«El grunge ha permanecido vivo hasta hoy día, y parece afrontar una nueva etapa de reconocimiento masivo con el regreso de Soundgarden, Alice in Chains y Stone Temple Pilots, encargados de mantener su vigencia en el nuevo siglo»
Mientras Pearl Jam optan por tomarse un descanso, Soundgarden, Alice in Chains y Stone Temple Pilots regresan a los escenarios y sacan nuevos discos o recopilatorios. Casi tres décadas después, la escena de Seattle continúa generando noticias. Eduardo Guillot nos pone al día.
Texto: EDUARDO GUILLOT.
El pasado 11 de julio, durante el festival Lisboa Optimus Alive, Eddie Vedder anunciaba: «Gracias por venir a nuestro último concierto. No será el último para siempre, pero sí el último en mucho tiempo». De este modo oficializaba el inicio de un largo periodo de descanso para Pearl Jam [en la primera foto], que muchos interpretan como el primer paso hacia su adiós definitivo. Con la salida de escena del grupo se podría deducir que el grunge sufre su último golpe de gracia, tras las sonadas muertes de Kurt Cobain (Nirvana), y Layne Staley (Alice In Chains), a las que se podría unir la de Shannon Hoon (Blind Melon). Sin embargo, parece que el sonido que puso a Seattle en el mapa del rock alternativo va camino de vivir una nueva etapa de gloria popular. O, al menos, de reivindicarse frente a las nuevas generaciones. El próximo 28 de septiembre, Soundgarden regresan con el recopilatorio «Telephantasm», que incluye un tema inédito (‘Black rain’) perteneciente a las sesiones de «Badmotorfinger». Es el segundo retorno grunge de la temporada, tras la publicación, en mayo, del álbum homónimo de Stone Temple Pilots, que rompía un silencio de nueve años y que llegaba sólo unos meses después de «Black gives way to blue», primer disco de Alice In Chains con William DuVall como sustituto del fallecido Staley. Habían pasado trece años desde su último trabajo, un MTV Unplugged editado en 1996. Así pues, tres de las formaciones señeras de la eclosión grunge están de vuelta en los escenarios.
El de Soundgarden es, probablemente, el regreso más esperado. El pasado 16 de abril, Chris Cornell, Kim Thayil, Ben Shepherd y Matt Cameron se subieron al escenario por primera vez en doce años, en el Showbox Theater de Seattle. El éxito fue incontestable, y el 8 de agosto debutaban como cabezas de cartel de la gira Lollapalooza en el Grant Park de Chicago, en una actuación precedida por un concierto con todas las localidades agotadas en el Vic Theater de la misma ciudad, el 5 de agosto. La disolución de Audioslave (la banda de Chris Cornell con miembros de Rage Against the Machine) y la tibia recepción de los discos en solitario de Cornell jugaban a favor de una reunión que, a la espera de saber si grabarán material nuevo, se rubrica con «Telephantasm», un recopilatorio que aparece en diversos formatos, incluyendo el doble CD con DVD y el triple vinilo de edición limitada.
Con el retorno de Soundgarden, el sonido Seattle reclama nuevamente protagonismo. En agosto, el grupo ya ocupaba la portada de «Spin», el mensual más influyente de la prensa rock alternativa, bajo el titular: «Después de trece años, los reyes del grunge regresan. ¿Y ahora qué?». Pues ahora, obviamente, las miradas se posarán otra vez en el noroeste de los Estados Unidos, para recordar de dónde salió la banda y cómo, a principios de los noventa, una ciudad se convirtió en capital mundial del rock.
Porque si hay una fecha que marca la conversión del grunge en un fenómeno de alcance mundial, es enero de 1992: «Nevermind», segundo álbum de Nirvana, desbanca del número uno en las listas de ventas americanas a «Dangerous», de Michael Jackson, y el rock alternativo se convierte en una máquina de fabricar dinero para la industria discográfica (nunca una portada de disco fue más premonitoria), que llevaba ya un tiempo tirando el anzuelo a la escena underground para ver si pescaba una pieza suculenta. De hecho, Geffen, el sello que editó «Nervemind», ya había contratado a Sonic Youth, padres de toda una generación de músicos de sonido crudo y contestatario (en activo desde 1981), y les había editado el magnífico «Goo» (1990), sin obtener los resultados esperados. Fueron precisamente los neoyorquinos quienes recomendaron el fichaje de Nirvana. El talento y la personalidad de Kurt Cobain y una canción como ‘Smells like teen spirit’, capaz de canalizar la angustia existencial de toda una generación, fueron suficientes para que el mundo entero se girara hacia Seattle. El álbum vendió diez millones de copias (actualmente va por los treinta) y abrió la puerta definitivamente a un género que se había originado a mediados de los ochenta con bandas como Mudhoney o Green River, y que inicialmente capitalizó el sello Sub Pop, fundado en 1986 por Bruce Pavitt y Jonathan Poneman a partir de un fanzine.
