Xoel López, definitivamente, ya no es Deluxe. Xoel reside en Buenos Aires y en los últimos meses ha estado tocando en diferentes lugares de Sudamérica. Hace unos días recaló en Bogotá. En esta impagable y pormenorizada crónica de aquellas jornadas, firmada por uno de los organizadores de sus conciertos en la capital colombiana, se desvela en qué anda Xoel López y cuáles pueden ser sus planes para el futuro.
Texto: UMBERTO PÉREZ.
Fotografías concierto: ANDRÉS WOLF.
Fotografía Monserrate: ROT_OSCOPIA.
Xoel López está solo en el escenario del Astor Plaza, un viejo teatro bogotano que hasta los años ochenta proyectaba las películas más taquilleras de Hollywood, y que después la ruina y de ser rescatado de las garras de las sectas religiosas, se ha convertido en uno de los lugares más importantes para conciertos en la capital colombiana desde mediados de esta década.
El escenario está oscuro, apenas una luz tenue baña a Xoel que se acompaña de una guitarra folk, un juego de cinco o seis armónicas y una pandereta para pie que él mismo ha adaptado para tocar con su pie derecho. Viste una camisa azul claro a cuadros, vaqueros color ocre y tenis azules, que sumados a su delgadez, su barba hirsuta y sus anteojos, hacen que parezca un chico buscando buena fortuna en algún café del Greenwich Village. Y podría serlo, pero no. Lo que en verdad busca Xoel López es volver a la esencia de la canción, al estado puro de la misma, y ha decidido hacerlo en el continente americano en su plenitud.
DELUXE QUEDÓ ATRÁS
A finales de 2008 Xoel cerró una etapa tan exitosa como abrumadora. En menos de diez años se había convertido en una de las principales figuras del pop y del rock español bajo el seudónimo de Deluxe. Iniciando en la carretera de la independencia y en lengua extranjera –por cosas de la juventud me confesará–, fue mutando hasta asumir el rol de un singer-songwriter brillante y prolífico que llenaba cualquier sala donde se presentaba. Pero el movimiento –factor fundamental en su proceso creativo– se fue estancando hasta hacerlo sentir encerrado. La solución fue detenerse, mirar hacia otros horizontes, ir hacia ellos para tomar nuevos aires y probar nuevas sensaciones a partir de la calma o la locura americana.
Entonces, en una huida hacia delante dejaba atrás la rutina ciega de una estrella de rock, que va desde la grabación de discos, promoción, entrevistas y giras, hasta el oficio extra de la “opinología”; y en su caso dejaba atrás a Deluxe, una parte de sí con la que no se sentía muy cómodo desde hacía algunos años.
Después de residir varios meses en Buenos Aires, visitar Santiago de Chile, arribar a Nueva York y hacer un concierto al otro lado de los Estados Unidos, en San Francisco, Xoel ya está en Bogotá. Ha llegado con su amigo, el increíble pintor coruñés Jorge Cabezas y esperan llegar a una ciudad en la que –según Google– todo el tiempo llueve. Y sí, más o menos es así. Los de acá rogamos al cielo para que se mantenga abierto los cinco días, en los que los este par de gallegos pararán a conocer un poquito de Colombia, en medio de los tres conciertos que hemos conseguido para Xoel.
Han pasado un par de meses, o quizás un poco menos, desde que le escribí a Xoel por primera vez contándole del interés que teníamos en que viniera a tocar. Mi hermano, el fotógrafo Andrés Wolf, lo conoció en septiembre pasado y le manifestó que unos cuantos “frikis” bogotanos amábamos su música. Él, Deluxe en ese momento, le confesó que para 2009 tenía planeado tomarse un año sabático en el continente americano y que de ser posible le encantaría visitar Colombia. Medio año después estoy hablando en pasado de la visita de Xoel al país.
