“En París me veían una Lolita por mi cara aniñada y esto me hizo sufrir mucho”
El martes 8 de marzo, la cantante francesa Cathy Claret presenta en Madrid su último trabajo, “Solita por el mundo”. Antes, Eduardo Tébar habla con ella sobre su carrera, su conexión gitana y las propuestas cinematográficas que rechazó a David Lynch o Bigas Luna.
Texto: EDUARDO TÉBAR.
Cathy Claret es una francesa de Barcelona. Nació en Nimes cuando el país de la bohemia suspiraba con Alain Barrière. Tuvo una infancia nómada y durísima, repartida entre la vendimia y el drama familiar. En los ochenta, sobrevino la providencia: se agitanó en España hasta convertirse en una calé rubia, protegida por los parientes de Raimundo y Rafael Amador. Entre 1987 y 1991 publicó tres discos que maravillaron a Emmanuel Burtel, capo de Virgin en Francia. Bossa, rumba, pop naif y una voz sensual con un punto infantil. Su inocente estilo generó una repercusión internacional inmediata. Cathy era una Lolita de Gainsbourg, una Jeanette del cortijo, una Astrud Gilberto de Gràcia que ponía en evidencia a la música nacional. Se anticipó al Raval mestizo canonizado por Manu Chao. Digamos que cometió el desaire de adelantarse a su tiempo.
De Cathy Claret sorprenden los contrastes. En Japón, donde la recibieron en limusina y la alojaron en las suites más caras, existen imitadoras con peluca que trabajan todo su repertorio. La canastera rubia prepara estos días la presentación en Madrid —el 8 de marzo en la sala Galileo Galilei— de “Solita por el mundo”, su primer álbum en ocho años. Los largos silencios discográficos representan otra singularidad en su carrera, heredada de los flamencos. “Nunca he pensado en términos de carrera. ¡Ser artista no es ser funcionario!”, matiza con una carcajada contagiosa. “Creo que los artistas solo tendrían que hacer discos cuando se da la necesidad de decir algo nuevo. Que se convierta casi en una cuestión de vida y muerte. No cada año o dos, presionados por una discográfica. De esa forma salen trabajos vacíos de contenido”, opina.
Cathy, autora del clásico ‘Bolleré’ de Raimundo, vive de forma espartana en la Barcelona rural, como los gitanos de las fatigas. En casa suena música a borbotones. Negritud por parte de James Brown, Rick James Terence Trent D’Arby o Prince. Su amigo Finley Quaye le pasa sus maquetas desde Edimburgo. Soleá Morente y La Negra. Y mucho, muchísimo Gainsbourg. “No dejo de escuchar música nunca”, admite. Entre sus amigos abundan personajes de las chabolas. “En contra de lo que se cree, tienen cultura. Una cultura milenaria. Aquí se aprende mucho”.
El concierto de Madrid será especial y eso le pone nerviosa. A su banda fija de tres músicos añadirá dos refuerzos. Participarán invitados como Aurora Losada, cantaora heterodoxa de la capital, o Los Nea, joven combo de Las Tres Mil de Sevilla. “Haremos pop canastero”, bromea. En “Solita por el mundo” colaboran Rossy de Palma, Bebe, Pascal Comelade y Nouvelle Vague. “Con Rossy aluciné cuando me pidió amistad en Facebook. Di saltos de alegría como megafán que soy. Le pregunté si era ella y empezamos a hablar. Luego nos hicimos amigas en la vida real y surgió lo del dúo. Su voz es inconfundible”. Juntas, logran algo tan propio como transformar un “la-la-la” en un “lailo-lailo” en ‘Une mélodie’. “¡Fue idea de Rossy! Para esto hay que ser un genio. Irradia positividad por todos los lados”.
A pesar del brillo del sonido, “Solita por el mundo” se ha grabado con fondos escasos y gracias a la destreza en la producción de Markos Bayón, hombre de confianza de Bebe. “Ojalá lo hubiese conocido antes. Las cosas me habrían ido mejor”, comenta. “La gente piensa que es una producción grande. Ya nadie daba un duro por mí. Bastantes sellos rechazaron las canciones. Sospecho que aquí mucha gente ignora lo que hice en el extranjero. Pero ahora me alegro de que me hayan dicho que no. Ahora trabajo con personas que se vuelcan en el proyecto y estamos recuperando países en los que soné en el pasado”.
