“Un inicio incoherente, un riff que es el que deben hacer los angelitos tristones en el cielo, una letra estúpida pero tan explosiva como lo pueda ser un balbuceo, explosiones gregorianas en el estribillo, un video que ya era rancio cuando se grabo. Esa tristeza que es un lujo que solo pueden permitirse los jóvenes”
En su quinta entrega de “Canciones de una noche de verano”, César Prieto nos lleva hasta primeros de los 80, cuando se editó el tercer disco de la banda inglesa, “Architecture & morality”, al que se acercó en una época completamente ecléctica y en el que ‘Souvenir’ se convirtió prácticamente en un mensaje vital.
Una sección de CÉSAR PRIETO.
Orchestral Manoeuvres in the Dark
‘Souvenir’
“Architecture & morality”
VIRGIN, 1981
“My feelings still remain”
Siempre que me pongo el ‘Souvenir’ recuerdo una conversación mantenida tiempo ha con amigos, en noches de concierto. Es recurrente, eso sí. Trataba el gran tema de la gente que somos de edad tirando a provecta y que sequimos aficionados a la música. Hace veinte años Internet no era más que una curiosidad y la gente que entonces era veinteañera ya había formado su estética. Son la última generación para la que la música no tiene que ver con los ordenadores.
La cuestión es que yo me quejaba de que echo a faltar cada vez más la presencia de nuevos popes, de críticos con criterio que escojan por mí, que me hablen con emoción de tal disco y su opinión sea valorada. Con el espíritu crítico que es ley que ellos mismos nos enseñen, sí, pero valorada. Esa Patricia Godes, esa Sagrario Luna, Fernando Poblet, Josep Maria Pallardó… Por citar solo los más olvidados, que los conocidos siguen estando en el candelero. Gente que al citar un disco sancionaban y quitaban libertad al creyente, pero evitaban dispersión. A partir de ahí ya podías construir tu propia personalidad musical. Y rebuscar por tu cuenta y riesgo. Mi interlocutor argumenta siempre que esa figura aún existe, pero en forma de blogger, que nosotros no los conocemos, pero que la gente de veinte años los sigue, escoge, valora. No viene a ser lo mismo, por muchas razones. La primera es que cuando te echas novia dejas el blog. Entiéndanme, los guías actuales pueden ser válidas, de una percepción tan afinada como la de Diego Manrique en el 79 –tirando largo y por exagerar–, pero ya no buscan ser profesionales, es un entretenimiento que con el tiempo se dejará y con ello dejará inválidos a sus seguidores. En el caso de que sea una personalidad interesante y seguida, claro.
Bien, toda esta retahíla para explicar que OMD (Orchestral Manoeuvres in the Dark) me los descubrió un pope al hablar en no recuerdo que revista –quizá en la revista “Vibraciones”– del inmenso poder evocativo del primer disco de un grupo de Liverpool. Era el año en que habían sacado el “Organisation” y por tanto el ‘Enola gay’ sonaba constantemente en las radios. Es una canción que siempre me ha desagradado profundamente. Entiendo que es icono de una época, entiendo que mucha gente evoca su riff de sintetizador como preclaro ejemplo de alianza entre vanguardia, comercialidad y baile, pero a mí son cosas que juntas me repatean. Las aguanto, como mucho, de dos en dos. No hay problema, me suele pasar con canciones sueltas de mis grupos favoritos, las odio hasta la extenuación. Quizás sean el vertedero de lo mucho que me gustan las otras.
El caso es que me fié del criterio de mi crítico y me compre su primer elepé. No lo entendí. Sigo sin hacerlo. Me parece por una parte aburrido, pero por otra maravilloso. Las canciones son pretenciosas –‘Julia’s Song’-, vulgares –‘Electricity’-, pero tienen una extraña magia. Algo así como “no me sale, pero me saldrá”. Y les salió, vaya si les salió. En “Architecture & Morality”, un tercer elepé lleno de enormes canciones. Creo que cada una –por una razón diferente– lo es. El espíritu santo es ‘Souvenir’. Pero antes de que la analice, déjenme que les hable de cómo era la situación en el año 82, pongamos por caso, porque no se lo van a creer. Si digo que era una situación totalmente permeable va a quedar muy bien y va a entenderse hoy como multiculturalidad, cruce de civilizaciones, eclecticismo o un montón de chorradas más.