EN BOGOTÁ
Andrés Correa, quizás el cantautor bogotano más importante de la última década en la escena independiente, es el eje central de todo el andamiaje para que Xoel haya venido. El pasado 8 de mayo celebró su carrera musical con el lanzamiento de un disco que contiene sus mejores canciones de sus cuatro álbumes en estudio. El concierto realizado en el Teatro Astor Plaza fue la excusa perfecta para que el público capitalino conociera a Xoel y viceversa.
Realizar un concierto para un artista independiente –y además cantautor– en Bogotá es un poco difícil, y más aún, si no se cuenta con la experiencia para hacerlo, como en este caso. Sumado a eso debíamos organizar una mini-gira con sus respectivas comodidades para Xoel y Jorge. Debo mencionar que en la visita de Xoel no hubo intermediarios, ni agencia de managment, ni disqueras, ni booking, ni nada. La burocracia no tuvo cabida en esto. Xoel pagó sus pasajes de avión y vino porque quiso. Jamás se habló de pagos ni de comisiones y nunca de dinero, sólo apenas para comparar el precio de una cajetilla de cigarrillos en Bogotá, Madrid y los States.
Con pequeñas ayudas de amigos conseguimos un lindo hostal en el centro histórico de Bogotá, un pequeño café-bar en La Macarena –barrio céntrico de artistas e intelectuales– y un bar indie en Chapinero –reconocido sector bogotano por su actividad nocturna e inseguridad–. Ya teníamos el hotel y los tres lugares en los que Xoel tocaría. Todo lo demás, es decir, quién acompañaría a Xoel y a Jorge, cómo se movilizarían, qué comerían y a dónde irían, lo fuimos solucionando a la vez que avanzábamos en la ejecución del concierto en el Astor Plaza.
Nunca, ni yo ni mis amigos habíamos organizado un concierto de tal magnitud, apenas pequeños conciertos para Andrés Correa o algún otro de los cantautores que hacen parte de la Fundación Barrio Colombia –una joven organización que busca publicar y promocionar las obras de artistas independientes. Pero cuando tuvimos a disposición el teatro no dudamos ni un segundo en hacer uso de él. Tan sólo que no imaginábamos la locura que significa armar un concierto grande en Bogotá: cláusulas, impuestos, venta de boletería, alianzas estratégicas con medios, socios patrocinadores, difusión, publicidad en prensa, publicidad callejera, contacto con entidades gubernamentales, entender en qué consiste y cómo funciona cada una de esas cosas en un estado ideal, y comprender y aceptar cómo se desarrollan en la realidad es adentrarse en un huracán del que sólo se sabe terminará cuando se cierre el telón y se enciendan las luces nuevamente.
COMO UNA CITA A CIEGAS
Un par de días antes a la llegada de Xoel a Bogotá, lo entrevisté para la radio digital Cortesía de la Casa. Veníamos buscando esa entrevista con mucha anticipación pero los viajes de Xoel y mi torpeza la habían hecho imposible hasta entonces. Sólo hasta esa tarde y después de hacer esperar a Xoel una hora, entendí que Nueva York tiene una diferencia horaria de más uno respecto a Bogotá. Pero todo desde el intercambio de e-mails fluía de maravillas. En la entrevista nos contó de su actual estado de liberación, de lo bien que le estaba sentando Suramérica y de la expectativa que le generaba venir a Colombia. Al final Xoel hizo un simpático símil entre nuestro contacto y una cita a ciegas; primero los correos electrónicos, luego una llamada y finalmente el encuentro “tête-à-tête”.
El jueves 7 de mayo a las 6:30 de la tarde Andrés Correa y Xoel López tienen una entrevista en una reconocida emisora universitaria. Andrés y yo estamos ultimando detalles del concierto y vamos tarde para la cita. Mi hermano y Xoel llegarán temprano, será un encuentro enrarecido por el ambiente mediático. Y en efecto, llegamos tarde, ellos ya están allí, Xoel está afinando la guitarra y mi hermano conversa con él mientras que un par de chicas amigas nuestras registran todo en vídeo para un futuro documental sobre la locura del 8 de mayo.
