«Algunos olvidan que García está vivo y bien, y que verlo cantar y tocar es una realidad en todo el sentido de la palabra»
Charly García tocó hace unos días en Bogotá ante 50.000 espectadores en la que es su gira de regreso. Umberto Pérez estuvo allí y nos lo cuenta mientras repasa los últimos años del genio.
Texto: UMBERTO PÉREZ.
Fotos: ANDRÉS WOLF.
El lunes 2 de julio de 2012 a las nueve de la noche la atención de más de 50.000 personas se concentró en el escenario principal del Festival Rock al Parque en Bogotá. Charly García, el músico más importante en la historia del rock de América Latina estaba próximo a presentarse en la capital colombiana luego de cinco años de ausencia y por vez primera después de su resurrección artística.
Tal como estaba programado, diez minutos pasadas las nueve, García junto a su numerosa banda-orquesta bautizada como The Prostitution, salieron a escena para dar su concierto más emotivo, de los cinco que hasta ahora ha ofrecido en la capital colombiana.
Los motivos sobran y saltan a la vista para quien esto escribe y ha seguido tan de cerca la carrera de García: primero que todo, verlo regresar a los escenarios después de la profunda crisis física, emocional y mental en la que se temió por su vida y que lo llevó a internarse –por mandato judicial– en 2008 en una clínica de rehabilitación, seguido de un tratamiento finalizado con éxito es más que suficiente, pero hay más.
Su rápida como asombrosa recuperación se confirmó a finales de 2009 cuando emprendió una gira por Sudamérica –que por motivos contractuales no pasó por Colombia– se refleja en el cedé y deuvedé “El concierto subacuático”, un trabajo en el que, por una parte se aprecia a un García muy distinto al flaco tan inspirado como excitado que diera forma a ese personaje de aura maldita conocido como Say No More desde mediados de los años noventa, y por otra, sella con fuego su vocación por la música y los escenarios.
Aquella gira bautizada como “Tengo que volverte a ver” en la que hacía las paces con su ser mismo y todo lo demás también, marca el inicio de la celebración de su vida y de su obra por parte de la crítica y el público, que sumado a un interés del propio García por revisar todo su repertorio adquirió forma de triple disco compacto y triple deuvedé en el box set titulado «60×60» como homenaje a la década prodigiosa y como celebración de los 60 años de vida de Charly, editado a comienzos de este año, que cosecha lo mejor de los nueve conciertos que presentó a finales de 2011 en el teatro Gran Rex de Buenos Aires junto a The Prostitution.
Durante su tratamiento de rehabilitación, Charly García contó con el apoyo de amigos músicos como el trío de chilenos que lo acompaña desde 2002 y varios de los miembros de sus diferentes bandas de los años ochenta y noventa como el guitarrista Carlos García López, el tecladista Fabián von Quintiero y el multiinstrumentista Fernando Samalea. Acompañado de ellos en la casaquinta del argentino Palito Ortega, famoso cantante melódico de los años sesenta, Charly inició su reencuentro con la música, factor decisivo en su recuperación. Dos años después García incluyó a un trío de cuerdas dirigido por Alejandro Terán, y los coros de Rosario Ortega, para concretar un viejo sueño: conformar una gran orquesta de rock que le otorgara a sus canciones todos los matices posibles y colores sonoros posibles. Así, y luego de los nueve conciertos en el Gran Rex, García y The Prostitution volvió a girar por el continente americano hasta que por fin arribaron a Bogotá para saldar una deuda con su público colombiano y, de paso, cerrar con broche de oro la décimo octava edición de uno de los festivales de música más grandes de América Latina.
«Su cambio también es notorio en su relación con sus músicos, Charly se deja querer, la otrora tensión latente dio paso a una comunicación musical amable y contundente. García dirige con precisión a la enorme banda que lo acompaña»
Las luces se apagaron a las nueve y diez y las pantallas del parque dieron inicio a un recorrido de toda la obra discográfica de García, acompañada de breves extractos de alguna de las canciones más representativas de cada disco, que ya suman 46. En seguida, con el escenario a oscuras, se escuchó el célebre monólogo del “hombre de la cama en llamas”, relato esencial del álbum “Say no more”, mientras los músicos fueron ubicándose en el escenario y la multitud entraba en histeria colectiva para dar la bienvenida a Charly García.
El clásico y efectivo ‘Cerca de la revolución’ funcionó para que más de 50.000 espectadores se reencontraran con una figura definitiva para la cultura iberoamericana, mientras que un servidor daba fe de que el Charly García que estaba en el escenario era otro al último que había visto; ni mejor ni peor que el García autodestructivo de inicios del siglo XXI, ni tampoco aquel artista consagrado de sus primeros discos en solitario de los primeros años ochenta.
El Charly García de sesenta años es sencillamente diferente; su tratamiento de rehabilitación por una parte lo ralentizó, como es normal en esos casos, lo obligó a ser un tipo pausado para moverse, e incluso para hablar, aunque su agudeza se mantiene tan afilada como siempre, pero a su vez el ímpetu lo mantiene intacto y lo canaliza a través de cada una de sus canciones, la energía vital que hoy lo acompaña se concreta en cada nota que deja en el piano de cola ubicado siempre a la izquierda, o en los teclados, en los que cada vez se siente más a gusto y frente al público. La mirada del genio brilla como siempre.
