«Parece que ahora vivimos de forma digital y no es así, la vida es otra cosa»
Seis años después de debutar con The darkest corners of my soul, la artista Chloé Bird decide saltar al castellano en su cuarto disco, Flores y escombros. Un trabajo en el que se renueva como artista y del que habla con nuestra compañera Sara Morales.
Texto: SARA MORALES.
Fotos: BONI SÁNCHEZ (portada y última foto) Y TOMI NOGALES (segunda foto).
En las canciones con las que ha adelantado su nuevo álbum, Chloé Bird nos ha ofrecido más flores que escombros. Son composiciones luminosas en las que la innovación de su sonido es más plausible, más evidente… Y es que Chloé tenía muchas ganas de dejarse ver y hacernos partícipes de esta nueva etapa. Sin embargo, cuando transitamos por las ruinas y la decadencia a través del disco completo, que vio la luz el pasado 10 de septiembre, nos damos de bruces con el maravilloso mundo que sustenta la creatividad intimista de la compositora cacereña, capaz de instalarse en nuestras soledades a base de dulzura y garra al mismo tiempo. De formación clásica, carácter que divaga entre la sensibilidad y la fuerza, y una forma de asistir a la vida muy honesta y con impulso, Chloé pone en nuestras manos en estos tiempos extraños un trabajo con el que descubrir que los polos opuestos no solo se atraen, sino que, además, unidos son generadores de toda energía.
El pop continúa siendo su lenguaje, el piano su canal principal, pero con Flores y escombros nos invita a saborear el resto de aristas y matices hasta ahora escondidos y entonados en inglés. Un cuarto álbum, ahora ya sí totalmente en castellano, con el que redescubrir a Chloé Bird y, por qué no, también a nosotros mismos.
¿Cómo llegan los ánimos de la Chloé artista a su cuarto disco de estudio?
Ha sido como una montaña rusa, porque han sido meses, incluso años, muy complicados, con muchos vaivenes… Este disco llega con mucha ilusión, pero también, por momentos, con cierto pesimismo. La lectura positiva que saco es que tengo los pies muy en la tierra, soy muy realista para lo bueno y para lo malo. Quizá esas expectativas tremendas que a lo mejor he tenido con otros discos, pensando que me iba a comer el mundo, hayan disminuido; que la vida haya cambiado de un día para otro, y lo siga haciendo, me ha hecho volverme más zen. Ahora pienso que puede pasar cualquier cosa, que el trabajo está hecho, está bien hecho, y ya no depende de mí.
Toca desprenderse y tomar cierta distancia, ¿no?
Totalmente. Además, con los lanzamientos lo suelo pasar regular por el agobio de tanta energía, tanta dedicación y tanto esfuerzo focalizado en un solo día, el día que sale el disco a la calle y las jornadas posteriores. Sin embargo, con este álbum, como llevo prácticamente un año adelantando singles, el cuerpo se ha ido haciendo un poco a esos momentos de nervios, tensión y expectativa que comentábamos antes. Además, hay tanta casuística, tanto azar y tantos elementos en un lanzamiento que se escapan a tus manos que terminas comprendiendo que no se puede controlar todo.
Pese a todo, imagino que la ilusión de lanzar al mundo un nuevo trabajo sigue intacta en ti…
La ilusión sigue ahí, por supuesto, pero el estrés que supone todo esto también. Al final las expectativas que uno tiene muchas veces no son acordes a la realidad y eso hace sufrir mucho. Por eso, para este disco, me alegra verme a mí misma más tranquila y afrontándolo todo de un modo más sereno, sin estar todo el tiempo chequeando números, estadísticas, likes…
Este mundo plagado de percentiles y baremos termina obsesionándonos.
Sí, de hecho ando distanciándome un poco de las redes por salud mental, porque hemos vivido tantos meses encerrados pegados a una pantalla que lo hemos hecho cotidiano. Parece que ahora vivimos de forma digital y no es así, la vida es otra cosa. Me he dado cuenta de que cuanto más tiempo paso en Instagram más triste estoy.