Andrés y Xoel se reconocen gracias a la Internet, se saludan cordialmente y el colegaje hace que todo fluya por buen cauce. En cambio mi saludo con él es formal. Luego viene la entrevista con un par de periodistas que apenas pueden pronunciar su nombre; pero Andrés Correa es un viejo amigo de la casa y se encarga de mediar entre cierta ignorancia de las periodistas y la disponibilidad plena de Xoel para explicar cosas tan obvias como que él y Deluxe son una misma cosa. Igual él lo volverá a explicar a la mañana siguiente en una de las emisoras de la radio nacional con mayor audiencia, y también como esa noche, volverá a interpretar la versión completa e inédita de “Quemas”.
A la salida debemos ir hacia el pequeño café-bar que hemos conseguido para que Xoel toque por primera vez en Colombia y se sienta como en casa en medio de todos los “frikis” que nos sabemos sus canciones. En el camino Xoel saca un cigarro y le pido uno. No me escucha. Mi hermano replica con confianza amiga: –Xoel, que le regales un cigarro a mi hermano. Xoel se detiene. Me pregunta que si yo soy con quien se ha comunicado todo este tiempo. Asiento con mi cabeza. Él abre los ojos y mientras me dice que no entendió quién era yo cuando llegamos a la emisora con Andrés, me da un abrazo inesperado y luego me pasa un cigarrillo. Entiendo de inmediato la generosidad que lo habita. De inmediato empezamos a conversar sobre discos, canciones y músicos. La cita a ciegas al parecer resulta perfecta.
En el bar lo esperan entre veinte y treinta personas. Todos tratan de disimular a su llegada pero la emoción y la alegría de tenerlo frente a ellos se revelan en sus caras fácilmente. Jorge Cabezas, que descansaba en el hotel, llega para que vayamos a cenar, y mientras comemos pizza en una mesa para treinta personas, Jorge aguzadamente le pregunta a Xoel si alguna vez había cenado con todo su público. Las carcajadas se apoderan de la mesa. Empiezo a entender que la comunicación entre ellos dos está mediada por un fino sentido del humor. Durante cinco días junto a ellos no habrá posibilidad para que la tristeza ocupe el lugar de la risa y menos el de la sonrisa.
Ya en el bar Xoel me comenta que quiere tocar lo que nosotros le pidamos y yo le respondo que no, que yo quiero que él toque lo quiera. Su primer concierto en Bogotá comienza con “Es verdad”, canción que acomoda a su “nueva” estética folkie; entonces todo el encaje de rock, pop o soul con el que ha vestido a sus canciones se reduce a la mínima expresión, tal como él lo tiene pensado. El buen oficio de cada una de sus canciones –algunas rayan la perfección– hace que sea la canción y no el formato lo que importe, así, cada canción que va brotando esa noche trae consigo la esencia de un cantautor puro que no concibe otro quehacer en la vida que escribir canciones.
Pero otra cosa a la vez va quedando clara, el espíritu de Xoel López también ha abrevado en las aguas del rock and roll y pese que sólo se “defienda” con una guitarra acústica, una armónica y una pandereta de pie, cada interpretación se va cargando de una fuerza incontenible que se desborda al final con un solo de armónica o de guitarra que se enciende con la poderosa voz de López que domina con arte y maestría. Si al principio creíamos ver a una especie de Bob Dylan a punto de conquistar el mundo al final teníamos una mezcla entre el Neil Young desatado de los Crazy Horse pero sin ellos y el John Lennon en plena terapia del grito primario.
SEGUNDO ASALTO
Dos noches después Xoel está frente a un público un poco más numeroso, pero no tan grande como el de la noche anterior en el Astor Plaza. Y aunque ha conquistado centenares de corazones, un problema en la comunicación impide que sean más de sesenta personas las que lo acompañen en su último concierto.
