FONDO DE CATÁLOGO
«Las canciones de Cerrado han aguantado bien el paso del tiempo y siguen siendo plenamente disfrutables»
Ya en solitario, Christina Ronsenvinge dio vida a un disco para el que contó con Lee Ranaldo, de Sonic Youth, y empezó a coquetear con el inglés. Se trata de Cerrado y hoy Javier Escorzo nos acerca hasta él.
Christina Ronsenvinge
Cerrado
WEA, 1997
Texto: JAVIER ESCORZO.
La carrera de Christina Rosenvinge puede definirse como un viaje perpetuo hacia la libertad artística de su autora. Ya en los años triunfales de Álex y Christina, dúo que tenía (tiene) grandes canciones en su haber, ella se sentía incómoda en el lugar que crítica y público le habían asignado. Ese fue uno de los motivos para que iniciase su andadura en solitario con aquel Que me parta un rayo (WEA, 1992), que ahora cumple treinta años.
Su debut como solista no pudo funcionar mejor, despachando decenas de miles de discos en varios países y dejando un puñado de hits que aún hoy conservan todo su gancho. Sin embargo, Christina seguía anhelando un camino propio, quizás menos transitado. Su siguiente álbum, Mi pequeño animal (WEA, 1994), supuso un giro hacia el rock independiente y contenía grandes canciones, aunque en su momento no fue apreciado por la crítica: en palabras de su autora, «unos lo veían demasiado radical y a otros les parecía poco creíble», por lo que ella quedaba en tierra de nadie. La gira fue breve debido a las escasas contrataciones. La compañía, por su parte, no apostó por el disco y pedía a Christina que compusiera uno nuevo más fácil de vender, asegurándole que volvería a ser superventas, pero ella ya no se sentía capaz de escribir ese tipo de canciones.
En esas circunstancias, en 1997 vio la luz Cerrado (WEA), su tercer disco en solitario y el primero que firmaba con su propio nombre, ya sin el acompañamiento de Los Subterráneos. Una anécdota: el primer nombre del grupo granadino Los Planetas fue Los Subterráneos, pero J y compañía tuvieron que cambiarlo cuando se dieron cuenta de que ya estaba ocupado por la banda que acompañaba a Rosenvinge. Siguiendo con Cerrado, en su gestación tuvo mucha importancia Lee Ranaldo, de Sonic Youth. El neoyorquino era amigo de Christina desde 1993, cuando los dos habían coincidido en un recital de poesía underground en La Haya. Conforme iba grabando las primeras maquetas, se las mandaba a Lee y juntos escogían las mejores canciones. Cuando llegó el momento de grabar el disco, él ofreció su estudio de Nueva York para hacerlo y se encargó de la producción.
El álbum comenzaba con los guitarrazos rugientes y distorsionados de “Solo”, que contaba también con una potentísima base rítmica. Christina cantaba con esa voz suave tan característica, pero incorporaba cierta insolencia a su fraseo. El segundo corte, “Verano”, era como la otra cara de la misma moneda, una balada más acústica y melancólica, con letra de desamor y belleza hipnótica y adictiva. Los mismos ingredientes ofrecía “Glue”, aunque con el añadido de que estaba cantada en inglés, como también sucedía con “Easy girl”. Lejos de ser una simple anécdota, estas dos canciones eran un anticipo de lo que estaba por llegar en el futuro más próximo, pues la artista se instaló durante varios años en Nueva York y publicó tres discos en dicho idioma. El brío eléctrico volvía en “¿Qué se siente?”, una canción de críptico mensaje, pero que dejaba entrever cierta crítica social o, al menos, un retrato bastante mordaz de aquel mundo de fin de siglo.
Utilizando los términos de un disco de vinilo (o de una cinta de casete, único formato en el que se publicó, además del por entonces novedoso cedé), la cara B se abría con “Máquinas”, un rock contenido de estribillo resplandeciente y letra desoladora («Cenicienta en llamas / nada nuevo en Disneylandia. / Cenicienta en llamas / nuevos trucos, nuevas trampas»). Le seguía el tema que daba título al disco, “Cerrado”, balada arrastrada sobre el aislamiento y la incomunicación. Al presentarla en el disco en directo que grabó después (Flores raras, Warner, 1998), Christina decía: «Esta canción habla sobre el derecho a no estar, a no jugar. O a jugar a otra cosa». Así pues, podía interpretarse como que la cantante quería alejarse del mundo durante una temporada y estar a solas consigo misma o, en un plano más simbólico, que quería llevar su carrera musical por otros derroteros. En la recta final del disco aparecía las canción más experimental, “Lejos de casa”, que era en realidad una improvisación musical de la banda sobre la que Christina recitó un poema; el inquietante resultado servía de introducción a la furia eléctrica y ruidosa de “Amarillo”. Para terminar, el medio tiempo despechado de “Después de ti” y la balada “Lo siento”, que parecía seguir ahondando en la sensación de desarraigo de su autora («hay soldados que no encuentran nunca el camino a casa», «soy yo yéndome otra vez, lo siento»…), ponían punto final al álbum.
En su momento, el disco no fue bien valorado por la crítica y su repercusión fue muy discreta, mucho menor que la que hubiese merecido. Sin embargo, las canciones de Cerrado han aguantado bien el paso del tiempo y siguen siendo plenamente disfrutables, además de mostrarnos la situación de Christina en 1997, con esas influencias clásicas que siempre ha tenido y también influida por el rock independiente, el noise y el grunge de los noventa. Una artista en constante evolución.
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