Además, aunque a veces se nos olvide, también hay que tener en cuenta a los receptores silenciosos. Personas que escuchan el disco, les encanta y lo valoran, pero no plasman su opinión en redes ni se dejan ver. Nos hemos acostumbrado a vivir a través de una pantalla, pero esta no siempre es el reflejo exacto de la realidad.
Es verdad. No todo el mundo tiene por qué decirlo, ni hacer extensivo lo que opina de algo o lo que ese algo le ha hecho sentir. A mí misma me ocurre: escucho música de otros artistas y aunque me encante no digo nada; incluso con mi propio proyecto también me estoy volviendo más silenciosa.
¿Has dado muchas vueltas hasta llegar al punto creativo en el que te encuentras ahora?
Si lo analizo profundamente, quizá lleve dándole vueltas los diez años que llevo dedicándome a la música; así he llegado hasta aquí. Seguramente el próximo disco que llegue será otra cosa diferente, no lo sé. Para mí ha sido muy importante y decisivo el tiempo transcurrido entre mi anterior disco, The light in between (2018), y este Flores y escombros. Ha sido una evolución, porque aunque la temática puede ser similar, ahora tengo más claro lo que quiero contar y cómo quiero hacerlo. Creo que he encontrado un lenguaje propio en este disco y me siento muy orgullosa de eso.
Tu identidad permanece en este nuevo disco, sigues siendo tú, pero es cierto que el primer paso evolutivo de esta nueva etapa lo encontramos con esa apuesta por componer y cantar definitivamente en castellano. ¿Qué te ha impulsado a hacerlo?
El idioma condiciona mucho la musicalidad de una canción y creo que ese cambio al castellano es el gran responsable del cambio de sonido que se percibe en Flores y escombros con respecto a mis discos anteriores. Antes entendía mis canciones en inglés porque también me consideraba más músico que letrista, le daba más importancia y peso a la parte musical que a las letras. Al estar separada de mi lengua materna y del idioma que hablo en el día a día, le daba como ese aspecto, para mí, más artístico; era una forma de separarme de esa cotidianidad que, además, me daba la posibilidad de deformar y jugar con el idioma más que si fuera el mío propio.
«Creo que he encontrado un lenguaje propio en este disco y de eso me siento muy orgullosa»
¿Y cómo llegaste a darte cuenta de lo contrario?
Tras The light in between estuve un año y medio sin componer nada, fue un disco muy importante que conllevó una apuesta muy fuerte por mi parte, pero las expectativas que yo tenía con él no se cumplieron. Lo viví como una depresión posparto muy dura y, aunque ensayaba los conciertos que teníamos, no era capaz de sentarme a componer, no me quería ni acercar al piano. Me había quedado exhausta, vacía, muy desencantada con la música, sentía que no tenía nada que contar ni que decir. Sin embargo, aunque no componía, leí mucha poesía en español y escuché mucha música en castellano, algo que no había hecho antes de esta manera tan dedicada.
¿A qué poetas leías?
Uno de los que más me ha marcado para la creación de este disco ha sido Jaime Gil de Biedma. También Emily Dickinson, estuve obsesionada con una edición bilingüe de su obra; la leí en inglés, la leí en español y me llegaba de forma diferente. Ahí entendí perfectamente cómo cambia todo de un idioma a otro y para mí eso fue muy revelador. Sumado, además, a que justo andaba descubriendo un montón de grupos latinoamericanos, sentí que se abría ante mí un mundo nuevo. No le di mucha importancia en su momento, pero cuando volví a sentarme a componer un año y medio más tarde me salió una canción en castellano.
Ya sentiste la necesidad de contar cosas y, además, de que se te entendiera fácilmente, ¿no?
Sí, porque cuando componía en inglés me escondía un poco. Era como tener puesto un disfraz invisible con el que, aunque sabía que estaba siendo totalmente sincera, mi mensaje no iba a llegar tal cual, no lo iba a compartir con mucha gente. Por eso para mí este cambio al castellano ha sido también un proceso de valentía y de desnudarme.
Flores y escombros. Sugerente dicotomía para representar los eternos opuestos: belleza y ruina, pureza y corrosión, vida y muerte, luz y oscuridad… ¿Cuáles son tus intenciones conceptuales con este disco?