Pero eso es lo de menos. A eso de las diez de la noche Xoel se vuelve a calzar la guitarra, la pandereta y la armónica y da inicio a la ceremonia con “Historia universal” seguida de una versión escalofriantemente hermosa del clásico mexicano de Tomás Méndez “Cucurrucucú paloma”. La noche es especial y diferente de las anteriores. A Xoel se le nota más suelto –y eso es mucho, ya que suelto ha estado desde que llegó–, juega con sus propias canciones, las enlaza con clásicos de Serrat, Dylan, Edith Piaff y los Beatles. Algo adentro suyo está pasando.
En el repertorio de esa noche –aunque nunca hubo libreto– sorprende su versión acústica de “Perlas ensangrentadas” de Alaska y Dinarama, la gente lo acompaña gritando “flores” en los momentos precisos de la canción y el pub rebosa de alegría cómplice. En efecto, la noche entera es diferente y Xoel ejecuta a la perfección piezas indispensables de su cancionero. Canciones como “De tanto callar” (única vez en Bogotá), “Los días fríos”, “El cielo de Madrid”, “Tendremos que esperar”, “Rostro de actriz”, “Yo ya te conozco”, de Lovely Luna, y “Ver en la oscuridad” suenan hermosas despojadas de todo barroquismo, suenan hermosas desnudas.
Cuando se ve venir el final alguien atrás grita pidiendo “Réquiem (No fui yo)”, Xoel se detiene y explica que canciones como esa y “Adiós corazón” no las está tocando ya que requieren de toda la banda para que suenen como deben, entonces hace una pausa y espeta: –pero podemos probar que tal sale–, la versión resulta más que estupenda, y la comunión entre Xoel y el público ayudan a que así sea. Lo que parece un sueño termina con “Fin de un viaje infinito”, la última canción de su último concierto en la capital colombiana. Xoel está empapado de sudor y rebosante de alegría. La gente también.
LAS ÚLTIMAS HORAS
La última tarde que Jorge y Xoel están en Bogotá es tranquila. Al igual que los días anteriores el clima abona un poco a la calidez del encuentro, y aunque lloviznó durante breves instantes, el sol se ha impuesto sobre los cerros bogotanos. Después de acompañar a Xoel a comprar algunos discos y uno que otro instrumento tradicional –Andrés Correa le ha regalado un cuatro– estamos en el hotel. Mientras el maestro Cabezas pinta obras con marcador sobre billetes de mil pesos colombianos –0.50 dólares aproximadamente– para los amigos, Xoel y yo hablamos de todo un poco, pero sobre todo de música.
Desde que nos conocimos personalmente la música ha sido el cable conector. Pillo que en el viaje está leyendo una biografía sobre Brian Wilson y los Beach Boys, coincidimos en que la obra del genio de California no es el resultado de la pesadilla interna que vive. Hablamos de los Beatles, de Dylan, de Serrat, de Bowie, de Veloso; en otras palabras, hablamos de cosas fundamentales para nuestras vidas. Compartimos la idea de que ni Radiohead, ni Sigur Rós, ni el nuevo folk anglosajón, ni cosa parecida, se acerca al grandioso sonido de los años sesenta y setenta ni a las sensaciones que produce.
Aprovecho para preguntarle por su estado actual y me cuenta que es uno de sus mejores momentos. Sabiamente ha tomado la decisión de alejarse del mundo de la fama para guardarse en el calor del hogar, de los amigos, de las canciones y de una geografía buena que le ha hecho descubrir que extraña a Galicia por sobre Madrid.
Durante este viaje Xoel ha diseñado los carteles virtuales de sus conciertos. El que ha hecho para Bogotá tiene escrita una expresión particular: “Desde España llega el trovador posmoderno a Bogotá”. El término “trovador posmoderno” surgió espontáneamente en una entrevista que Xoel concedió a un medio chileno, pero casualmente es el que mejor se ajusta a sus nuevos días, en los que, como los antiguos juglares va de pueblo en pueblo –en este caso, de urbe en urbe– cantando alguna historia y apropiándose de otra para hacerla canción.
