Carlos Berlanga: El pop nacional 20 años después de su muerte

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«La colección de canciones más perfectas que nos ha brindado la historia del pop español»

 

Con motivo del vigésimo aniversario del fallecimiento de Carlos Berlanga, que se cumple el próximo domingo, 5 de junio, Marcos Gendre (autor de Deseo carnal. Alaska y Dinarama, mil campanas) rastrea los pasos creativos de su obra. Un legado que lo alza como imprescindible de nuestra cultura popular.

 

Texto: MARCOS GENDRE.

 

No cabe duda de que frases hechas como «cualquier tiempo pasado fue mejor» siempre encierran algo de verdad en su significado. En la situación que vivimos en torno al pop de nuestros días, se hace más que evidente ante ausencias tan notorias como la de Carlos Berlanga. No en vano, veinte años después de su triste fallecimiento su impronta para jugar con los significantes pop sigue girando en círculos concéntricos por medio de una onda de influencia cada vez más arquetípica, sin matices. Un testigo tan difícil de recoger, que solo Charli Mysterio y Parade han sabido portar con cierta inteligencia para amoldarlo dentro de sus respectivas fórmulas.

Cuando hablamos del talento che, lo estamos haciendo de alguien que, en dos décadas de creación, plantó la semilla de la genialidad no buscada por medio de la colección de canciones más perfectas que nos ha brindado la historia del pop español, de los años ochenta en adelante.

No es para menos, comprobando sus orígenes y educación artística, tanto musical como gráfica. Por una parte, Carlos fue deudor del característico humor valenciano que su padre, Luis García Berlanga, supo traspasar tan fascinantemente a la pantalla por medio de películas como Calabuch o Los jueves, milagro. Dicha herencia genética quedó sellada en viñetas pop como las que dibujó para los Pegamoides a principios de los años ochenta.

 

«Su impronta para jugar con los significantes pop sigue girando por una onda de influencia cada vez más arquetípica»

 

Fue a través de gemas de pop naíf, como “Otra dimensión” y “El hospital”, donde también quedó cifrada una presencia incluso mayor que la de su padre: la de Carmen Santonja, junto a Gloria Van Aerssen, mitad de Vainica Doble.

De las denominadas «madrinas de la movida madrileña», Berlanga recogió el toque innato para dotar de absurdo mágico el realismo de nuestras rutinas vitales. Pero de Carmen también heredó el amor por la pintura. De hecho, más allá de sus indudables dotes para vertebrar yincanas melódicas de efecto directo e imperecedero, el genio del Turia también fue nuestro Andy Warhol en la sombra. Y es que, en cierta manera, tan desastrado deudor de la ortodoxia glam siempre se caracterizó por una facilidad inusual para alcanzar la excelencia en tiempo récord.

A sus miles de pinturas hay que añadir su capacidad para componer en cinco minutos el esqueleto de cortes como “Ni tú ni nadie”, hit por el que será siempre recordado y con el que alcanzó la fama soñada y odiada, a partes iguales, a la sombra de Alaska por medio de Dinarama: el truco de magia que se sacó de la chistera tras el fin prematuro de Los Pegamoides.

Los años ochenta fueron el gran caldo de cultivo de un dandi que, por momentos, parecía surgir de imaginar a Bryan Ferry en las sombras de los barrios nocturnos de Madrid. Porque, en cierta manera, Berlanga representó el espíritu frívolo y libérrimo de una movida luego pervertida por los renglones firmes de una industria musical para la que él fue poco menos que una oveja descarriada.

 

«Tan desastrado deudor de la ortodoxia glam, siempre se caracterizó por una facilidad inusual para alcanzar la excelencia en tiempo record»

 

Esto quedó determinado por el fin de Dinarama y el de una década, los ochenta, tras la que se exilió en la tranquilidad de un círculo cerrado de amigos y admiradores, como  Ibon Errazkin y Carlos Galvañ, que fueron también cómplices en la producción de Impermeable (2001), canto del cisne del príncipe pop por antonomasia mediante el que ratificó una metodología incapaz de ser igualada tantos años después. La misma con la que dio vida a Indicios (1994), quizá el disco que mejor define todas las virtudes de un autor siempre engatusado por las musas de la inspiración, que tanto podían derivar en un delicioso dueto con Ana Belén para versionar a su adorado Antonio Carlos Jobim, como podían encauzar en “¿Qué sería de mí sin ti?”, exuberante segunda parte de “¿Cómo pudiste hacerme esto a mí?”, exquisito disco pop barroco con el que ya había mostrado al mundo lo que era capaz de conseguir, si la medida de sus ambiciones se veía correspondida con un presupuesto para poder materializarlas.

Carlos Berlanga, protagonista de una vida atormentada por las urgencias del placer venenoso, acabó su periplo vital el 5 de junio de 2002. Apenas tenía 42 años. Meses antes del fatal día, su lánguida y elegante delgadez delataban las grietas de una enfermedad terrible que se lo llevó por delante y nos privó de disfrutar de una fase de caleidoscópica madurez en su carrera. La misma por la que se ha ganado un puesto de privilegio en el subconsciente del imaginario popular.

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