Con siete décadas de música a las espaldas y un legado histórico, B.B. King es conocido como el Rey del blues. Escoger solo cinco de sus trabajos más emblemáticos ha sido todo un reto para nuestro Doctor Soul, Luis Lapuente.
Selección y texto: LUIS LAPUENTE.
1.Live at The Regal (ABC, 1964)
A principios de los años sesenta, los responsables de ABC pusieron al servicio de B.B. King al arreglista Johnny Pate, un bajista y productor formado en el jazz que haría historia en los años sesenta con sus trabajos para Wes Montgomery y The Impressions. Sin embargo, las producciones de King no cambiaron en lo sustancial, acostumbrado como estaba el guitarrista a adornar sus canciones con vientos y adornos estilísticos prestados del jazz. Pate sí se dio cuenta enseguida, sin embargo, de que urgía presentar a King ante su público en su ambiente natural, el del concierto ante una audiencia negra, y le produjo el que muchos consideran aun el mejor directo de la historia del blues, el legendario Live at The Regal (1964), grabado en un famoso teatro del sur de Chicago integrado en el chitlin’ circuit. «Sabíamos que el primer tema siempre era “Every day I have the blues”, era nuestra firma y después ya íbamos improvisando según los gustos de B.B.», recordaba en un reciente documental uno de los miembros de la orquesta de King. Y así fue: aquella grabación fue un hito incandescente, una epifanía para decenas de jóvenes guitarristas blancos a lo largo de la historia, tipos como Eric Clapton, Mike Bloomfield, Alexis Korner, Elvin Bishop, Carlos Santana o Joe Bonamassa que encontraron allí el secreto de la piedra filosofal del blues.
2. Blues on top of the blues (ABC, 1968)
En los últimos años de la Década Prodigiosa, los responsables del sello ABC crearon expresamente para B.B. King el subsidiario Bluesway, y enfocaron sus grabaciones hacia un amplio espectro de aficionados, mayor que el habitual consumidor de blues clásico, aprovechando su tirón entre los aficionados al soul y el rock. Fueron sus años dorados, los más fértiles y de enorme impacto comercial, con álbumes extraordinarios como Blues on top of the blues y Lucille (1968), Live & well y Completely well (1969), Indianola Mississippi seeds (1970) y Live in Cook County Jail (1971). Probablemente merezca la pena destacar por encima de todos el primero de ellos, muy cercano al soul blues del gran Bobby Bland, que más tarde firmaría dos espléndidos directos con King. Destacan los pegajosos arreglos de vientos de Johnny Pate y un clásico mayúsculo de repertorio de B.B. King, “Paying the costs to be the Boss”. Para degustar en comandita con el inmediatamente posterior Completely well, donde apareció la versión original del histórico “The thrill is gone”.
3. B.B. King in London (ABC, 1971)
En 1971, B.B. King fue a actuar Londres y aprovechó para grabar en los estudios Abbey Road este álbum estupendo, una rareza injustamente minusvalorada y olvidada por los puristas, donde se sintió a sus anchas secundado por ilustres discípulos y admiradores blancos como Mac Rebennac, Steve Marriot, Klaus Voorman, Peter Green, Jim Gordon, Rick Wright, Jim Keltner, Gary Wright, Ringo Starr o el gran Alexis Korner, con quien interpretó un hermoso dueto instrumental (“Alexis boogie”), tocando la guitarra acústica por primera vez desde sus años mozos. Además, aquí se disfuta de una de las mejores versiones que jamás grabó del clásico “Caledonia”, así como tremendas descargas de soul firmadas por Clay Hammond (“Part-time love”) y Jerry Ragovoy (“Ain’t nobody home”). Poco después, King grabaría uno de sus mejores directos (Live in Cook County Jail, 1971) y, ya en los estudios Sigma Sound de Filadelfia, el álbum To know you is to love you (1973) en una onda más soul, con el ingeniero de sonido Joe Tarsia y músicos de soul y funk como Dave Crawford, Earl Young, Ronnie Baker, Norman Harris, Vincent Montana Jr., Andrew Love, Wayne Jackson y el mismísimo Stevie Wonder, uno de cuyos temas dio título al elepé.