Xoel López está solo en el escenario del Astor Plaza, un viejo y hermoso teatro bogotano. El silencio es penetrante. Atrás de él, unas imágenes se van mezclando de forma sinuosa mientras acompañan a sus canciones –es sorprendente cuánto amor hay por él en Bogotá; las chicas que conforman el colectivo Rot_oscopia, le han regalado dicha mezcla audiovisual para este concierto. Antes de que Xoel subiera al escenario, el proyecto musical El Sueste ha hecho su debut oficial sorprendiendo a todos con una fina fusión de porro –ritmo de la costa caribe colombiana– y elementos de la música electrónica. Después de López, Andrés Correa y su banda harán lo propio con canciones que de a pocos empiezan formar parte del imaginario bogotano. Pero ese instante en el que Xoel está arriba es especial y extraño. Más de 500 personas prestan particular atención a un joven coruñés dado a la fuga, que por cosas del destino –por no decir, de sus canciones– ha recalado en Bogotá.
El genio y el ingenio de López quiebran rápido alguna posible tensión entre él y el público. Hace mofa de lo ridículo que se ve caminando con una pandereta en el pie e introduce sus canciones con gracia para un público que desconoce lo largo y ancho de su obra; pero curiosamente las tres canciones nuevas que interpreta logran detener el tiempo en un instante. “Rosa” es la primera de ellas, una historia preciosa, romántica y conmovedora de una chica que sueña los sueños de Edith Piaff. De haber entendido bien, creo que esta canción hace parte del nuevo disco de Lovely Luna, próximo a estrenarse en España.
Otra de las canciones se llama “Joven poeta”, y es a la vez, un agradecimiento y una súplica descarnada a los artesanos de la palabra –como él. La última que tiene como “working title” “Hombre de ninguna parte”, es la más cercana en el tiempo y el espacio y una clara referencia a la experiencia americana de Xoel; en ella dibuja un hermoso paisaje del trópico y a su gente mientras evoca a los Beatles. Las sensaciones y la emoción que la belleza de la canción produce en el público son indescifrables y poderosas. Xoel termina con “Quemas”, recibe aplausos cerrados y se pierde tras el telón.
Los aplausos y los gritos ascienden hasta el techo, él vuelve y sintoniza de inmediato con la energía que bulle en el teatro. Arranca a cantar “El amor valiente” e incita al público a que lo acompañen a cantar “qué es lo que está pasando… qué es lo que está pasando…”. Sin darse cuenta, lo que está pasando en ese justo momento es que él y sus canciones se acomodan majestuosamente en el corazón de cada uno de los presentes, que tampoco se dan por enterados del suceso.
En el camerino, después de subirse a tocar con Andrés Correa y la banda las canciones “Reconstrucción” y “Ventana indiscreta” –esta última del repertorio propio de Andrés–, Xoel no suelta la guitarra, está contento –no lo he mencionado pero debo decir que a él siempre se le ve así, contento– y no es el único; Jorge y yo sabemos que ha pasado algo bueno. En medio de la alegría y el vino, Xoel celebra con magníficas versiones de “Sangri-La”, de los Kinks, y “All things must pass”, de George Harrison, como recordando sin quererlo que las cosas sólo duran mientras ocurren.
Antes de salir para el aeropuerto, Xoel me confiesa con gratitud que lo de Bogotá ha sido inesperado y sorprendente, y que aunque sólo fueron cinco días, bastaron para saber que quiere volver pronto. Sin la urgencia de concebir su primer disco como Xoel López y con toda la calma del mundo para hacerlo a su manera, Xoel sólo sabe que en 2010 residirá en Buenos Aires y que seguirá aprendiendo de ese estado natural al que bien le ha puesto nombre, la reconstrucción es permanente.
La luna aparece llena y enorme en el cielo bogotano, la ciudad empieza a enfriarse, se hace tarde y Xoel López, el trovador posmoderno, el hombre de ninguna parte, debe volver al norte a cantar a otros mundos. Al fin y al cabo ese es su oficio.
En este vídeo puedes ver a Xoel López intepretando «Joven Poeta» en Bogotá: