el progresivo protagonismo adquirido por Paul, cuando retornan al estudio para grabar su segundo elepé, consciente de que el final se antojaba próximo.

Buscan de nuevo la complicidad de Williams y Wingfield. El primero depura todavía más el sonido del grupo. Los doce temas de The people who grinned themselves to death se muestran límpidos, brillantes. Todos son registrados en junio de 1987 a excepción de «Five get over excited», grabado en abril como anticipo de un larga duración que emana un pesimismo evidente, pese a algunos riffs de clara vocación festiva. Algunas composiciones, como la que da título al disco, evidencian una maduración en el proceso de gestación y producción. Proliferan los efectos en las guitarras, los vientos irrumpen con fuerza… Eso sí, las letras de Heaton siguen rodando encajadas a la perfección por el raíl correspondiente: «Incluso cuando sus hijos se morían de hambre, todos pensaban que la reina estaba encantadora», vomita «The people who grinned themselves to death».

La vena de esencia popera sigue vigente en buena parte del disco. Los pegadizos estribillos y los coros de ensueño se materializan en «I can’t put my finger on it», «The world’s on fire» (en la cual Paul se marca un agudo imposible), «We’re not going back» o «You better be doubtful», y, por supuesto, en aquellas rompepistas «Five get over excited» (de letra más que siniestra) y, sobre todo, «Me and the farmer», perfección pop condensada en menos de tres minutos para retratar al terrateniente que explota a sus trabajadores. Mención aparte merece una soberbia «Bow down», en la que el piano de Wingfield, los vientos, las líneas de bajo de Cook y los coros infantiles arropan, con dolor, un descarnado texto: «Hoy he estado moldeando plastilina e hice un hombrecito que se parecía a mí. Sus extremidades estaban tan débiles y no podía mover la boca para hablar. Y yo podía doblarlo en cualquier posición». Además, también hay hueco para el instrumental de rigor, armónica de Paul mediante («Pirate aggro»), y la balada y el medio tiempo: si la estremecedora «The light is always green» muestra al Heaton más soulero a partir de unos arreglos e instrumentación sobresalientes, una desnuda «Johannesburg» (a voz y guitarra) deja claro que algunos textos ya no se brindan de manera tan clara y abrupta, y la mágica y agridulce «Build», certero dardo contra la especulación urbanística y el desarraigo, marca una de las cimas interpretativas de un grupo que, como podía comprobarse al final del clip correspondiente (el cuarteto, emparedado, y una corona de flores con un explícito «Housemartins R.I.P.»), comenzaba a bajar la persiana. Poco después The Housemartins dejan de existir. Muchas de las canciones que formaron parte de las caras B de sencillos y epés encuentran su descanso definitivo en Now that’s wat I call quite good, un recopilatorio póstumo nada convencional.

3. Welcome to, de The Beautiful South (Go! Discs, 1989)

Mientras los ecos del Now that’s wat I call quite good de The Housemartins todavía perduraban, Heaton ya andaba componiendo para su próximo proyecto, The Beautiful South. Para llevarlo adelante se apoyaría en Hemingway (ahora, junto a Paul, vocalista) y David Rotheray (viejo conocido de la escena de Hull), además de Sean Welch (roadie de The Housemartins) y David Stead. Sumido en una febril rutina creativa, en las siguientes dos décadas de la banda Heaton siguió sin desechar apenas material, reubicado en incontables sencillos, epés y ediciones especiales. La filosofía contestataria servida con cruda ironía, como era de prever, también seguía vigente. Eso sí, en el aspecto musical la evolución era clara, y el pop inmediato acabó fusionándose con estructuras más elaboradas y estilos variadísimos que podían ir de los ya frecuentados soul o góspel al jazz, la bossa nova, los ramalazos folk e, incluso, algún ritmo tribal. En abril de 1989, The Beautiful South se estrenaban en concierto y su primer sencillo, «Song for whoever» veía la luz.

