«Paul tenía el criterio, tenía el cauce. Solo le faltaba ponerse manos a la obra. Sin revivalismos –¿cómo voy a ser revivalista si sólo tengo dieciocho jodidos años?, dijo– pero tomando todo lo que del pasado podía ser activo»
Los recuerdos musicales de César Prieto le llevan hasta una noche de agoto de 1976, en la que Paul Weller bajó a Londres con su banda y acabó entre el público de los Sex Pistols en el 100 Club. Detalles de una historia que fueron el origen del tema que recupera hoy.
Una sección de CÉSAR PRIETO.
The Jam
‘In the city’
“In the city”
POLYDOR, 1977
«In the city there’s a thousand things I want to say to you».
Quizás la historia del pop cambió una noche de agosto del 76. Cualquier otro momento pudiera ser bueno; pero este no solo es bueno, es especial. Esa noche de verano, Paul Weller bajó con sus amigos y sus 18 años a Londres desde Woking, condado de Surrey, veinte minutos a la ciudad. Paul y The Jam, ya viejos conocidos en los pubs de su ciudad, arrancan unos cuantos coches y organizan con los chavales de la pandilla una excursión. Parecía ser que en la capital pasaba algo gordo y ellos, aún meros provincianos, no se lo pueden perder. Las ventanillas abiertas por el calor, risas en el coche.
Fue una verdadera suerte, sin ello la pasión que ese chaval había moldeado hacía unos años por un movimiento perdido en los sesenta hubiera sido un mero remedo sin salida; así, encontraba un cauce nuevo y vitalizador para unas inquietudes que iban a estallar en una carrera brillante y sólida. Y de paso, inventaba el revival 79, uno de los estilos más breves y eufóricos de la historia del pop.
Voy a intentar no usar la palabra mod en el texto más de lo necesario, pero lo cierto es que he de empezar con ella. O más bien con nuestro Paul, aún un niño, enfrascado en su habitación. Corre 1974. No le dice nada el glam rock. Pero encuentra en las páginas de “New Musical Express” un reportaje sobre unos jóvenes que hacía diez años o más se paseaban con altanería olímpica por su mismo país. The Jam ya existía y aún no va a cambiar a la nueva religión. Pero nuestro Paul sí, nuestro Paul cae deslumbrado. Es imposible implicarse en nada sin un deslumbramiento. Quizás el origen obrero, como el suyo, quizás similar actitud ante la música, pero Paul entiende tras caer del caballo que él es eso. Mira a su alrededor y en 1974 aún ve pasar a algunos. Muy pocos. Muy solos.
Quedan dos años largos para el punk y Paul es afortunado por estar ahí, en su habitación, leyendo una y otra vez los entresijos de una época que ya ha hecho suya. Así, cuando la nueva escena se presente su personalidad ya estará formada, ya no le engañarán ni le dirán por dónde ha de ir. Ya sabrá él dónde ha de llegar con la seguridad que le da la conciencia de lo que hace. Eso también lo aprendió de los mods en su habitación.
Así que cuando desembarca en Londres esa noche de agosto, el pie fijándose al asfalto al salir del coche, la mirada atenta e interrogante, sobre la excitación monta la certeza. Certeza que se agranda al entrar al local. Londres era una ciudad altamente estimulante ese año. Una ciudad en el segundo de silencio que precede a la bomba, ese segundo en el que hinchas los pulmones porque una vibración del aire despierta el instinto. La pandilla entra en el 100 Club y asiste a un verdadero caos, a un pandemónium en el que ni los Sex Pistols ni público se aclaran. Pero Paul, pese a ello, salió encantado. La vuelta a los coches la hizo como triunfador porque sabía que ahí estaba su público y el movimiento juvenil que le iba a empujar.
No tardarían mucho en actuar en ese 100 Club. Fue a finales de ese mismo verano, y lo ocuparían varias veces más. De hecho, una vez separados y en su elepé de directos –“Dig the new breed”–, la versión del ‘In the city’ que emplean está grabada el 11 de octubre de 1977 en ese mismo lugar. En todo caso la interpretación que más me gusta es la que hicieron en el Electric Circus de Manchester, agosto de ese mismo año, porque en ella se recrean los primeros planos con profusión y tranquilidad. Y me gusta esa mirada desafiante y tímida al mismo tiempo, el salto que se adivina en el primer redoble, los movimientos eléctricos y elegantes, los escasos pero significativos planos del público.
¡‘In the city’!, palabras mayores, aparece el 29 de abril de ese mismo 1977. Una portada con un fondo de azulejos de sanitario y ellos inventando el uniforme de la nueva ola: corbata estrecha, americana y zapatos sucios. Y dentro urgencia, sí, urgencia de la guitarra que repite el mismo riff tres veces llamando a ese redoble de batería que late en toda la canción. La voz grita encajando en una atrayente melodía la rabia, la frustración, las preguntas. En la calle están pasando cosas y hemos de aprovecharlas, hay que hacer algo, nosotros mismos. Hasta llegar a ese final repetitivo que es imposible dejar de gritar. Poco más dos minutos que se hacen densos, elásticos, que recorre un nervio tempestuoso.
Mirado con sospecha por los punks – ha pasado a los anales una pelea con Sid Vicious de la que el Pistol, nenaza, sacó un ojo lesionado durante toda su vida– y por los escasos aficionados activos a la estética de los sesenta, Paul tenía el criterio, tenía el cauce. Solo le faltaba ponerse manos a la obra. Sin revivalismos –¿cómo voy a ser revivalista si solo tengo dieciocho jodidos años?, dijo– pero tomando todo lo que del pasado podía ser activo. Simplemente quería gritar su insatisfacción con el espíritu más bello y más enérgico que había encontrado.
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Anterior entrega de Canciones de una noche de verano: ‘Moon river’, Henry Mancini y Audrey Hepburn.