No hay duda: quien llegue a Extremoduro a destiempo, lo tendrá más fácil siguiendo esta guía que ha preparado Juanjo Ordás para adentrarse en la discografía de una de las bandas más combativas y legendarias del rock patrio. Precisamente, la obra solista de su líder, Robe Iniesta, cobra protagonismo en el número 20 de Cuadernos Efe Eme, que puedes comprar y consultar aquí.
Selección y texto: JUANJO ORDÁS.
1. Tú en tu casa, nosotros en la hoguera (1989, Avispa)
Grabado con préstamos a modo de prehistórico crowdfunding y con muy pocos medios, Tú en tu casa, nosotros en la hoguera no es el disco con mejor sonido de Extremoduro (de hecho, sonar, lo que es sonar, es el que peor suena), pero tiene una pureza que hace de él un disco muy especial. No diremos inocencia, porque no sé hasta qué punto la palabra es excluyente respecto a lo que la banda significa, pero tiene esa frescura propia del que se mete en algo por primera vez. Además, contiene ni más ni menos que cuatro clásicos: “La hoguera”, “Extremaydura”, “Amor castúo” y el himno “Jesucristo García”. Todos cantos al amor, al sexo y al lumpen (también muy tangencialmente ecología y política) con sinceridad aplastante. En 1994 se reeditaría bajo el nombre de Rock trangresivo, remezclado y con el añadido de pistas, además de agregar canciones nuevas e incomprensiblemente quitar “Amor castúo”, uno de sus grandes temas. Esa es la versión que ha quedado para la posteridad.
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2. Deltoya (1992, DRO)
La primera obra maestra de Robe Iniesta (¿hasta qué punto es Extremoduro una banda? Complicada pregunta y compleja respuesta). En él encontramos un mejor sonido y a Iniesta brutalmente inspirado. De hecho, el disco contiene unos cuantos clásicos indiscutibles para los seguidores del grupo como “Sol de invierno”, “De acero” y “Papel secante”, además de dos clásicos del rock en español, directamente: “Ama, ama, ama y ensancha el alma” y la propia “Deltoya”. Algo muy interesante de este disco es que, profundiza mucho en la temática tratada tanto en el debut como en el segundo, Somos unos animales. Entre las drogas, el folleteo y el amor, ahora hay canciones dedicadas por completo a preocupaciones ecológicas y a la conciencia política. También caben la tristeza, el dolor y ¿cierta desesperación?
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3. Agila (1996, DRO)
Agila fue el mejor disco de Extremoduro hasta entonces y posiblemente hasta ahora, al margen de que los llevó hasta las multitudes que aún les siguen fielmente. Las raíces hay que buscarlas en el álbum comunal Pedrá (1995), una sola canción de treinta minutos de duración y distintas partes editada bajo el nombre de Extremoduro, pero en realidad un proyecto paralelo en el que, paradójicamente, se asentaron en gran parte las bases de lo que sería Agila. Con Iñaki “Uoho” de Platero y Tú comenzando a integrarse en las filas del grupo y tomando los mandos de la producción, las canciones de Robe Iniesta por fin suenan como nunca. Aunque contuviera piezas que han pasado al imaginario popular como “Buscando una luna” y “So payaso”, es aconsejable entender el disco como una sucesión de temas muy pensados y escucharlo entero y sin pausas. Absolutamente todo Agila es indispensable, estando basado en la experiencia, la sordidez y el amor (sórdido), todo hilado con alta y baja poesía.
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4. Canciones prohibidas (1998, DRO)
Otra de las mejores obras de Extremoduro. En lugar de repetir los esquemas del exitoso Agila, Iniesta graba un disco de carácter progresivo y riquísimos matices que saca adelante con gracias al trío formado por un Iñaki Uoho que se hace con multitud de instrumentos, el batería Cantera y él mismo, más consiguientes añadidos instrumentales que pasan por una sección de cuerda y la colaboración vocal de Fito Fitipaldi. Canciones prohibidas contenía la agresiva “Esclarecido” y dos canciones que también pasaron al recuerdo colectivo marcando generaciones: “Golfa” y “Salir”, esta última convirtiéndose en himno con el paso de los años.
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5. La ley innata (2008, Warner)
Lo apuntado en Canciones prohibidas se esfumó con Yo, minoría absoluta (2002), mucho más violento, crudo y directo, pero con La ley innata se retomó el carácter progresivo para hacer un disco sin mácula, aunque quizá difícil de abarcar con una sola escucha. La ley innata era exigente, con canciones largas y codas y motivos que se repetían enlazando el disco. No se trata de un disco alegre, sino de uno con un poso melancólico importante, cuarenta y cinco minutos distribuidos en seis canciones cuya intención recordaba levemente a Pedrá, aunque en el fondo y en (parte de) la forma no tuviera nada que ver con él. Si decíamos que es importante escuchar Agila del tirón, con La ley innata esto es norma. Si no prestas atención al disco, y te dedicas a él durante su duración, es imposible adentrarse en él.
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Anterior entrega: Cinco discos para descubrir a Nick Cave.