LA ESPUMA DE LOS DÍAS

Foto: COLUMBIA RECORDS (Wikipedia).
«Un caso excepcional de autodidacta sensible y consciente de sus límites humanos y de sus cualidades artísticas, un hombre adiestrado en la construcción de un universo personal rico y fascinante»
El mundo es un lugar peor sin músicos como Bill Withers, Terry Callier o Bill Fay, la antítesis de Donald Trump, Elon Musk o Roy Cohn, el pérfido abogado que asesoró a Trump en los años setenta, cuyas andanzas se cuentan en el film The apprentice, dirigido por Ali Abbasi en 2024.
Una columna de LUIS LAPUENTE.
Foto: COLUMBIA RECORDS (Wikipedia).
El arte de la guerra, escrito por Sun Tzu hace más de dos mil quinientos años, es uno de los libros más deslumbrantes de la historia, un formidable y hermoso ejercicio de introspección que lo mismo sirve como manual de resistencia frente a la adversidad, que como compendio de sabiduría bélica, mística o ascética. En una de sus páginas se advierte que «habrá caminos que no se deban recorrer».
Sun Tzu me lleva a otro de los más lúcidos escritores musicales de las últimas décadas, Ted Gioia, que reflexiona en una reciente entrada de su excelente blog The honest broker sobre esos caminos que deben o no deben recorrerse: «La gente del negocio del queso tiene un lema muy útil. Es sencillo y fácil de recordar: “Véndelo o huélelo”. Ignorar ese sabio consejo sale muy caro. Todos los quesos se convierten en queso azul si los conservas demasiado tiempo. Muchos otros negocios se parecen al comercio del queso, especialmente en la economía cultural. Las películas pierden su poder de atracción a los pocos meses, o incluso semanas. Lo mismo ocurre con la música y los libros nuevos. Pero el periodismo es el peor de todos. Empieza a oler mal al cabo de unos días. Incluso se puede oler su penetrante aroma en la web. Por eso, la mayoría de los periodistas evitan volver sobre historias pasadas. Es mejor enterrarlas y olvidarlas. Sí, hay una buena razón por la que los periódicos llaman a sus archivos la morgue. Yo reviso regularmente artículos anteriores. Quiero ver lo que hice bien y lo que me perdí, pero sobre todo quiero saber qué pasó después. El epílogo es a menudo más interesante que la historia original».
Hoy celebramos en La espuma de los días caminos que se deben recorrer con pasión y sabiduría, aquellos que conducen al fondo de nuestros sentimientos más profundos, los que nos devuelven a la vida, casi siempre entroncados con la música, ese misterio maravilloso que nos hace despertar una y otra vez, buscando nuestro lugar bajo el sol, la música, «un refugio contra las inclemencias del mundo exterior o contra los fantasmas interiores», como escribe Juan Puchades en su editorial para el último número de Cuadernos Efe Eme. Como cantaba el añorado Kevin Ayers en el clásico “Stranger in blue suede shoes”: «Quiero salir y empaparme del sol y la lluvia, y sentir de nuevo el viento sobre la piel; el mundo es grande y todavía tengo tiempo».
Dentro de unos días se cumplen cinco años de la muerte de Bill Withers (1938-2020), a causa de un problema cardíaco. Fue el 30 de marzo de 2020, en plena explosión de la pandemia por la COVID-19. Desvencijado por el horror que estábamos viviendo aquellos días, abrumado por el miedo, la presión y la rabia que me atenazaban a diario cuando iba a trabajar al centro de salud, desdoblé entonces mi personalidad de Doctor Soul y, por unos momentos, dejé que fuera únicamente el soul quien me envolviera y protegiera de los fantasmas y las adversidades a la hora de escribir mi obituario para esta web («Muere el cantante de soul más sincero»), mientras volvía a escuchar en bucle las canciones maravillosas de Bill Withers.
«En el gran teatro del negocio musical Bill Withers representó el papel de la independencia de criterio, la madurez formal y la brillantez creativa, un caso excepcional de autodidacta sensible y consciente de sus límites humanos y de sus cualidades artísticas, un hombre adiestrado en la construcción de un universo personal rico y fascinante, raro ejemplo de coherencia y discreción, luminoso estandarte del soul folk acústico, soleado y poético más auténtico». Así arrancaba mi homenaje a Bill Withers, y así podría haber escrito acerca de Terry Callier (1945-2012) o del recientemente desaparecido Bill Fay (1943-2025), tres músicos bendecidos por el misterio de la bondad y la misericordia, tres personajes y artistas íntegros que contribuyeron a hacer que este mundo fuera un lugar más habitable.