Aquella atractiva sofisticación logró el número 2 en las listas de éxitos. Habían dado con la fórmula perfecta. Además, Paul podía permitirse el lujo de seguir desafiando a la Gran Bretaña más timorata con sus constantes provocaciones y habituales muestras de cinismo textual y vocal. Considerada una voz autorizada, algunos medios deciden contar con él para analizar la actualidad. Tras la publicación de cada nueva referencia de la banda la polémica está asegurada. El compositor sigue criticando el conformismo del respetable, tira de estoque para denunciar el poder del capital, lo artificial de una industria musical de cuyos paripés tratan de huir, los peligros de la globalización y la carrera armamentística y, por supuesto, los clichés sexistas y la violencia machista. De hecho, la formación incorpora a la cantante Brianna Corrigan (más tarde llegarán Jacqui Abbott y Alison Wheeler) para contar con un punto de vista femenino que ayudara a potenciar la temática feminista. Cuando Welcome to es publicado por la propia Go! Discs, tras el verano de 1989, la expectación es máxima. ¿El resultado? Otro número 2, en este caso, de la clasificación de elepés. La controversia está servida sin tan siquiera sacar el vinilo de la funda. Su portada (dos fotos de Jan Saudek que muestran a una mujer con un revólver introducido en su boca, y a un hombre encendiendo un cigarro) es censurada por diversas cadenas y tiendas que se niegan a que figure en sus escaparates. Sello y grupo reaccionan con sorna, y deciden editar una versión infantil de la carpeta protagonizada por un osito y un conejito de peluche. Esto no evitó, no obstante, que el combo desarrollara un obsesivo cuidado por el diseño de sus portadas y libretos; la mayoría de ellos, impactantes.

Ese primer listado oficial de canciones no tiene desperdicio alguno. Aquel «Song for whoever” destila, a partir de un dulce (y, por lo tanto, engañoso) medio tiempo, una mala leche supina al cargar contra los productos musicales prefabricados y las creaciones sonoras de usar y tirar. La voz de Heaton sigue deslumbrando en una seductora «Have you ever been away?» a ritmo de bossa nova, en la cual ya hace acto de presencia, con su peculiar registro nasal, Brianna Corrigan, y que se convierte en un elegante alegato antimilitarista con la clase política en el punto de mira: «Me cagaré en tu Union Jack para que te la envuelvas en tu cabeza y veas toda la sangre que hemos derramado». «From under the covers» tira de grandeza estructural al incorporar efectistas vientos, y contrasta con una de las perlas de este trabajo, una «I’ll sail this ship alone» en la que la combinación piano-voz de Wingfield y Heaton sigue funcionando a la perfección al construir una emotiva balada. Inmediatamente después, nos topamos con una de las sorpresas del disco. La práctica totalidad de la cosecha de The Beautiful South fue original. Eso sí, si decidían lanzarse con una versión, el resultado podía ser tan sorprendente como recomendable (basta con revisar aquella bendita locura titulada Golddiggas, headnodders & pholk songs). En esta ocasión, el grupo optó por remozar el exitoso «Girlfriend» de la artista norteamericana Pebbles, ideado por los celebérrimos Antonio Reid y Kenneth «Babyface» Edmonds. El combo mantiene el ritmo, vuelve a tirar de vientos, e incorpora un pasaje en el cual Rotheray trata de sacar todo el partido posible a su guitarra.

Por otra parte, «Straight in at 37» huele mucho a The Smiths, mientras «You keep it all in», otro de los bombazos de Welcome to (número 8 en las listas de éxito que les abrió el camino a los Estados Unidos), a tres voces, se muestra con un ritmo pizpireto para plantear la relación en pareja a partir de los sentimientos reprimidos, aunque hay quien adivina una denuncia de los abusos psíquicos y/o físicos; aspecto mucho más evidente en una de las piezas más bellas del disco, una «Woman in the wall» que, por momentos, se muestra tremendamente hiriente: «Grita libertad para la mujer de la pared, grita libertad porque ya no tiene voz. La oigo llorar todo el día, toda la noche; escucho su voz desde lo profundo del muro». La recta final se inicia con otra gema pop de manual, «Oh Blackpool», que recuerda, sin duda, a The Housemartins, y a través de la cual Heaton reparte leña a los liberales británicos. Acto seguido aparece, despampanante, «Love is…», una maravilla de siete minutos repleta de sorpresas con las que uno va topándose a medida que avanza, y un aviso a todo aquel que gusta de la coba vergonzosa e interesada: «¿Dónde estabas en los días fríos? […] No supliques, no puedes tener el corazón que hiciste sangrar […] Sois mis únicos amigos, pero me gustaría saber dónde estaréis cuando la fiesta termine […] En 25 años, ¿vendrás a mi cremación? Sin fama, sin fortuna, sin nombre en letreros luminosos. ¿Estarás allí?». Impactante diamante que eclipsa al tema que cierra el disco, un bizarro «I love you (but you’re boring)», cuyo título habla por si solo: «Recuerda aquel tiempo en que convertí nuestra casa en un cohete, y te negaste a venir a Marte; dijiste: «Está muy lejos»».

Tras este disco, producido por la banda junto al solicitadísimo Mike Hedges, todo vino rodado. Se conviertieron en uno de los grupos más importantes de los 90 en el Reino Unido, sus discos se vendieron por millones, y Heaton y Rotheray fueron considerados el dúo compositor más exitoso de la historia, después de Lennon y McCartney. Cuando la banda decide separarse, en 2007, deja atrás una increíble colección de discos de platino, trabajos tan recomendables como 0898 Beautiful South, Blue is the colour, Quench o Gaze, y perlas sonoras del estilo de «Bell bottomed tear», «My book», «Old red eyes is back» (soberbia autocrítica en torno al alcoholismo de Paul), «Especially for you», «Don’t marry her» o «Dumb».

4. The cross eyed rambler, de Paul Heaton (2008, W14 Music)

A lo largo de su existencia, The Beautiful South atravesaron diversos baches propiciados, sobre todo, por el abrumador calendario de actuaciones y los agobios propios de una fama desconcertante. Un juego en el que les costaba entrar. En 2000, con el álbum Painting it red en el número 2 de las listas y una vez alcanzada su cima creativa, el estrés parece inasumible. Jacqui Abbott abandona el grupo, y la banda estima que es hora de publicar un grandes éxitos y respirar. Todos, menos Paul, que aprovecha para publicar su primer disco en solitario, Fat chance (Mercury, 2001), bajo el apodo de Biscuit Boy (a.k.a. Crakerman). Buenas críticas y un muy limitado apoyo popular fueron el resultado. La siguiente referencia en solitario, ya a pecho descubierto, como Paul Heaton, no llegaría hasta 2008, pocos meses después de la disolución de The Beautiful South. Liberado de cualquier atadura, huía de artificios innecesarios y se centraba en construir redondas criaturas pop.

En este caso, los aderezos también tendrían que ser evidentes. The cross eyed rambler está sazonado de elementos country, rockabilly y folk. Y, sobre todo, de esencia sonora británica. Heaton logra recuperar ese espíritu de cuarteto. Un guiño a los orígenes. Era necesario armar un producto que pudiera ser interpretado por una banda al uso en cualquier pequeño escenario que se les pusiera delante. Por eso busca la complicidad de Tom Chapman, Brian Edwards y Steve Trafford, en quien también se apoya para perfilar algunas de las composiciones. Ya no había marcha atrás. Con este formato (aunque con variaciones en la formación) pisaría tablas de aforo reducido de las islas y el continente. Cuán necesario era bajar de aquel pedestal no deseado, y buscar refugio en otro de los mantras que acompañarán a Paul a partir de entonces: la cultura de pub bien entendida. El título de este disco sanador, las imágenes y textos y buena parte de su contenido representan un homenaje evidente a tan mitificado espacio de socialización británico. Así pues, sirviéndose del reputado productor Jay Reynolds, Paul construye un producto homogéneo, prácticamente instantáneo y vital, a través del cual parece resucitar.

