COMBUSTIONES
«El desprecio que siento por aquellos frívolos, su insensibilidad ante el trabajo ajeno y su desprecio por la propiedad intelectual, uh, desborda estas líneas»
El juicio abierto contra el propietario de Seriesyonkis lleva a Julio Valdeón a reflexionar sobre la deriva que ha sufrido la industria cultural por la falta de respeto a la propiedad intelectual.
Una columna de Julio Valdeón.
Foto: Hernán Piñera.
He leído sobre el arranque del juicio al tipo que al parecer montó Seriesyonkis y a los sucesivos propietarios del portal. Alberto García Sola insiste en que él no pirateaba. Fue un pasatiempo. Apenas ejercía de programador. Era todo tan casual, distendido desinteresado y gracioso que en 2009 habría vendido la web, repleta de enlaces y publicidad, por la bonita cifra 610.000 euros. Hermosa cantidad para un tipo que, según escribe Tommaso Koch en El País, afirma que tenía otras ocupaciones. Hum. Qué grande. Si fue capaz de sacarle más de medio millón de euros a un esparcimiento, un capricho, puro asueto para matar tres tardes libres… ¿cuánto facturaba por los trabajos, digamos, serios? Aunque mi interés por su particular singladura sea puramente anecdótico, aunque no va más allá del que puedan generarme los placeres y los días de otros presuntos delincuentes, siento una curiosidad malsana por el tratamiento que le dispensarán los medios. Me pregunto si hoy, con buena parte de las industrias culturales en modo ruina absoluta, les parecerán tan cochinamente graciosas las peripecias de quienes pusieron a disposición de todo dios el trabajo ajeno. Y aguardo con renovada emoción los fastuosos análisis de quienes en aquellos días hablaban porlagente, ennombredelagente y paralagente.
Algunos, pocos, denunciamos entonces la masacre. Mal que bien algunas de las grandes disqueras resistirían, luego de las necesarias fusiones y despidos. Por supuesto las putrefacciones en televisión, tipo Operación Triunfo. Ahí siguen los artistas más vendedores. Al mismo tiempo zarpaban por el desagüe las discográficas más necesarias. Pongamos Nuevos Medios, que se iba a tomar por rasca mientras los alelados de la prensa celebraban la suprema fatuidad de que habían declarado el flamenco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad o así. Ahogados por la codicia y la falta de escrúpulos del respetable, ardían los sellos, el tejido y la sabiduría asociados al negocio, diseñadores de carátulas, productores, músicos de sesión, buscadores de talento, profesionales de las revistas y etc. De paso moría la posibilidad de que los jóvenes talentos puedan ni soñar con dedicarse profesionalmente. Y quien crea que puede construirse una obra sólida y una trayectoria de largo aliento a partir del puro amateurismo, de ensayar y tocar media hora a la semana, actuando para cuatro amigos, o peca de malicioso o, seamos piadosos, no sabe de qué habla.
En fin. Si eres un adolescente con ganas e ideas de algo más que repetir los robotizados patrones de una academia televisada, o anhelas, qué sé yo, compilar las mil y una grabaciones inéditas en directo que todavía quedan de muchos de los grandes del flamenco (pregunten, por ejemplo, a Ricardo Pachón, que tiene una sala atiborrada de joyas absolutas y, ay, inéditas), de restaurarlas, documentarlas y hasta de acompañar su lanzamiento con unos textos a la altura, o si por casualidad eres descendiente de alguien que, lejos de montar un bar o sacarse unas oposiciones o especular con pisos, dedicó toda su perra vida a escribir e interpretar música, o publicar libros, y aspiras a que la gente que consumió las obras de tus padres o abuelos se haya dignado a dejar unos euros a cambio (nada excesivo, te conformarías con el precio de venta al público), o si eres tan ingenuo de soñar con dedicarte a escribir largos y minuciosos reportajes sobre teatro o rock and roll o poesía en una revista en condiciones, o hacer un programa de radio en una emisora musical con un mínimo de respeto por el negociado que tratas, o tienes un grupo pero no se ha enterado ni dios, o si eres un veterano de un grupo totémico y tienes que montártelo en giras acústicas por bares de mierda y te toca hacer de pipa, conductor, mánager y etc, o si eres un Premio Nacional de la Música y tus últimos lanzamientos no alcanzan ni para cubrir los gastos de grabación… pues nada, oye, agradece el erial que recibes a tus mayores. Con una especial y cariñosísima dedicatoria a los apóstoles de la cultura gratuita y blablablá. Tipos decididos a congraciarse con la peña e insuperables mierdas a la caza del aplauso fácil que jalearon a los arquitectos del saqueo, absolvieron a millones de ladrones, hicieron de tontos útiles de las telecos, fomentaron el linchamiento de poetas, músicos y escritores, intelectualizaron con Gramsci de baratillo y Toni Negri de saldo una colosal exhibición de miseria colectiva y, en suma, machacaron una industria con claroscuros pero heterogénea y copiosa para entregar a cambio el puro y radioactivo desprecio. El desprecio que siento por aquellos frívolos, las náuseas que me provoca su ingratitud, su morro, su encanallada chulería, su insensibilidad ante el trabajo ajeno y su desprecio por la propiedad intelectual, uh, desborda estas líneas.
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