Carvalho. Problemas de identidad, de Carlos Zanón

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«Todo es acostumbrarse, y al final uno lo hace y acepta este nuevo Carvalho, que da alguna clave curiosa de su pasado y que intenta encajar en el presente»

 

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Carlos Zanón
Carvalho. Problemas de identidad
PLANETA, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

A bombo y platillo ha sido anunciada una nueva novela de Pepe Carvaho. Notas de prensa primero, entrevistas a Carlos Zanón —el encargado de darle cuerda de nuevo—, aún antes de que apareciera el volumen… Quizás con vistas a reeditar todas las novelas que constituyen su serie. Y de inmediato ha habido escisión entre apocalípticos e integrados: los que ponen el grito en el cielo ante lo que consideran sacrilegio, y aquellos que simplemente desean leer una novela más de su detective favorito. Al fin y al cabo, es común en el mundo del cómic que cuando muere el autor de una serie de éxito esta sea retomada por un discípulo o alguien afín, y nadie se rasga las vestiduras.

Eso sí, se ha de retomar el personaje en sus justos cabales. Los devotos no soportan variaciones sin sentido, y en este caso el detective sigue viviendo en Vallvidriera, sigue quemando libros, continúa teniendo en Biscúter un aliado ingenuo, hay páginas gastronómicas y una visión de Barcelona que puede pasar de los barrios más acomodados a la mugre más inhumana. No en vano Zanón viene de Taxi y de una novelística en la que la ciudad es protagonista

Sin embargo hay diferencia y media en este Carvalho que puede causar sarpullidos al lector más integrista. Pasamos por alto que Carvalho ha envejecido y tiene que hacerse pruebas médicas, que su cinismo y su leve amargura se han acrecentado, pero en principio la novela se inicia en Madrid, que es ciudad que comparte la trama. Esta es la media diferencia, no hay nada que impida que Carvalho tienda sus redes a otras ciudades —en este caso redes amorosas—; pero lo que uno sospecha que va a causar más revuelo es que el narrador es en primera persona, es el propio detective quien narra y focaliza la trama.

Concedamos, pero eso tiene un peligro evidente, que puede parecer poco creíble. De hecho, el lector en ocasiones tiene la impresión (sobre todo en las primeras páginas) de que hay algo que no funciona en la maquinaria, algo demasiado retórico, y que Carvalho nunca diría algo como “menudo trío de tontos”. Los casos sí que tienen analogías con los clásicos: un chaval que es objeto de acoso en el colegio —trama que se abandona muy pronto—, el asesinato de una prostituta y la masacre, trazada con una saña especial, de una anciana y su nieta en un piso del Ensanche.

Todo es acostumbrarse, y al final uno lo hace y acepta este nuevo Carvalho, que da alguna clave curiosa de su pasado —fue gorila en el CBGB y vio a The Ramones, se lió con Debbie Harry y la Rosita de Mink de Ville, conoció a Doc Pomus— y que intenta encajar en el presente, un presente en el que hay internet, en el que Biscúter llega a la final de un conocido concurso televisivo y en el que no puede evitar una leve decadencia.

Anterior crítica de libros: La llama, de Leonard Cohen.

 

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