«Parece que según se aproximan las navidades se dan cita con más frecuencia los festivales por cualquier causa a la que dar voz. Cantautores que invitan a los parados gratuitamente a sus conciertos, discos por no sé qué causa con lamentables duetos como reclamo o festivales con la luminaria solidaria de turno como cabeza de cartel con el objeto de hacer llegar la justicia más allá de nuestras fronteras…»
En este artículo de opinión, Juanjo Ordás reflexiona y se pregunta por la tendencia a la «caridad» pública de algunas estrellas del rock y el pop, de la música popular en general.
Texto: JUANJO ORDÁS.
Si uno fuera una gran estrella de rock and roll entendería la caridad como algo egoísta pero al menos honesto. Más de uno debería reflexionar sobre sí mismo y preguntarse si no sería más altruista regalarle a su madre un televisor nuevo que cantar de cara a la galería la canción de turno en el evento pertinente. Primero recoge tu basura, después ayuda a los demás a reciclar la suya.
San Bono es solo uno de los primeros que seguramente nos vendrá a la mente a todos, un tipo que no duda en pedirle dinero a cualquiera que se cruce en su camino –incluso a sus fans en los conciertos, solicitando que envíen mensajes telefónicos– con tal de subsanar la causa que en ese momento considere adecuada. Eso sí, mientras, él sigue adelante con su tren de vida y giras capitalistas sin meditar posibles vías más provechosas de recaudar dinero para ese Tercer Mundo que tanto ama. ¿No sé le ha ocurrido el dinero limpio que podría recaudar haciendo una gira acústica con sus U2 por teatros con el montaje mínimo? Claro, tendría que enseñar a The Edge a tocar sin efectos y renunciar a millones de cotización personal. Y eso no, ni de broma.
Pero el blanco de este texto no es el líder de U2, que bastante tiene ya el pobre con su último disco, sino personajes más cercanos. Igual que uno debería comenzar a arreglar el mundo por su casa –¿has vuelto a hablar con tu padre?, ¿has visitado a tu abuelita en el geriátrico?– también es lo más justo que prestemos atención a nuestros filántropos nacionales mucho antes que a un irlandés con delirios de grandeza.
Parece que según se aproximan las navidades se dan cita con más frecuencia los festivales por cualquier causa a la que dar voz. Cantautores que invitan a los parados gratuitamente a sus conciertos (eso sí, con ronda de entrevistas del caritativo para la prensa incluida), discos por no sé qué causa con lamentables duetos como reclamo o festivales con la luminaria solidaria de turno como cabeza de cartel con el objeto de hacer llegar la justicia más allá de nuestras fronteras, como si aquí nos sobrara el juicio de la dama de ojos vendados y balanza. Esta filantropía siempre tira de promoción, evidentemente, de cartelería –¡faltaría más!– y de los medios de comunicación, la mayoría tan proclives a la bondad navideña. Por supuesto, ninguno de los participantes –y los hay con las arcas bien repletas– habrá pensado en realizar un donativo anónimo a alguna ONG (a alguna de las pocas que no son mafias, claro). No, nada de operar de incógnito, si uno va a demostrar lo benévolo que es para con los necesitados que al menos haya un par de cámaras allí, no sea que encima que se hace el esfuerzo de dar dinero no se vaya a enterar el mundo. Es más, si el artista está en horas bajas es una ocasión de oro para traerle de vuelta al ojo público y encima canonizado. ¡Jugada redonda!
Mirad en la calles, mirad en la prensa, están ahí, pasándolo bien por los demás y dando ejemplo. Ah, ¿que vosotros no sabéis cantar? Pues nada, aflojad la billetera por la noble causa que ellos os muestran, que para eso tienen talento y vosotros un sueldo seguramente menor que el de estos altruistas. Ya sabéis, en navidad a ser santos, el resto del año a vuestras cosas.