Pero su cambio también es notorio en su relación con sus músicos, Charly se deja querer, la otrora tensión latente dio paso a una comunicación musical amable y contundente. García dirige con precisión a la enorme banda que lo acompaña y que ha sabido refrescar su repertorio: mientras el trío de chilenos junto al “Negro” García López mantienen la estructura rockera, el trío de cuerdas y Fernando Samalea –quien después de tocar la batería para Charly durante muchos años hoy se concentra en la ejecución del bandoneón, el vibráfono, el gong y unos maniquíes femeninos– dotan a las canciones de una sofisticación superior y clásica. A su vez, Fabián Quintiero ejerce de copiloto de la “nave García” mientras Rosario Ortega respalda la voz rasposa del capitán que cada vez más se reencuentra con las notas altas que había olvidado hace mucho tiempo.
El repertorio elegido para la ceremonia, certificó, una vez más, el porqué Charly García es una figura clave para el rock cantado en castellano, así su reconocimiento popular en España sea menor. Canciones como ‘Instituciones’, ‘Los dinosaurios’, ‘Nos siguen pegando abajo’, ‘El rap del exilio’ o la ya mentada ‘Cerca de la revolución’ testimonian momentos comunes y dolorosos en la historia de América Latina, mientras que otros clásicos de los años ochenta como ‘Yendo de la cama al living’, ‘No soy un extraño’, ‘Demoliendo hoteles’, ‘Rezo por Vos’ en el que recuerda con devoción a Luis Alberto Spinetta, ‘Anhedonia’, ‘Pasajera en trance’ que cantó a dúo con Andrea Echeverri, vocalista de Aterciopelados, para plácemes de todos los bogotanos presentes, e incluso ‘Fanky’ y ‘Me siento mucho mejor’, ese clásico de los Byrds que ha hecho tan suyo como todas las canciones que ha sabido adaptar al castellano con la maestría que nadie más posee, son apenas una muestra del periodo genial del mejor momento creativo de García, enmarcado en los años ochenta.
Pero contario a lo pudiera parecer, el concierto no se queda en la nostalgia; Charly y The Prostitution también dedican buena parte del show a la obra delirante de García creada en el siglo XXI y la abordan de la mejor manera posible. Canciones como ‘El amor espera’ e ‘Influencia’ del álbum homónimo que le permitiera regresar a lo más alto de las listas de éxito en 2002, y ‘Asesíname’ y ‘Rock and roll yo’, del también homónimo que sucediera a “Influencia” en 2003, también dejan constancia de que Charly García jamás ha dejado de crear álbumes arriesgados que rayan con la incomprensión. No por nada incluye en el repertorio a la canción ‘No importa’ de su polémico y más reciente disco en estudio titulado “Kill gil”, y que, hasta el momento, sella con fuego una obra espléndida. Pregunta al margen: ¿De cuántos músicos de rock hispanoamericano se puede decir que existe una obra artística en todo el sentido de la palabra y no solo piezas maestras?
Si bien cada una de las canciones del concierto se remonta a un momento definitivo de la vida y obra de García, quizás los más emotivos del mismo se remiten a ese grupo grandioso que fuera Serú Girán: la pieza de «spoken word» que se incluye en el «60×60» como ‘20 trajes de lágrimas’ en la que la actriz Graciela Borges recita versos afilados de diferentes canciones de García encima del instrumental ‘20 trajes verdes’ de Serú, mientras la pantalla proyecta fragmentos históricos de las películas de Luis Buñuel y Salvador Dalí, marca la pausa antes continuar la fiesta, mientras que la despedida previa a los bises con ‘Eiti leda’, ese clásico del rock sinfónico de Serú Girán hecho deseo, revela las posibilidades sonoras de The Prostitution en casi siete minutos de gloria.
En definitiva, Charly García no solo regresó de su descenso a los infiernos, sino que dicha vuelta marca un punto y aparte en su vida artística y personal. Atrás quedaron los conciertos caóticos que iniciaban luego de horas de espera, o en los que cantaba poco, o en los que arremetía con furia contra cualquier mortal y que tanto celebraban algunos de sus más encolerizados seguidores que hoy quisieran verlo en las mismas. Algunos olvidan que García está vivo y bien, y que verlo cantar y tocar es una realidad en todo el sentido de la palabra. Al final del concierto, mientras Charly tocaba y cantaba ‘Canción para mi muerte’, esa vieja canción adolescente que jamás perderá vigencia, un servidor derribó con lágrimas los temores que le despertaban ver a Charly después de un periodo tan doloroso y necesario; su voz cada vez más límpida y sus manos tocando con fluidez y naturalidad esa súplica que de chico le extendió a la parca, encarnaron la paradoja más significativa y obvia de la noche: el festejo de la vida y la obra de un grande, quizás, el más grande de todos.