“Suavizaron los desafiantes contornos del punk ortodoxo, adoptaron métricas y ritmos del rock alternativo y consiguieron meterse a la crítica en el bolsillo”
En 2019 Bad Religion cumplirán cuarenta años de historia. Una larguísima carrera de estos autoproclamados pioneros del hardcore melódico, iniciados entre el punk y el rock de finales de los 70, cuyos aciertos (y posibles fracasos) recoge Sara Morales.
Texto: SARA MORALES.
«El hombre primitivo se fue, mientras el hombre actual tomaba el control.
Sus mentes no fueron las mismas, pero conquistar siempre fue el gran objetivo.
De este modo construyó su gran imperio y masacró a su propia especie.
Luego él murió como un hombre confundido;
se había aniquilado así mismo con su propia mente».
‘We’re only gonna die’, “How could hell be any worse?”, Bad Religion.
Era 1981 y la banda angelina, fundada tres años antes, se adelantaba a los tiempos esparciendo verdades como esta que se esconde en ‘We’re only gonna die’, uno de sus primeros temas y, desde entonces, asumido como una de sus insignias. Cuarenta inviernos llevan ya de camino como perros viejos del punk rock, abanderando la old school del género, encarnando una y otra vez sus propios renacimientos como grupo con una dignidad revitalizante y dieciséis discos atestados de perlas que reivindican consignas sociales de un pasado y un presente sin caducar.
Desde aquel año en que se presentaban al mundo con su álbum debut, «How could hell be any worse?», hasta 2013 cuando lanzaron el último trabajo de estudio que tenemos de ellos —»True north»—, han liderado una escena californiana que por aquel entonces habitaba en los subgéneros del punk, y decidió contar con Bad Religion como los primeros pobladores de una vuelta de tuerca al hardcore. Lo hicieron junto a bandas amigas como Dead Kennedys, Circle Jerks, The Adolescents o Minutemen; pero hoy son de esos pocos supervivientes que se mantienen intactos a pesar del paso de un tiempo que los ha llevado a dar tumbos, pero también los ha hecho más sabios.
Estas son las claves de su permanencia.
1. De camino al mainstream
No fue hasta recién entrada la de década de los noventa cuando, en pleno auge mundial del punk rock californiano, bandas de primera línea comercial como Rancid y Offspring consiguieron redirigir la mirada del público masivo hacia el sonido que venía de la costa oeste. Al hacerlo, la multitud se topó con propuestas como la de Bad Religion, cuyos orígenes varados en el punk de los setenta (con influencia de The Germs y Black Flag) los había anclado en una escena con ansias de detonación aunque inmóvil en los parámetros del underground.
Por fin el mundo parecía empezar a prestar atención a aquel sonido, y los grupos que lo habían engendrado y lo abastecían casi en silencio desde hacía años tuvieron la oportunidad de dar el gran salto. Los integrantes de Bad Religion —con el cantante Greg Graffin y el guitarrista Brett Gurewitz a la cabeza— no lo dudaron. En 1993 firmaban por primera vez con una multinacional, Atlantic, con la que comenzaron a editar discos con los que lograron el reconocimiento mundial. «Recipe for hate» (1993) y «Stranger than fiction» (1994), los dos primeros, fueron un antes y un después en la carrera de la banda. Suavizaron los desafiantes y abrasivos contornos del punk ortodoxo, adoptaron métricas y ritmos del rock alternativo y consiguieron, como los grandes conocidos, meterse a la crítica y al público en el bolsillo. Desde aquel momento siempre se les tendría en cuenta, aunque les costara que buena parte de sus monaguillos más acérrimos les tacharan de «vendidos».
2. Guerra y paz de titanes
La gracia creativa y compositiva de Bad Religion que ha coexistido siempre entre dos de sus miembros ha sido parte de su éxito y encanto innatos. Por un lado, Greg Graffin, frontman y voz principal, que encara la constancia, la lealtad y el bagaje de cuatro décadas ininterrumpidas al frente de la banda a la que nunca ha abandonado. Por el otro, el carismático guitarrista Brett Gurewitz —conocido como Mr. Brett—, portador de la fuerza en newtons de riffs y que, tras varias etapas de excesos, algunas diferencias internas y el afán de volcarse en su otra parcela como dueño del sello Epitaph —que en aquel momento se encontraba asistiendo al despegue del «Smash» de The Offspring—, desertó de Bad Religion durante siete años y cuatro discos. Aquel período (de 1994 a 2001) se ha interiorizado popularmente como una de las etapas más opacas y obstruidas del grupo en la que, además de que ninguno de los trabajos publicados brillaron especialmente, los fans jamás perdonaron la marcha de Gurewitz. Con él se había llevado también la alianza que tuvieron desde sus inicios con su discográfica (Epitaph), por lo que debieron resignarse a las exigencias de Atlantic que no trajeron consigo ni críticas demasiado positivas ni grandes ventas después de 1994.