The cross eyed rambler se abre con una introducción en la cual Paul entona, con efecto de viejo vinilo, una sonata de aires tradicionales. Sorpresivamente, sobreviene el estallido rabioso de «I do», una pieza guitarrera que apenas brinda concesiones a partir de efectistas combinaciones de acordes mayores y menores. Textualmente, Heaton demuestra que tenía mucho que escupir y se marca unos textos interminables que siguen ejerciendo su efecto exorcizador: «En la parada del autobús y la cabina telefónica, mientras la orina corría por mis pies, cogí el bus equivocado, marqué el número equivocado, porque mi vida estaba incompleta». El artista mantiene la forma a la hora de exteriorizar, de manera exquisita, su pesimismo. Incluso si ha de ser brindado a través de ese brillante y pegadizo homenaje a The Housemartins (esa armónica) titulado «Mermaids and slaves», en el cual el alcohol (sí, recurrente) sirve de excusa, de la misma forma que también perfila la filosofía de uno de los temas estrella, un «The pub» más elaborado y agridulce que se convierte en un paseo por la vida de una taberna, la misma que inspira las interminables letras sobre las relaciones interpersonales en las cuales se asientan esos cantos de camaradería titulados «The ring from your hand» y «Little red rooster».

Paul sigue ejerciendo su papel de cronista social en «A good old fashioned town». También se atreve con los suicidios frustrados («The balcony»); no duda en enviar un recadito a George W. Bush y sus rendidos aliados europeos, envuelto en una grandiosa «God bless Texas» servida a ritmo sureño mientras, musicalmente, potencia lúcidos juegos vocales («Deckchair collapsed») o tira de pasajes rockabilly sin miramientos («The kids these days»). «Everything is everything», un emotivo cierre de siete minutos, resume el conformismo del que estamos hablando: «Duplicar, imitar la vida de otras personas […] Algunos lo llaman gula, otros lo llaman codicia. No es más que un millón de putas palomas para un solo grano de semilla».

Desde entonces, Heaton continúa pisando la moqueta del estudio de manera constante. Bien en solitario, a partir de las referencias Acid country (Proper, 2010) o el ambicioso y fallido The 8th (Proper, 2012), bien acompañado de su inseparable Jacqui Abbott. Mientras tanto, ha seguido haciendo de la coherencia su modo de vida, mutando su ideología, desde el socialismo, al anarquismo. Y ha seguido despistando al personal. Como cuando se enfundó su maillot, se montó en su bicicleta, y se marcó cientos de millas alrededor de su país para realizar pequeños conciertos en apoyo de los tradicionales pubs británicos (llegó a comprarse uno, el mítico Kings Arms de Salford) y en contra de la gentrificación: «Los pubs clásicos y centenarios son una de las pocas cosas que me hacen sentir orgulloso de ser británico», sentenció. Mucha gente sigue preguntándose cómo es posible que alguien siga componiendo melodías tan optimistas para envolver textos tan amargos. Muy sencillo: Heaton crea sus letras en Inglaterra, pero su música surge, en su segundo hogar, las Islas Canarias.

5. What have we become, de Paul Heaton & Jacqui Abbott (Virgin, 2014)

Abbott llevaba retirada de la música desde que, superada por las circunstancias y buscando dedicar más tiempo a su hijo, abandonó The Beautiful South en 2000. Había llegado a la banda en 1994, tras la accidentada salida de Brianna Corrigan. Un buen día, en 2011, Paul contactó con ella y le propuso volver a trabajar juntos en su espectáculo The 8th. El buen rollo entre ambos seguía intacto, y su magnífica voz y su facilidad para adaptarse a mil y un estilos fueron cruciales para que Heaton volviera a pensar en Jacqui para un proyecto muy personal para el que contaba con el apoyo de Virgin, y la complicidad de un viejo amigo (el productor John Williams), y de otro más reciente, el guitarrista Jonny Lexus, con quien había venido rodando los últimos años y que había colaborado en la composición de algunos temas que formarían parte de What have we become.

