COMBUSTIONES
«Hay algo recurrente en sentenciar que esta vez, ahora sí, nos encontramos ante la despedida de Faithfull»
Con motivo del lanzamiento de un nuevo recopilatorio de Marianne Faithfull, que verá la luz mañana mismo a manos de BMG, Julio Valdeón bucea por su azarosa vida y su imponente legado. ¿Será lo último que tengamos de ella?
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Songs of innocence and experience (1965-1995) recopila y ordena algunas de las canciones más importantes grabadas por Marianne Faithfull durante sus primeras tres décadas de carrera. Son los años de Decca e Island, los de la gloria del Swinging London, el fulgor tangerino, los Stones, los del olvido y las resurrecciones, la adicción y las clínicas, los grandes trompazos y los tercos regresos al mundo de los vivos, mientras la arrebatadora y excesiva hija del agente secreto y la profesora de literatura saltaba sin paracaídas del pop cristalino al rock, los experimentos con grifa y los homenajes a Kurt Weill y la República de Weimar.
Hay algo recurrente en sentenciar que esta vez, ahora sí, nos encontramos ante la despedida de Faithfull. A sus 75 años tiene el chasis destruido, la voz carbonizada y los andares pesarosos, frágiles, de una anciana muy vivida. Es cierto que no publica disco con canciones originales desde 2018, cuando grabó el crepuscular y tamizado Negative capability, por cuanto el She walk in beauty, en comandita con mi idolatrado Warren Ellis, de 2021, fue otro tipo de criatura: pasajes impresionistas, a la manera de los últimos trabajos del compositor y multiinstrumentista, junto a su compadre Nick Cave —quien, por cierto, también estuvo detrás de algunos de sus discos de regreso, como aquel de 2005 que montaron junto con PJ Harvey—, mientras la vieja dama recita textos de algunos de los grandes poetas románticos. Bellísimo, pero no exactamente armado con canciones. Más bien, spoken words.
Después de sobrevivir al jaco, de partirse la mandíbula y de que un novio saltara por la ventana; después de mandar a paseo a los admiradores más truculentos, menos interesados por su arte, menos respetuosos con su legado, de registrar joyitas de pop cremoso, saborear el deslumbramiento de los focos, ejercer de realeza oficiosa cuando Londres todavía era epítome y centro del mundo cultural; después de desplegar en los últimos tiempos espectaculares diatribas de amor y muerte, aceptación y asombro, siempre conservo la esperanza de que la vieja emperatriz, con el físico en jirones, todavía majestuosa, nos regale una penúltima ronda de canciones embriagadoras.
–
Anterior entrega de Combustiones: Esplendor y decadencia del rap.