Independencia y reediciones
Los últimos lustros de Cathy Claret quedan marcados por la independencia total. Abandonó Subterfuge desencantada, recopiló material antiguo a través de Nore Chesapik —exmanager de Lagartija Nick— y ahora recala en la multinacional Warner. “El caso de Warner ha sido muy curioso. He conseguido acabar el disco sola, pero muy poco a poco, sin saltarme pasos. Los invitados, la masterización, muchas canciones descartadas, muchos intentos. Quería un disco perfecto, sin canciones de relleno. Conseguí editor. La última opción que se nos ocurrió fue Warner y, para nuestra sorpresa, en Warner hemos encontrado personas que tuvieron una corazonada. Ellos se encargan de la distribución y algo de promoción, y con mucho cariño además. El trato es muy bueno. Lo importante son las personas que te encuentras, no si es multi o independiente. Yo en las independientes me encontré con gente poco profesional y he visto con desesperación cómo se cargaban mis discos”. ‘Chocolat’, uno de los cortes del álbum, es un rescate del single que apareció en vinilo en 2010. La intención inicial consistía en lanzar temas en siete pulgadas, mezclados por figuras como La Casa Azul y The Pinker Tones. “Otro proyecto truncado en contra de mi voluntad”, lamenta.
Mejor suerte correrán “Por qué, por qué” (1987), “Cathy Claret” (1989) y “Soleil y locura” (1991), que ahora reedita Warner. “Mis primeros discos son los que más vendieron en el mundo. Estoy intentando recuperar aquel terreno. A partir de ‘La chica del viento’ (2000), mi recorrido se redujo al ámbito nacional. En cierto modo, para mí será como saldar cuentas con mi historia, ya que en España no salieron. Grabé canciones en caló en 1986. Hacía pop con cajón y guitarras flamencas. Y si miras fechas, creo que nadie ajeno al mundo gitano cantó en caló antes. Tenía muy claro el sonido que quería. De hecho, el piropo más grande que me hizo un periodista fue cuando habló del sonido Claret. Pero el mundillo de la música es misógino. Como compositor y productor, se reconoce antes a los chicos que a las chicas”.
En “Solita por el mundo” se reencuentra con Pascal Comelade, con quien fundó Bel Canto Orquestra a mediados de los ochenta. Aquella Cathy destacaba como multiinstrumentista —flauta, bajo, xilófono—. Entonces le cogió el gusto a los arreglos con juguetitos. “En Bel Canto Orchestra aporté ideas, como versionar a James Brown, como buena fanática que soy. Lo del xilófono de juguete me viene de la Velvet Underground. Me chiflan estos sonidos y procuro incluirlos en mis discos”. Asombra saber que compuso el ‘Bolleré’ con el bajo. “Ahora también compongo con cualquier loop que me bajo de internet. Es mucho más fácil. Si me surge una idea en la calle, la grabo con WhastApp”. Sin embargo, su hit en Francia y Japón fue ‘Por qué, por qué’, traducida a diferentes idiomas. ¿Y los royalties del ‘Bolleré’? “Cuando salió la canción estaba sin contrato, situación que se prolongó diez años. Los royalties me llegaron muchísimos años después. Así que durante la época de ‘Bolleré’, cuando sonaba la versión de Raimundo por la radio, para mí no cambiaron las cosas, salvo la satisfacción de ver mi nombre escrito en el disco. Luego me aportó prestigio y un gran honor, algo que se queda en el curriculum. Uno de los mejores guitarristas, Raimundo Amador, con su hermano Rafael, y B.B. King, el mejor bluesman, ¡tocando mi canción! Es un honor y un subidón. Además, como compositora me hace sentir muy bien”.
Deseada por Lynch y Bigas Luna
Por el hogar de Cathy desfilan amigos músicos, con los que toca y compone. Desde Hook Herrera hasta Neneh Cherry. Lleva a su hija al instituto, contesta emails y pasea sola por el monte. La vida gitana le llena el resto del tiempo. Como carece de manager, echa demasiadas horas detrás del ordenador. “Cuando firmé mi primer contrato, en París, tenía todo a mi favor. Lo que pasa es que para ellos era un bicho raro. No iba a eventos, no me dedicaba al ligoteo con actores. Supuse que podría seguir haciendo mi música sin entrar en el juego del famoseo, que odio, pero no fue así. Te retiran la mirada y dejan de contar contigo. En París no me sentía cómoda. Eran ambientes superficiales, esnobs. Estaba como de prestada allí. Supe que no era lo mío”. La rumbera rubia declinó aplicar las servidumbres del negocio. Incluso propuestas tentadoras de cineastas como David Lynch o Bigas Luna. “Me proponían películas, giras en playback en plazas de toros… Pero no era lo mío. Si te digo la verdad, cuando lo paso mal pienso por qué no hice todo aquello, qué me pasó por la cabeza. La mayoría de la gente mataría por hacer esto”.