Estoy muy cansada de esa polarización constante que hay en la sociedad en la que vivimos. Parece que todo o es precioso o es horrible, o es muy rojo o es muy azul… y eso, en mi opinión, reduce mucho todo, es una visión demasiado simplista de la vida y no tiene nada que ver con la realidad. Precisamente para mí, la belleza del caos en el que vivimos está en percibir todos los matices, todos los puntos intermedios entre una cosa y otra.
Los grises, ¿no?
Los grises y toda la gama de colores, porque parece que no haya más que blanco o negro. Por eso me parecía muy interesante reivindicar cómo una ruina puede ser bellísima, o cómo de entre los escombros pueden salir las flores más hermosas, o cómo mientras estamos vivos convivimos con la muerte, cómo hay belleza en la tristeza… Y, además, cómo luego todo esto lo interpretamos cada uno de manera individual.
En tus canciones hablas de vértigo, de decisión, de liberación («La herida»), de amor, de carpe diem («Nadie muere de amor»), pero también de cierta decadencia…
Precisamente por todo esto. Siento que a veces falta un poco de análisis, de perder el tiempo en pensar por qué ocurren las cosas y atrevernos a ponerle palabras. E incluso de ponerle frases largas, porque no todo tiene por qué estar siempre resumido en un solo concepto. Además, esta cosa que tenemos todos dentro rollo «Mr. Wonderful» de «todo está bien», «soy superfeliz», «todo es maravilloso y la vida me va increíble», ya agota. No pasa nada por estar mal, tenemos que aprender a dejarnos estar también en la oscuridad.
Esa misma dualidad se percibe en los singles que han precedido al álbum. Incluso también con tu imagen: desde un look suave y dulce como transmites en «Ave del paraíso» a una imagen imponente y que denota seguridad en la propia «Flores y escombros». ¿Eres y somos todas ellas?
Me alegra mucho que lo veas así, porque con la imagen siempre tengo mis propios dilemas. No sé cómo lo he hecho, pero de puertas afuera siempre he proyectado una imagen dulce y cándida, de persona que hace canciones tristes y tranquilas… Y como estaba un poco hasta las narices de eso, he querido dejar claro que también tengo rabia, que a veces me siento poderosa y segura, y que puedo decidir lo que quiero con mi vida. Me apetecía dejar constancia de esa cara mía más entrañable, como puede verse en el vídeo de «Ave del paraíso», que es como más casero, y de esa cara de reina en su trono, como en el vídeo de «Flores y escombros», de guerrera con su catana. En definitiva, transmitir la imagen de una mujer que puede ser muchas cosas. No tenemos por qué ser solo una flor delicada, o solo unas sargentas, podemos ser todo eso junto y experimentar, dejarnos llevar. Somos todas ellas.
Con «Tu luz» nos llevas de vuelta a lo que venías haciendo hasta ahora. ¿Es necesario echar la vista atrás de vez en cuando?
Yo creo que sí, para mí siempre es muy importante el camino recorrido. Entiendo que uno no está en este presente si no es por todo lo que llevas vivido. Agradezco mucho todo lo vivido, lo bueno y lo malo, porque todo forma parte de mí; todas las experiencias van con nosotros. «Tu luz» recuerda un poco más a esa Chloé que le daba mucha más importancia a la melodía, a esos dos pilares que siempre han conformado el protagonismo de mi música como son el piano y mi voz, pero también cuenta con esa vuelta de tuerca y esa energía que he querido plasmar en este disco con la entrada de la banda, la batería, el bajo…
¿Cómo has trabajado esa reinvención propia en tu sonido? Ahora, efectivamente, hay mucha más percusión, más energía…
Cada disco ha sido un proceso de aprendizaje muy particular con el que he aprendido cosas muy concretas. Los primeros discos, al producirlos yo sola, era todo un caos porque tenía muchísimas cosas en la cabeza, y es necesario tener un poco de distancia y perspectiva. En The light in between fue la primera vez que trabajé con un productor, él [Guillermo Quero] me enseñó a ser mucho más clara en la forma que quería contar las cosas, a ser más minimalista. En Flores y escombros, para el que ya contaba con todas estas canciones nuevas, que solo con piano y voz ya eran muy diferentes a todo lo anterior, tenía claro que quería que lo produjese un músico.