En Abbott, Paul siempre encontró a la vocalista ideal que mejor supo adaptarse a su espíritu cáustico e inteligente. Posiblemente, esta es una de las razones de más peso que explican los motivos por los cuales el dúo desprende esa química inexplicable. Y en What have we become la cantante se muestra soberbia, repleta de carácter. Desde el primer segundo, justo cuando comienza a sonar «Moulding of a fool», que con un luminoso y optimista inicio instrumental donde el piano manda, rememora los buenos tiempos de la Motown. Un gancho tremendo para atrapar al personal en el cual atacan, sin compasión, a esa sociedad homogénea y fotocopiada en la cual vivimos, que intenta borrar cualquier destello de personalidad propia desde la cuna: «Ese papá y mamá diciéndote que la forma en la que te vistes no es genial; no son verdaderos consejos de moda, están moldeando a un tonto». La marchosa «D.I.Y.» lo retoma todo justo en el momento en que Jacqui abandonó The Beatutiful South. Abbott manda en esta divertida comedia country en torno a la pérdida de un hombre arrebatado por otra mujer. No será la única ocasión en la que las relaciones sentimentales afloren. La emocionante y ambiciosa (ese inicio instrumental) «Some dancing to do» detalla de manera dramática una ruptura, y se convierte en vehículo para el lucimiento, a las teclas, de Stephen Large; mientras «Costa del Sombre», servida a partir de ritmos latinos, cuenta la historia de una mujer madura que, aburrida de su vida, se topa de vacaciones con un hombre local en la pista de baile; «Stupid tears», con esa enérgica guitarra, encumbra una letra repleta de ira (posiblemente) sobre los flirteos en años de instituto; la endiablada «The right in me» aborda esa duda emocional continua entre lo correcto y lo incorrecto, o «When it was ours», donde las voces de Jacqui y Paul casan de manera mágica culminando en emocionantes armonías celestiales, orbita alrededor del amor perdido y el vacío que deja. Una línea instrumental tierna y sentida en la cual se circunscribe también «The snowman».

En la otra orilla flotan aquellos temas con un mensaje de tono más reivindicativo. «One man’s England», apoyado en unos lúcidos vientos, no se anda con rodeos a la hora de cargar contra el racismo hipócrita y fanático de la sociedad británica: «El verdadero terrorista no tiene barba o está leyendo el Corán; está sentado en el 10 de Downing Street y trabaja para el tío Sam». Sin duda, una muestra más de que Paul sigue sin hincar la rodilla. Porque el tema que da título al disco, ayudado por una sección de cuerda solvente, dispara contra la apática sociedad de consumo, recubierta de plástico, bótox, comida basura, canciones sin mensaje, falta de criterio propio y corazón, y en la que los niños ya no saben lo que es divertirse de verdad; en la agria «I am not a muse» Heaton se rompe y desnuda para tratar de acabar con todas las habladurías y mitos que existen sobre su figura, y «When I get back to Blighty», envuelta en una estructura efectiva y preciosa que rememora aquellas baladas de los cincuenta, rompe la baraja con un: «Cuando regrese a Blighty [una manera de definir Inglaterra] no saludaré a tu reina; saludaré a la gente real, la historia que ellos han visto», y se cierra con un insistente e irónico: «Todos a nuestro alrededor están de acuerdo: Phil Collins debe morir», posiblemente, en referencia a unas declaraciones en las que el ex Genesis afirmó que si se producía una subida de impuestos, consideraría la opción de huir del país, y que supusieron su crucifixión en la plaza pública cuando Collins acabó fijando su residencia en Suiza. En definitiva, un álbum sin excesos, pero consistente que vivió una edición especial con otros cuatro temas inéditos: «If he don’t», «My own mother’s son», «Advice to daughters» y «You’re gonna miss me».

What have we become logró colocarse en el número 3 de las listas de álbumes del Reino Unido y se convirtió en disco de oro. De nuevo, las composiciones de Heaton sonaban en todas las emisoras de radio y, tras más de tres lustros, volvía a pisar las tablas del Royal Albert Hall. Desde entonces, Jacqui y Paul han unido sus fuerzas. En 2015 vio la luz Wisdom, laughter and lines (Virgin) y, en 2017, Crooked calypso (Virgin). Hoy en día siguen girando por toda Europa ofreciendo tanto sus temas como dúo como el repertorio de The Housemartins y The Beautiful South. Sobre todo después de la edición, en 2018, del recopilatorio Paul Heaton: The last king of pop que, curiosamente, no incluye ninguno de sus temas en solitario.

 

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