Con estas credenciales se comprende un título como “Solita por el mundo”. “Hablo de mi infancia, cuando tuve que resolver muchas cosas solita por la vida”, revela. “Soy un alma solitaria y rarita. Me invitan a una fiesta y prefiero pasear sola por la ciudad. Tampoco tengo manager, ni tenía cuando la industria iba bien, porque me cuesta delegar. Esto significa trabajar muchísimo de sol a sombra. La gente tiene una visión un poco romántica de los artistas y no saben la cantidad de trabajo que hay detrás”. Solitaria, sí, pero a la vez admirada. “El manager de Bebe me trasladó que era seguidora de mi música. Cuando nos vimos me lo confirmó en persona y me aseguró que estaba a mi disposición para lo que quisiera. No lo dudé y la invité a cantar conmigo”. En cambio, Mar Collin, productor de Nouvelle Vague, compañero del genial Olivier Libaux, contactó con ella mediante el malogrado MySpace. “Aún recuerdo que fue el primer mensaje que recibí en esta red social. Y entenderéis que me encanten las redes sociales. He recuperado el contacto con conocidos de viajes por el mundo. Sin las redes no sería consciente de la cantidad de público que escucha mi música”.
La biografía de Cathy daría para un libro. “Las limusinas y los hotelazos en Japón no me deslumbran. Lo veo como algo surrealista, sin más. Lo que me choca es que mi primer disco vendiera más copias en el mundo que muchos españoles que han recibido premios y reconocimientos”. La imagen de Lolita, el personaje de Nabokov que tan cachondo ponía a su apreciado Serge Gainsbourg, resultó otro lastre. “Nunca me sentí Lolita. Odiaba esta palabra. Mi canción ‘Lolita’ hablaba de una amiga que se llamaba así. Nada que ver con el término. En París me veían una Lolita por mi cara aniñada y esto me hizo sufrir mucho. Interiormente, por la vida tan extraña que me había tocado y todas estas vivencias, me sentía más como un boxeador de 80 años. En aquellos discos controlaba todo: los instrumentos, la producción. Eso me trajo problemas con la discográfica. Yo vivía a mil kilómetros de París, tenía un Fostex y componía mis canciones. Me catalogaron de rebelde. Hace poco encontré unas revistas de la época: una foto mía a página completa y otra en pequeño de Vanessa Paradis. No me atraían el dinero ni la fama”.
Con la apertura de aquella cuenta de MySpace se le cayó la venda. Le escribieron Benjamin Biolay, Helena Noguerra y los jamaicanos Sly and Robbie. Cathy presume de buena sintonía con indies, rokeros y gitanos. “El flamenco es de los gitanos. Para intentar imitar y hacer las cosas mal, prefiero ir por otro lado. Por eso tengo fascinadas a mis amigas y amigos gitanos, porque canto y hago lo que no sabrían hacer. ¡Cuando me imitan es para mearse de risa! Que una canción se vuelva popular sin pasar por las radios, con el boca a boca, y que se cante alrededor de una lumbre, es una sensación muy bonita”. Y eso que Cathy ha tenido cerca gigantes de la talla de Pata Negra, Manzanita o Sorderita. “Y Camarón”, añade. “Y muchos anónimos en bodas. Pero no me van el mestizaje de pegotes sin sentimientos. Ahora bien, estoy preparando un proyecto con un dúo gitano. “En mi primer disco había dos tendencias: el flamenco más salvaje de los Amador y el pop sesentero. En ‘Solita por el mundo’ busco esa dirección. Evoco las películas italianas de los sesenta, las Vespinos y las yeyés”.
Cathy alterna el castellano y el francés. “Me sale una frase natural en un idioma y, luego, el grueso del texto trabaja”. Asegura que se mueve a menudo por Montpellier y Sevilla. “Por las bodas de los gitanos”, agrega. Curioso: Pascal Comelade toca el piano en ‘Bleu de Cádiz’. “En realidad me inspiro en el azul de Córdoba, pasado por el ‘I got the blues’ de Julie London”. La convivencia natural del pop aflamencado y las rumbas susurradas ya fueron objeto de cooperación intelectual de Kiko Veneno en el cambio de siglo. “Empecé con ‘El color’, en 1987, donde tocaba el bajo. Kiko Veneno fue coproductor de ‘La chica del viento’, pero no descarto airear algún día la primera versión del disco que hice para EMI Francia. Cambiaron de jefe y no se convenció”. La ondulante travesía vital y profesional de la canastera gala.