Con la llegada del nuevo siglo, ya en 2001, Mr.Brett decidió volver y trajo consigo de nuevo el contrato con Epitaph, el retorno a las formas de siempre, la vuelta al sonido matriz de Bad Religion y la grabación de un nuevo disco, «The process of belief» (2002), que levantó todas las alas de la expectación fanática debido a que las piezas del puzzle volvían a estar en su sitio.
3. Tres álbumes para la historia
Aunque minimizar la dilatada trayectoria de Bad Religion a unos pocos discos se aleje de la justicia, bien es cierto que hay tres de ellos que escoltan, por encima del resto, la posición de los californianos en el podio del punk rock norteamericano. El primero es «Suffer», su tercer álbum, publicado en 1988. Un trabajo que obtuvo muy buen recibimiento de la crítica del momento, pero que nunca consiguió un puesto en los charts de Billboard a pesar de que influiría decisivamente en numerosas bandas de punk y new wave. Supuso un importante punto de inflexión en el sonido punk rock de Los Ángeles gracias a una personalísima y pionera combinación con melodías folk, que trazó temas históricos como ‘Do what you want’ o ‘What can you do?’. Todavía hoy es considerado como uno de los mejores discos de punk de los 80.
En 1993 llegó su siguiente emblema discográfico, «Recipe for hate». La séptima referencia de su carrera sí consiguió colarse en las listas de ventas gracias a canciones redondas como ‘American Jesus’ o la propia ‘Recipe for hate’, sin olvidar que uno de los detalles más valiosos del álbum reside en el tema ‘Watch it die’ por la contribución vocal de Eddie Vedder de Pearl Jam.
El tercer trabajo crucial el ya mencionado «Stranger than fiction» (1994). Supuso el primer disco de oro del grupo en Estados Unidos con un significativo salto mediático —cabe recordar que para este álbum ya contaban entre sus socios a las gentes de Atlantic—, y también fue el último álbum grabado con Gurewitz antes de su partida. Cuenta con varias colaboraciones de lujo, entre ellas la de Tim Armstrong de Rancid y la de Jim Lindberg de Pennywise, y la inmortalidad de canciones como ‘Infected’, una renovada ’21st Century (Digital boy)’ —que vio la luz por primera vez en el disco de 1990 «Against the grain»— o ‘Incomplete’ han catapultado el trabajo a la liga de los imprescindibles del género de todos los tiempos.
4. Simbolismo y crítica social
El espíritu combativo de Bad Religion nunca ha sido puesto en tela de juicio porque no existe una sola canción de todo su repertorio sin connotaciones críticas hacia el sistema o las situaciones de desigualdad. Diatribas contra la religión y la política, el desencanto social o la xenofobia y siempre en pro de los derechos humanos, la salvaguarda del medio ambiente, la educación y el antibelicismo. Humor negro y sarcasmo para expresar también, en algo más de tres minutos sonoros, experiencias personales sobre el individualismo, las drogas, sentimientos ideológicos y formas de vida adheridas a la responsabilidad social.
Sus metáforas y símbolos verbales abordan un sinfín de reflexiones universales que atacan sin paliativos a lo establecido, como ya lo hacen desde su emblemático logotipo desde el principio de los tiempos, conocido como «Crossbuster», diseñado por Gurewitz y que representa un guantazo en toda regla al conservadurismo.
5. Padres del hardcore melódico
Aunque las influencias de Bad Religion se asientan en muy buena parte sobre los moldes de los años 70 con bandas como los Ramones, The Germs, los Clash o MC5, y han reconocido en múltiples ocasiones que el gusto por los Beatles es la única coincidencia musical de todos sus miembros, en sus inicios debieron lidiar con el contexto que les tocó vivir para distinguirse y poder así escapar a la norma.
Eran tiempos del imperio hardcore punk en aquella California de principios de los ochenta cuando comenzaron a caminar como banda. Y ellos, que arrastraban cierto gusto por las bases más acompasadas y armoniosas, se aventuraron sin premeditar a la creación de un nuevo subgénero del que se proclamaron pioneros: el hardcore melódico. Este, aunque de la naturaleza del hardcore puro y duro conserva el ritmo acelerado y una base de guitarras coléricas, suma una melodía más notable y mima con delicadeza el aspecto rítmico de la composición y la voz. Por eso, aunque la esencia de las canciones de Bad Religion es punk, su escucha ni es tan incisiva ni tan esquizoide como puede prejuzgarse por la propia naturaleza del género. Buscan una interiorización menos agresiva y más pegajosa de las canciones que logran con los conocidos y autodenominados ‘Oozin ‘Aahs’, esa genuina extensión de sus armónicos vocales normalmente en tres partes diferenciadas bajo la incorruptible voz de Greg Graffin.