4. One kind favor (Geffen, 2008)
Los viejos blues siempre vuelven y el gran patriarca del género, el que había guardado sus esencias desde muy pequeño, decidió despedirse de sus fieles con este portentoso álbum, el último de su carrera, producido por el gran T-Bone Burnett y secundado por amigos como Jim Keltner y Dr. John. B.B. King abandonó su zona de confort en este disco áspero y oscuro como un daguerrotipo tenebrista de la América Profunda y al fin pudo cerrar el círculo que abrió muchos años atrás en los campos de algodón de Misisipi, rindiendo homenaje a sus héroes de juventud Lonnie Johnson y Blind Lemon Jefferson en conmovedores blues sureños como “Tomorrow night” o en piezas estremecedoras y premonitorias como “See that my grave is kept clean”. Seis años después apareció en público por última vez, en el House of Blues de Chicago. Como recogimos en el número 20 de Cuadernos Efe Eme, en el completísimo artículo “La vida y la obra del gigante del blues: B.B. King”, esa noche su banda calentaba el ambiente y cuando salió a escena se sentó y de repente se quedó con la mirada perdida, cogió a Lucille, se la descolgó y la colocó con las cuerdas hacia abajo en una banqueta, sin saber qué hacer. Se había olvidado de todo. Fue su viejo amigo y director de su orquesta, James Boogaloo Bolden, quien se dio cuenta de lo que pasaba: le ayudó a guardar a Lucille en su caja, le tomó del brazo, ambos saludaron al público, y se lo llevó a los camerinos. Allí, King le dijo: «Boogaloo, has estado muchos años conmigo, me conoces bien y nunca me has oído decir esto: “Estoy acabado, es el final”».
5. King of the blues (MCA, 1992)
En 1992, la compañía MCA, heredera de ABC, publicó una suculenta antología de cuatro cedés titulada King of the blues, una caja repleta de clásicos de todas sus etapas y de algunas rarezas, imprescindible para entender en una formidable panorámica el legado inmortal del legendario guitarrista, desde sus últimas y numerosas colaboraciones con artistas de otros géneros hasta su primeriza memorable versión del clásico de Lowell Fulson “Three o’clok blues” y de otras canciones canónicas de sus primeros años en el sello de los hermanos Bihari, muchas de ellas firmadas en comandita con ellos, una práctica habitual entonces en el blues y el rythm and blues, desvelada luego por el propio King: «Si te fijas en los créditos de mis primeras canciones, como «Sweet little angel», «Three o’clock blues» y «Ten long years», verás mi apellido al lado de nombres como Joe Josea, Jules Taub o Sam Ling. No existieron esos tipos, eran pseudónimos de los Bihari que les permitían reclamar la mitad de los derechos de autor para ellos». Un cofre que explica perfectamente por qué B.B. King fue siempre un príncipe de la elegancia y de la concisión: muchos músicos denominan BB Box a una sección concreta del cuello de la guitarra, como un homenaje a esa gloriosa manera de tocar del Rey del blues. Generalmente, la BB Box se ubica desde el traste 10 al 12, dependiendo de la clave de la canción, porque ahí es donde King tocaba la mayoría de los acordes de guitarra.
Bonus track: The thrill is gone, con Sid Seidenberg y Bill Szymczyk
La relación entre King y Seidenberg, inmutable a lo largo de decenas de años, es insólita en un negocio tan complicado y volátil como el de la música popular. «Tenemos la misma edad», dijo B.B. en su autobiografía, «y tenemos también algunos de los mismos problemas de salud con las rodillas y las piernas. Cuando nos reunimos por primera vez en 1967, me dijo que me daría un dólar si yo se lo pedía y que esperaría que se lo devolviera si yo se lo pedía prestado. Es un tipo transparente y honesto, estamos hechos de la misma pasta y quizá por eso somos tan buenos amigos. Es mi mejor amigo y no hay mejor mánager para un artista que su mejor amigo».
Fue Seidenberg quien le impulsó a grabar en 1970 el clásico “The thrill is gone”, un blues añejo de Roy Hawkins completamente remozado por la producción de Bill Szymczyk y los arreglos de Bert de Coteaux, que acertaron a colocar en primer plano una frondosa capa de violines, añadiendo intensidad emocional al fraseo de la guitarra de King y a la propia historia que se narraba.
Ese formidable secreto se revela en todo su esplendor cuando suenan las notas de, por ejemplo, “Three o’clock blues” o “The thrill is gone”: la increíble economía de medios, la exactitud de los acordes, ni sobra ni falta nada, casi parece que los dedos sobrevolaran perezosos las cuerdas de su guitarra, no importa lo íntimos o lo frenéticos que parezcan sus blues, siempre aparecen con la misma elegancia, la misma falta de impostura, la misma natural sutileza, la misma concisión, como si en esas canciones no importara exhibir la tristeza o la desesperanza, como si por encima del ensordecedor griterío de otros artistas que se afanan en hacer patente su rabia y su desamparo primara un sentimiento intangible de entereza moral y delicadeza espiritual, un frugal sentido del clasicismo, un especial latido ecuménico que trasciende el blues y toda la música negra, sublimándolos en una creación universal.
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Anterior entrega: Cinco discos para descubrir a Jack White.