Se dio a conocer en 1999 con el debut de The White Stripes, continuó con The Racounteurs y acabó defendiendo su carrera solista. Sergio Almendros sigue los mejores pasos discográficos de Jack White.
Selección y texto: SERGIO ALMENDROS.
Jack White podría ser el último gran genio del rock. Y con esta definición deberían quedar expuestas tanto sus numerosas virtudes como músico como sus irregularidades y excentricidades sonoras. Además, debido a esta pretenciosa etiqueta, Jack White tiene ante cada nuevo paso la guillotina de las expectativas amenazante sobre su cuello, e incluso alguna vez el filo ha rozado la tragedia. Ultracreativo, desafiante, pretérito, virtuoso y a veces reiterativo. Como no podía ser de otra forma, con el beneplácito a ciegas de una buena parte de seguidores y obviamente con el rechazo frontal, también a veces algo miope, de sus detractores. Si estás entre los primeros, las siguientes líneas pueden sonarte a eco, y si te encuentras entre los segundos, las próximas líneas quizás sean «bla bla bla bla». Sin embargo, Jack White se ha ganado el derecho, cuanto menos, a no ser ignorado. Para aquellos a los que les suena e interesa el nombre pero no saben muy bien por dónde hincarle el diente va el siguiente listado, filtrando su carrera para servir sus cinco referencias discográficas más destacadas, en un repaso por sus distintas formaciones y proyectos.
1. White blood cells (The White Stripes, 2001)
Allá por el comienzo del siglo, Jack White formó The White Stripes junto a Meg White, su pareja (no hermana), alineándose una mínima banda de guitarra y batería para dar rienda suelta a unas canciones de rock de garaje urgentes. Tras dos discos, su primera gran referencia llegaría en 2001, White blood cells, donde la fórmula tomó forma con las primeras grandes canciones. El estilo se mantenía fresco y se había depurado. El arranque del disco no podía ser más prometedor con la sobresaliente “Dead leaves and the dirty ground”, canción que sigue siendo más o menos fija en las recientes giras del de Detroit. El sonido no experimentaba ninguna variación sustancial, pero la guitarra y las armonías (vocales e instrumentales) auguraban una descarada mejora. A continuación irrumpía liviana y maravillosa “Hotel Yorba”, una delicia de composición folk que a la postre quedaría como uno de los clásicos del grupo. Y tras más certeros guitarrazos en “I’m finding it harder to be a gentleman”, ahora acompañados y amplificados por algunos teclados, surgiría la tercera gema del álbum, la tan acelerada como certera “Fell in love with a girl”, quizás la rubricación de un estilo. No bajaría el nivel demasiado en el resto del minutaje, con algún altibajo que no hacía peligrar nada, y con varios destellos más (“The unión forecer”, “We’re going to be friend” o “I think a smell a rat”), los suficientes para firmar un discazo que ya metía definitivamente a The White Stripes entre las realidades más fulgurantes del panorama musical internacional.
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2. Elephant (The White Stripes, 2003)
En 2003, ante una racional expectación, se publicaría la obra magna de The White Stripes, Elephant. Y es que no hay forma más definitiva de saciar las expectativas que abriendo un disco con “Seven nation army”, una de las canciones más importantes de la década. Poco se puede añadir o descubrir de este auténtico himno, asentado en uno de los riffs más reconocibles de los últimos años, y que ha trascendido al mero mundillo rockista (den un paseo por algunos estadios de fútbol y abran los oídos). En este álbum el sonido se tornó por momentos más duro, llegando a pasajes de hard rock, pero manteniendo el espíritu garajero casi en todo momento. Sí desaparecieron en esta ocasión los ramalazos folk, aunque se mantuvieron ciertos pasajes más delicados que daban al conjunto un mayor abanico de colores. Pero no nos engañemos, los momentos más celebrados continuaban llegando a lomos de las seis cuerdas, endemoniadas, electrificantes, gloriosas, como en “Black math”, “Girl, you have no faith in medicine” o “The hardest button to button”. Además, a mitad de álbum irrumpía la enorme “Ball and biscuit”, un festín sonoro que se recreaba en los ritmos bluseros y en los recitados para preparar los estallidos guitarreros definitivos.
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3. Consolers of the lonely (The Racounteurs, 2008)
The White Stripes duraría un par de discos más y, aún sin desaparecer pero ya con grietas, Jack White buscaría nuevos lienzos para dar rienda suelta a su creatividad. El primero de ellos sería The Racounteurs, banda con la que rápidamente lograría un éxito con “Steady, as she goes” en 2006. Ya con su primigenia banda disuelta de facto, el segundo de los Racounteurs llegaría en 2008, Consolers of the lonely. Realmente la sombra de Jack White es tan potente que todos sus proyectos resultan fácilmente identificables con él, y este no es una excepción. Armado de una formación al completo y huyendo así de las limitaciones que le podía acarrear la simpleza sonora de The White Stripes, el disco seguía siendo un manual de rock, quizás saliendo del garaje para mirar de frente a los clásicos de los 70. Con algo más de morralla de la que nos tenía acostumbrados, el álbum contaba con sus principales bazas en un contundente comienzo con dos trallazos como “Consolers of the lonely” y “Salute your solution”, puro rock-punk desinhibido y libre. Además se recuperaban las sonoridades folkies, que tenían su punto culminante en “Carolina drama”, el tema que cerraba el álbum y que, compositivamente, es una de las grandes obras escritas por Jack White.
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4. Blunderbuss (Jack White, 2012)
Y tras militar en hasta tres grupos (también lo hizo en The Dead Weather), en 2012 Jack White se mostró en solitario, y si bien continuaba siendo muy reconocible e incluso algunas de estas nuevas canciones podrían haber tenido acomodo en algún disco anterior, en su mayoría este Blunderbuss sí supuso una transformación. El sempiterno reinado de la guitarra quedaba momentáneamente apartado y eran los teclados los que más focos acaparaban para sumergir a las composiciones en terrenos más blues, más soul y más añejos que nunca. Por supuesto que había espacio también para los (esperados) trallazos, como “Sixteen saltines”, pero en general el seguidor de The White Stripes podía verse algo decepcionado ante la concatenación de medios tiempos y baladas de disfrute lento. No se puede decir que Blunderbuss fuera una decepción, aunque habría a quien se lo pareciese, pero que fuera el primer disco de White en solitario, un tipo ya con la vitola de imprescindible, hizo que el álbum quedara a un paso de algo. Eso sí, es posible que en un futuro sea un disco que redescubrir.
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5. Lazaretto (Jack White, 2014)
El siguiente trabajo de Jack White, en 2014, Lazaretto, puede considerarse su última gran obra. En él se abandona la oscuridad y melancolía de su predecesor para formar un collage de sonidos y estilos con once temas sobresalientes casi todos. Hay espacio para las canciones evidentes, como las rockeras “Three women”, “Lazaretto” o “Just one drink”; para composiciones más dramáticas, como “Would you fight for my love?”; para la experimentación en “High ball stepper” y para deliciosas canciones de aroma folk como “Temporary ground”, “Entitlement” o “Alone in my home”. En general es el disco más variado, pero quizás en el que mejores canciones se incluyen. No suponen una transformación en ningún sentido pero convencen a los pocos despistados que pudieran quedar. Seguimos esperando una continuación a la altura, ya que su tercer disco en solitario, el bizarro Boarding house rearch, resultó algo así como un capricho o una forma de descolocar al personal con una experimentación extrema. Cosas de genio, y como tal seguimos confiando en su advenimiento.