Se me dirá también que esa actitud está a la orden del día. Y no era eso, no era eso. Permeable significa, por ejemplo, que a mi amigo del alma en aquella época le flipaban los New Trolls, pero a la vez se compraba un disco de Dire Straits, que era un grupo nuevo, y me robaba mi epé numerado de Los Secretos porque les molaba a sus amigos de Santa Coloma que por otra parte no hacían más que escuchar a Los Chichos. Mientras, en su casa, analizábamos y bailábamos el disco de Greta que se había comprado su hermano, que por otra parte era heavy y se moría por Black Sabbatth. Mientras, yo colaba el ‘Noche blanca en Munich’ de Miguel Bosé junto a ‘Branquias bajo el agua’ y este mi amigo del alma me hacía recorrer media Barcelona para comprar un disco de unos alemanes que tenía una cara B cojonuda que se llamaba ‘Antenna’. Y yo aprovechaba también para hacerme con el “Sin Dinero” de Charol y al llegar a casa nos pillaba un compañero de colegio que se había comprado un elepé que se llamaba Fans y que salían unos tales Radio Futura que eran cojonudos mientras yo les decía que fueran subiendo porque iba a casa a buscar a los que me he comprado que son Police y tienen el ‘Roxanne’.
Y en el colegio corrían los discos que era un contento. Yo fui a una entidad religiosa –que Dios confunda– en la época de los curas obreros y las misas con guitarrita y canciones del Sisa. Y recuerdo que se organizaban sesiones de audio forum en los sótanos de una enorme parroquia del desarrollismo. El asunto consistía en bajar un tocadiscos y que alguien devoto te pusiera toda la discografía de Pink Floyd o de Bob Marley. Y al salir iba a ver a una novia que tenía en Sants y que forraba toda su habitación de posters de Kiss y a la vez me compraba ella una entrada para ir a ver a Camel, pero que no perdonaba que no le pusiera el ‘She’s leaving’ al llegar a su casa.
Ese era el ambiente. Ahora parece que todos estos te pueden gustar a la vez porque ya son clásicos, pero piensen un momento, vendría a ser como si hoy pudieras apreciar a Chambao, Erik Urano, Guadalupe Plata, Zion, Calle 13, Los Punsetes, Antonio Orozco, Los Granadians del Espacio Exterior, Eli ‘Paperboy’ Red y Papa Topo, todo de una tacada y sin que te cayera la cara de vergüenza. Hoy esto sería imposible. Entonces existía.
Pues mi “Architecture & morality” se editó en este ambiente y fue pasando de mano en mano hasta que me volvió un día con el troquel absolutamente desgastado. Mejor que fuese así, sobre todo estando dentro ‘Souvenir’, que es una canción que merece estar rota, a pesar de lo impoluto de su construcción. Una canción que yo me apresuré a difundir sin reparos quizás porque estaba diciendo “esto soy yo”, o “me quiero convertir en esto”, que vienen a ser cosas contrarias.
Puntualicemos: ‘Souvenir’ es una canción que impacta. Impacta mucho la primera vez que la oyes. Pero si encima tienes diecisiete años y la pillas justo en el momento en que le toca –es decir, cuando aún tiene esa frescura de algo reciente, cuando aún la electrónica era anuncio de porvenir– es que ya decides directamente que “la vida tiene que ser así”. Un inicio incoherente, un riff que es el que deben hacer los angelitos tristones en el cielo, una letra estúpida pero tan explosiva como lo pueda ser un balbuceo, explosiones gregorianas en el estribillo, un video que ya era rancio cuando se grabo. Esa tristeza que es un lujo que solo pueden permitirse los jóvenes.
Andy McCluskey y Paul Humphreys se encontraban en estado de gracia y supieron encontrar el esqueleto de la melancolía. Ese estado había surgido algunos años antes, rondando el 78, con todo por hacer en Liverpool. En el centro neurálgico y escueto del Eric’s Club –núcleo del mundo entonces– y en el garaje en que hacían sus propios sintetizadores. Había excitación, germen y abono a la vez de explosiones pop, y esta excitación supuso por ejemplo que Tony Wilson y Factory Records publicasen “Electricity” y que Virgin, casi de inmediato, se hiciese con sus servicios y les fuese publicando elepés.
Recuerdo que antes de tener el LP compré el single. Eran unas ediciones que Ariola presentaba mucho más baratas que los singles al uso. El papel se arrugaba sólo con tocarlo y el vinilo también. Pero un marco estrellado anunciaba “100 pesetas”. Por 1.000 lo hubiera comprado igual, porque barruntaba que una canción, esa especialmente pero muchas más, me podía convertir en esto que soy ahora. Creo que no lo ha conseguido, lástima. La vida es demasiado imprecisa y sus golpes dejan demasiadas marcas como para no estragar la belleza. Y ahí no valen canciones.
Pero también estoy seguro de una cosa, quizás más importante. no soy lo que quise ser, es cierto, pero desde luego he evitado lo que no quise ser. Y creo que eso sí, definitivamente, lo han conseguido las canciones.
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Anterior entrega de Canciones de una noche de verano: ‘In the city’, de The Jam.