COMBUSTIONES
«No hay discos deslumbrantes, canciones apoteósicas ni otra cosa que el ascenso y caída de una princesa huérfana de obra»
La vida de otro juguete roto salta a la gran pantalla: en este caso, la de Britney Spears, muy alejada de perfiles como el de Amy Winehouse o Nina Simone. Por Julio Valdeón.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Foto: ÁNGEL GUTIÉRREZ RUBIO (FLICKR).
Birtney Spears fue una de las más destacadas lolitas del mainstream en los noventa. En aquellos días parecía que el sarampión de sucesoras de Madonna era el mayor latazo que podríamos tolerar. Hasta que las décadas siguientes castigaron nuestra poca fe en las casi infinitas posibilidades de la mediocridad para crecer y multiplicarse siempre que brinde sólidos réditos comerciales. Al menos la de Macom, Mississippi, no intentaba prestigiar su apuesta por el pop adolescente con ínfulas guerrilleras ni apelaciones a la memoria de las sufragistas. Lo suyo era un puro caramelo alto en glucosa y bajo en sustancia. Canciones inanes, bailes y vídeos calientes y conciertos milimetrados, de un erotismo chicloso, compatible con una mercadotecnia voraz. Aunque mil veces antes una profesional del showbiz algo pedorra que un enfático vendedor de motos ajenas y luchas prestadas.
En el caso de Spears el ocaso llegó precedido por sus coqueteos con la prensa rosa, sus eternos pasotes y unos derrapes encadenados a ritmo supersónico. Hasta que el juguete explotó, dejando un reguero de fusibles chamuscados, la pérdida de la custodia de sus hijos y una fortuna de decenas de millones de dólares tutelada por su padre. Desde entonces hemos asistido al nacimiento del lema FreeBritney, que reclama que el juez le restituya el control sobre su vida y su hacienda. De sus luchas legales, su vaivenes emocionales y psíquicos y, claro, del movimiento para liberarla habla Framing Britney Spears, un documental producido por el New York Times y que desembarca en las plataformas el 5 de febrero.
Las posibilidades dramáticas son evidentes. Pero mucho me temo que no hay tuétano más allá de la inevitable empatía que despiertan entre el público las desgracias ajenas y las historias con aroma a cuento moral y advertencia para futuros incautos. A diferencia de Amy Winehouse y Nina Simone, dos damas problemáticas con sendos documentales dedicados a su vida y milagros, en la peripecia de la pobre niña del sur profundo no hay discos deslumbrantes, canciones apoteósicas ni otra cosa que el ascenso y caída de una princesa huérfana de obra. De ahí que en el caso de la cantante soul británica y de la visceral intérprete y pianista de Carolina del Norte fuera posible dibujar unos retratos donde lo biográfico, siempre interesante, estuviera al servicio del relato artístico, que a fin de cuentas es lo que nos interesa.
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Anterior entrega de Combustiones: Cuando Estados Unidos fue a por Billie Holiday.