DISCOS
“Las canciones de ‘Capitol’ son tremendamente humanas, emanan calor, sudan”
Revólver
“Capitol”
COMPAÑÍA DE CANCIONES
Texto: JUANJO ORDÁS.
Lo mínimo que uno puede esperar de un disco de Revólver es encontrarse a Carlos Goñi disparando verdades. Siempre sinónimo de sinceridad, Goñi apunta con el corazón y eso es innegable. Y es que, ¿cuándo ha defraudado este hombre? Diría que nunca. Escuchando “Capitol” uno recuerda que hablamos de un tipo que siempre ha sido fiel a sí mismo y ese es el gran valor que aporta a sus seguidores: saber hacer las cosas bien con su estilo. Las canciones de “Capitol” son tremendamente humanas, emanan calor, sudan. Ahí está esa proximidad suya tan característica, a ratos arisca, a ratos amable, un poco de mala hostia, alguna caricia.
‘Más tequila’ te guiña un ojo mientras se descuelga con una mueca torcida, musicalmente fluye fronteriza, polvorienta mientras que textualmente es urbanamente española. ¿Y Goñi, mientras? Fundiendo los dos mundos. Escuchando el disco hay que remitirse a él constantemente como el músculo, nervio y articulaciones de las canciones, es su esfuerzo es que las aprieta y une, obrando la proeza de animar el corazón del disco creando un ritmo interno muy pensado. Así se explica el paso natural de la vestida ‘Más tequila’ a la desnuda ‘Perdí lo que no tuve’, palpitante como un corazón encabronadamente roto, desbordando maestría. Ahí llega el wha wha vacilón de ‘Premios y cicatrices’, entremezclado con guitarras acústicas, virtud alquímica. Y ese estribillo, rockero, oscuro, cool.
‘Ángeles de alas sucias’ es un momento importante. Es jodidamente poética, (“Méndigos reñidos con el agua y con dios”, sublime) y uno no se explica cómo Goñi puede exportar el rock americano y hacerlo sonar tan español. Refinado, sentido, en su sitio. Y en carne viva. Y real. Y verdadero. Canciones como ‘Blackjack’ y ‘Barcelona’ -en realidad todo el disco- están pasando aquí y ahora, serían incomprensibles en otro lugar, sólo tal vez en algún entre México y EEUU. Otra pareja, la formada por ‘Campanilla’ y ‘Mustang Shelby’, cartas amarillentas al viento, trotan como los recuerdos, siguiendo un orden mágico, recorriendo caminos polvorientos que huyen de la razón y apelan al alma. ‘Besos de contrabando’, ‘Sacristán de sacristanes’ (gran homenaje) y ‘Cerrar los ojos’ ejercen de contrapeso por rítmica, sutilidad y en el caso de la última, una brutalidad salvaje que abre los ojos a la imperdonable realidad de los abusos infantiles, con una ternura que humedece los ojos. Goñi conmueve, valiente, firme, es capaz de volcar todo su afecto para con los víctimas y sólo cabe quitarse el sombrero otra vez ante él. El nudo en la garganta que provoca ‘Cerrar los ojos’ está al alcance de muy pocos y él no solo demuestra estilo, sino tacto.
Continuar con ‘Frío en Madrid’ frena relativamente la caída en la tristeza absoluta, porque es melancólica pero no desesperada, con un matador slide. ‘La vanidad’ se abre paso desde las tinieblas con tensión, galopa sobre la sabiduría de los años (“Las cosas no esperan a nadie, eso es vanidad”) en una carrera sin meta, con acordes tristes por herraduras y la mirada alta, con una dignidad fuera de lo común que comparte con ‘Magnolia Lane’, de arreglos góspel y quietud, un réquiem por el final del disco que ha tenido mucho de viaje que ahora concluye con placidez, muriendo donde debe morir, dejando atrás hermosura y canciones a las que volver de nuevo.
–
Anterior crítica de discos: “Damage and Joy”, de The Jesus and Mary Chain.