«No pasa nada por estar mal, tenemos que aprender a dejarnos estar también en la oscuridad»
Y ahí es cuando aparece Pablo Lesuit.
En realidad a Pablo no le conocía cuando empecé a pensar en este disco. Le conocí más adelante, durante la pandemia, y fue a través de Instagram. Yo misma le propuse producirlo porque había ido viendo trabajos suyos y le admiraba mucho, su disco Belorizonte para mí es una joyita. La música de Pablo tiene ese toque luminoso que yo andaba buscando porque, de manera natural, suelo tender a la oscuridad y la melancolía, y sabía que él le podía proporcionar esa luz a mi sonido. Además, quería la visión de un músico que no tocara los mismos instrumentos que yo, y Pablo toca la guitarra y la percusión muy bien, así que era el contrapunto perfecto. Él, junto a Sergio Martínez Puga, que ha sido el coproductor, le ha dado una vuelta increíble. Los dos han aportado mucha energía y mucha luz.
¿Cómo te has revisionado a ti misma con canciones como «A paso lento», con esa cantidad de texturas y de atmósferas que tiene?
Pues la demo de esa canción, tal y como la compuse, es muy diferente a como ha terminado sonando en el disco. Cuando Pablo y Sergio vinieron a grabar los pianos a Cáceres estuvimos toda una mañana dándole vueltas a este tema y cambiamos todos los acordes del estribillo a pesar de que mantuvimos la letra. Y ha quedado perfecta con un rollo Rocky Balboa [risas]. Esa propuesta la hizo Juanito «El Cantor», al que mandamos la canción tal y como estaba, sin guitarras ni nada, y él mandó la idea de esas cuerdas. Al final ha quedado una canción muy potente.
Totalmente, aunque debo confesarte que mi preferida es «La reina de las horas muertas».
Esta canción nace durante la cuarentena. Yo ya no sabía ni qué hacer durante aquellas semanas que estuvimos encerrados, me subía por las paredes. La canción habla de eso, de las sombras que se dibujan en las paredes, de cómo a veces te atrapa todo, cómo en ocasiones sientes que estás como en una cajita de cristal a través de la cual lo ves todo, pero no puedes hacer nada. Trata de ese sentimiento en el que me veo reflejada desde que era pequeña y que tantas veces les he dicho a mis padres, ese «me aburro». Cuando era pequeña me aburría con frecuencia, hoy me sigo aburriendo a veces. Me aburro con mucha facilidad, y por un lado está bien, porque siempre ando buscando estímulos nuevos, pero de ahí viene lo de «La reina de las horas muertas». Además, este es un verso de un poema de Raúl Vacas, que es amigo mío. Le pedí permiso para utilizar esa frase. La demo inicial era muy distinta al resultado final, de hecho, estuvo a punto de quedarse fuera del repertorio del disco.
Arrancas la gira de presentación de este nuevo álbum el próximo 25 de septiembre en Cáceres, tu tierra, y no son pocas las fechas que has confirmado ya por buena parte de la geografía española. ¿Qué nos vamos a encontrar en el directo de Chloé Bird con Flores y escombros?
Va a ser un directo más divertido, más enérgico, en el que me levanto más del piano y me pongo de pie. Es como si necesitara estar más conectada con el público, con la gente, porque el piano al final es como una barrera natural, como una trinchera, pero esta vez quiero liberarme más.
Para terminar: si las flores son un extremo y los escombros son el otro, ¿qué concepto define el punto medio?
Qué complicado. Para mí no son conceptos opuestos, son conceptos que juntos forman otra cosa diferente y mucho más completa. Las flores no están por un lado y los escombros por otro, creo que todo tiene algo de flor y algo de escombro, y lo interesante no es asumir esos dos conceptos como extremos, sino ver lo que se crea al unirlos.