DISCOS DESCATALOGADOS
«“Toi”, con su perfil de jazz a lo carioca, es lo más parecido a Françoise Hardy que se ha grabado nunca en nuestro país»
César Prieto rebobina hasta 1989 para reivindicar el trabajo homónimo de Cathy Claret, un cancionero adelantado a su tiempo en el que se trenzan la bossa, la rumba, el pop melódico y su voz susurrante, francesa y gitana.
Cathy Claret
Cathy Claret
Les Disques du Crépuscule, 1989
Texto: CÉSAR PRIETO.
El bombazo mundial que ha supuesto el éxito de Rosalía va a abrir un gran agujero por el que se van a colar más experiencias talentosas de su mismo ámbito hasta que el mercado resulte saturado. Sin embargo, no va a poder rescatar del olvido la obra de predecesoras —si no en el estilo, sí en la fuerza novedosa con que arrancaron— que intentaron abrir ese camino, pero que se vieron frenadas antes de acelerar. Es el caso de Cathy Claret, cuyo primer elepé no ha sido reeditado, a no ser que consideramos como tal un cedé que en 2010 lo intenta recoger, incluyendo el aclamado y posterior “Bolloré” y algún otro éxito, aunque también descarta alguna canción de su debut. En todo caso, es indiferente, porque también se encuentra agotado. Sea porque el público estaba por otras labores, porque se la asociaba mucho más estrechamente al mundo gitano —no solo en su música, en su vida—, o porque fue editado por una selecta compañía belga, lo cierto es que su elepé homónimo no llego a entrar en el gran público.
De raíz francesa, nacida en Nimes, y con alma cosmopolita, Cathy Claret ha sabido desde siempre construir un sonido personal y diferente, aunque después haya sido copiado en voz baja. Y no, no tiene que ver con el flamenco. Olvídense de que el clan Amador o Kiko Veneno participan en este disco —a pesar de sus guitarras, siempre presentes— y véanlo como una mezcla de bossa, rumba, pop melódico y voz susurrante. Por lo menos, tan francesa como flamenca, no solo en los títulos. “Toi”, con su perfil de jazz a lo carioca, es lo más parecido a Françoise Hardy que se ha grabado nunca en nuestro país; de hecho, no cuesta imaginarla en su repertorio. Pero de pronto, entra la guitarra de Raimundo Amador, serena y clara, para mantener la elegancia.
Es en cierta parte lógico. El mercado que se buscaba era el europeo, y el sello Les Disques du Crépuscule, un catálogo que apostaba por las producciones sencillas, pero con arreglos llenos de preciosismos. Así son los de “Loli, Lolita”, con su flauta bucólica, su voz susurrante y su guitarra que parece surgir de entre las sombras; o los de “Fin d’eté”, en que el vestuario, sencillo pero efectivo, vuelve a recordar a Françoise Hardy. Seguramente, este sonido depende también de la producción de Ben Rogan, que llevaba también la carrera de Sade. No es sino más adelante cuando entra en el mercado español, y tiene que enfocar un nuevo público casi desde cero.
Un mercado europeo que le hizo caso desde el principio, aunque aquí el disco no llegara de igual manera. El New Musical Express dice de él que «when whispered her voice blends up with streets flamenco´s guitar, wonderful». Cuesta creer que esta sensibilidad provenga de una niña que, aunque vivía con su padre y su hermana, pasó su niñez entre treinta lugares y el abandono. Fue en la vendimia cuando coincidió con gitanas españolas, donde los casetes de rumbas que traían le proporcionaban un bálsamo después de una jornada en la que le dolían hasta los cabellos.
También hay mucho de la Jeanette que estuvo en manos de productores franceses, André Popp, en concreto. “El color” es muy afín a la dicción de la inglesa —incluso con esos aires antiguos que a veces adoptaba— y podría formar parte de sus producciones si hubiera seguido con esos parámetros. Es parte del grupo de composiciones que aportan detalles especiales. “Regarde-moi sourire” potencia los aires tropicales de la bossa nova con unos subyugantes bongós. Y sobre todo hay dos canciones en inglés que representan más que ninguna otra un salto hacia tendencias muy actuales.
“Open up the door” se conserva muy moderna, menos el rapeado, que intenta ser callejero, pero ha perdido fuelle; pero “She’s the rain” son palabras mayores. Los arreglos y la voz se adelantan en 20 años a lo que hoy representan Anni B Sweet o Alondra Bentley. Dulce, sencilla y acústica, anticipa sin que haya conexión directa, el indie sentimental, la naturalidad de ciertas músicas del siglo XXI. Cathy Claret está inscrita en su época, pero también se adelanta treinta años a las tendencias que han calado en la escena ya bien entrado el siglo XXI.
El mérito es mayor si pensamos que compone ella, autodidacta y versátil; con el sustrato de muchas músicas, pero sin divagar en varias direcciones. Y ello es otro de los valores del disco, Cathy Claret hace exactamente lo que quiere, sin cortapisas, y esa libertad recala sin duda en el disco como aire fresco. Seguramente, no estábamos preparados para ello, pero es una verdadera lástima que el disco de la cantante francesa no fuera entendido en la época como un posible modelo a seguir —el de canciones enraizadas en lo hispano, pero con sensibilidad universal—, ni se buscase luego como rara avis de culto. Rosalía, mira lo que son los tiempos, ha conseguido ambas cosas.
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Anterior entrega de Discos descatalogados: Un amante de cartón (1981), de Roque Narvaja.