En “Midnite mile”, una de las canciones de su elepé Lookin’ out (Mr. Bongo, 2005) Terry Callier se refería a la necesidad de encontrar «un héroe que pueda enseñarnos el camino». «Hay quienes creen encontrarlo en algunos políticos y quienes prefieren pensar en personas más sencillas, hombres y mujeres clarividentes, capaces de encontrar una luz en medio de tanta violencia y tanta mentira», me comentó Callier en una conversación que hoy cobra más sentido que nunca ante la desfachatez, la ruindad y la miseria moral que descubrimos cada día en los líderes de las grandes (y pequeñas) potencias económicas.
El cantautor británico Bill Fay, favorito de Nick Cave y de Jeff Tweedy, falleció el 22 de febrero pasado en Londres. Tenía 81 años y padecía Parkinson. Vivió al margen de los circuitos del pop, después de haber iniciado su carrera a principios de los años setenta en el sello Deram, con dos elepés conmovedores (Bill Fay y Time of the last persecution), cercanos al universo de un Donovan o un Nick Drake, pero imbuidos de una espiritualidad cristiana que recordaba al pensamiento del profesor de Oxford C.S. Lewis. Reapareció en 2012 con un álbum oceánico, titulado Life is people, que incluyó una de las mejores canciones del siglo XXI, “Be at peace with yourself”, y que resultó premonitorio en el texto de otra de sus composiciones, “The coast no man can tell”: «Es hora de marchar y decir adiós / por lo menos, de momento. / Has luchado la batalla, la mayor parte de tu vida/ y todavía estás luchando. / Pronto te marcharás a la costa, / pero es una costa desconocida. / Es el final de la vida en esta tierra, / hasta el día en que andemos por los campos, / cuando todas las promesas de Dios sean cumplidas».
En cuanto a Bill Withers, rescato estos días el documental Still Bill (2009). En uno de sus momentos más emocionantes, Withers toca algunos acordes sombríos en el piano, se gira hacia la cámara y dice: «Thoreau dijo que la mayoría de los hombres viven vidas de desesperación silenciosa y tranquila. Me gustaría saber qué se siente cuando mi desesperación se vuelva más ruidosa, más poderosa».
Aunque afincado desde los 29 años en Los Ángeles, Bill Withers nació en Virginia Occidental, al sur de la famosa línea Mason-Dixon, una frontera imaginaria que separaba los estados esclavistas de los no esclavistas (al norte). Preguntado sobre “Lean on me”, una de sus creaciones más profundas y compasivas, Bill comentó que «es una canción rural que se traduce a través de líneas demográficas. Creo que nadie podría negar la importancia de tener cerca a personas como las que describo en la letra de esa canción: “Apóyate en mí si estás hundido / seré tu amigo, / te ayudaré a seguir / porque no pasará mucho tiempo hasta que yo necesite / alguien en quien apoyarme”. Pero existen, son personas reales, yo las he conocido, son gente que te ayudaría incluso en el sur rural, te ayudarían incluso aunque en su fuero interno se identificaran con el racismo, te ayudarían personas que, en otras circunstancias, probablemente formarían parte de una multitud que podría lincharte…».
Cinco años ya sin Bill Withers. No sé por qué razón no reproduje estas reflexiones suyas cuando escribí su obituario. Dicen tanto sobre la clase de persona que fue, como muchas de sus canciones. “Ain’t no sunshine”, “Use me”, “Grandma’s hands”, “Lovely day”, “Lean on me”, canciones hoy más necesarias que nunca, un bálsamo espiritual que habla de utopías, de sueños a los que no se debe renunciar, de la búsqueda de la verdad en el carpe diem y las relaciones personales sinceras, como escribía Borges en aquel maravilloso poema titulado “Los justos”; un epílogo que, como apuntaba Gioia, quizá sea más interesante que la historia original: «Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire / El que agradece que en la tierra haya música / El que descubre con placer una etimología / Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez / El ceramista que premedita un color y una forma / El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada / Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto / El que acaricia a un animal dormido / El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho / El que agradece que en la tierra haya Stevenson / El que prefiere que los otros tengan razón / Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo».
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Anterior entrega de La espuma de los días: Sly & The Family Stone: todo lo demás es polka.