Desde su salida del centro psiquiátrico en el que permaneció durante dos meses, Charly García vive en la quinta que el cantante Ramón «Palito» Ortega posee en Luján. Allí, en el estudio profesional de la finca, García está componiendo nuevas canciones y ha comenzado a grabar. Esta semana, la versión online de la edición argentina de Rolling Stone, ha hecho pública la siguiente carta abierta escrita por Ortega y dedicada a García:
La hondura de la persona es misteriosa, inefable e inescrutable, incluso para la propia persona, cuando intenta, por introspección, aplicar la autodefinición. Por lo tanto, considero inútil intentar en esta carta dimensionar la hondura de tu persona.
Cierta vez un hombre recorrió un largo camino para visitar a un viejo Maestro. Cuando le preguntaron si se había tomado toda esa molestia para recibir las enseñanzas del Maestro, respondió: «No. Sólo quería ver cómo se ata los zapatos».
Vos y yo también recorrimos un largo camino. Vos y yo ya sabemos dónde nos aprietan y cómo duelen los porrazos cuando nos pisamos los cordones. Ya sabemos que, cuando uno conoce y reconoce que la realidad del hombre encierra dentro de sí tanto lo mejor como lo peor, se está volviendo hombre.
En nuestra vida natural, la vida ocurre, es un ocurrir; la vida nos sucede. La vida es sólo vida vivida. Sabemos que, cuando se hace lo mínimo posible, puede uno mantenerse «perfecto». Hacer mucho representa el peligro de cometer errores. Entonces, como es natural, el hombre real es más rico: comete muchos errores porque siempre se embarca en nuevas aventuras.
Los intachables nunca se equivocan, pero tampoco son originales ni creativos, porque para serlo hay que intentar cosas. Lo mínimo te lleva a la perfección y éste no fue ni será tu caso. En definitiva, para algunos, la conformidad es una virtud: siguen el ritmo que les marcan otros, aunque sean inferiores a ellos. Toda su virtud, su moralidad, se basa en que los demás tengan una buena opinión de ellos, y éste tampoco es tu caso.
Por muchos años transitamos caminos diferentes, hasta que una noche comíamos con mis hijos Julieta y Luis cuando llegaste y te abrazaste con ellos. Luego me miraste y con una sonrisa de niño que acaba de hacer una travesura me dijiste: «Palito, no nos peleemos más». Ese compromiso quedó sellado con un abrazo tan largo que parecía una necesidad de recuperar el tiempo perdido.
No creo en la casualidad porque todo acontecimiento está determinado por acontecimientos anteriores y puede, teóricamente, hasta ser predicho. Por algo estoy escribiendo esta carta mientras vos, contra todos los pronósticos, estás tocando el piano en el estudio, le pedís al ingeniero de sonido que te grabe y, con una voz más clara que nunca, cantás, cantás una y otra vez, la bellísima melodía que escribiste anoche. Una frase de esta nueva canción queda revoloteando por todo el estudio: Aunque no pierda la esperanza, a veces con vivir no alcanza.
No te apures, amigo. Ya estás nuevamente de pie. Ya estás escribiendo canciones tan bellas como aquellas que un día te permitieron entrar al Cielo de los elegidos para siempre. Recorrimos un largo camino, ya sabemos que en la virtud nada es excesivo y que en el placer lo excesivo es perjudicial; ya sabemos cómo duelen los porrazos cuando nos pisamos los cordones mal atados. Por lo tanto, querido amigo, no debemos permitir que el pasado retrase un solo paso hacia el futuro y, sobre todo, que ninguno de los dos perturbe un solo segundo de este luminoso presente.
Un abrazo, Ramón
Posdata: Perdón. ¡Qué alguien les avise, porque me fui del estudio y no les dije a Charly, a León, a Nito, al Zorrito, a Samalea, al Negrito García López, a Pedrito Aznar, a Fernando y a Kabusacki que dejen un momento los instrumentos y que vengan al quincho porque el asado está listo!
22 de noviembre de 2008.