Dos años después editan «Superfuzz bigmuff», de Mudhoney, que se convierte en uno de sus primeros éxitos, y en 1989 aparece «Bleach», el debut de Nirvana, que ya pone sobre la pista de Seattle a los grandes sellos multinacionales. Soundgarden, que habían editado su primer EP («Screaming life») con Sub Pop, se estrenan en largo en 1988 con «Ultramega OK», que todavía edita la independiente SST, pero de inmediato fichan con A&M. Por su parte, Pearl Jam, surgidos de las cenizas de Green River y Mother Love Bone, debutan directamente de la mano de Sony, con «Ten» (1990), un gran éxito de ventas que contribuye a afianzar la etiqueta grunge, pese a que también les acarrea críticas desde ciertos sectores, que consideran que se han vendido. Sin embargo, hasta Mudhoney se dejarían tentar por Reprise Records entre 1992 y 1998, para regresar después a Sub Pop.
Como otras pequeñas revoluciones rock, la del grunge duró poco una vez alcanzó grandes audiencias. La presión del éxito, los excesos y las modas que aguardaban a la vuelta de la esquina (la prensa inglesa creó el brit-pop para contrarrestar su influencia) fueron arrinconando un estilo que, no obstante, ha permanecido vivo hasta hoy día, y que parece afrontar una nueva etapa de reconocimiento masivo con el regreso de Soundgarden, Alice in Chains y Stone Temple Pilots, encargados de mantener su vigencia en el nuevo siglo.
NO DIGA GRUNGE, DIGA SUB POP
Fue el sello independiente que capitalizó la escena grunge, pero sobrevivió al maremoto y a su asociación empresarial con el emporio Time Warner, y ahora Sub Pop puede jactarse de ser una de las compañías independientes americanas mejor posicionadas en el mercado internacional. El sello radicado en Seattle cumplió en 2008 veinte años en activo, y sopló las velas coincidiendo con uno de los mejores momentos cualitativos de su historia. Tony Kiewel, incorporado en el año 2000 como responsable de los A&R que trabajan en la compañía (Artist & Repertoire, equivalente a Director Artístico), cree que gran parte de la culpa la tiene el hecho de que su etiqueta se ha convertido en una marca registrada, el símbolo de una manera determinada de entender la independencia. «Una de nuestras ventajas es que hemos logrado consolidar y mantener una identidad como sello. Incluso a pesar de que no nos hemos centrado en un género específico», asegura. «Es cierto que se nos identificó con el grunge durante mucho tiempo, pero si te fijas en los discos que sacábamos en aquella época, ya había una gran variedad en el catálogo. La gente sabe que un disco de Sub Pop le garantiza un nivel de calidad».
En la web del sello se puede encontrar un memorandum acerca de su historia, en el que se desvela otro de los secretos de su longevidad: Sub Pop trabaja para que sus bandas sean lo más autosuficientes posible. Kiewel lo explica. «Actualmente, la industria se divide entre megaestrellas y pobres. A nosotros nos interesa la clase media. Parece que sólo puedes morirte de hambre o volar en jet privado, pero nuestro objetivo es conservar un modelo de negocio en el que una banda pueda vender diez mil copias y tener la posibilidad de vivir de la música. Y funciona. Durante los años duros, fichamos grupos como Hot Hot Heat, The Postal Service, The Shins o Iron And Wine, y todos sus discos, que han sido algunos de los más baratos que hemos grabado desde 1989, funcionaron muy bien. En aquel momento, era la única manera que teníamos de sacar material a la calle, porque la situación financiera era realmente difícil. Eso nos demostró que no necesitas gastarte doscientos mil dólares en el estudio para hacer un buen disco. Todos dieron beneficios, y eso nos permitió reinvertir el dinero en la compañía». La fórmula sigue funcionando, y su catálogo actual exhibe nombres como los de Grand Archives, Foals, Dum Dum Girls, The Vaselines, No Age o Retribution Gospel Choir. En pleno siglo XXI, Sub Pop sigue escribiendo la historia del rock estadounidense.
EL SONIDO DE UNA GENERACIÓN
La ascensión de Nirvana y la popularización del sonido grunge coincidieron con la publicación de una novela que marcaría la década de los noventa y etiquetaría a la juventud de su tiempo: «Generación X», el debut del canadiense Douglas Coupland, publicado en 1991. Que ambos compartieran público y que los dos conceptos fueran de la mano era inevitable. A principios de 1993, el sociólogo Vicente Verdú asociaba los términos en un artículo sobre el libro, en el que afirmaba: «El grunge constituye, en buena parte, la versión noventa de los años sesenta. La peña de los sesenta era utópica y crítica, la de los noventa es crítica sin utopía. Aquella emprendía luchas de liberación, la actual se libera rehuyendo las coerciones mercantiles de los ochenta. Pero mientras los seguidores de Bob Dylan seguían empeñados en cambiar el mundo, los X se contentan con decir adiós a todo esto».
Lo cierto es que la música de Cobain y el libro de Coupland eran dos caras de la misma moneda, y retrataban a una juventud sin esperanza en el futuro cuya estética se convirtió en moda y cuya forma de vida interesaría también al cine: En 1992, Cameron Crowe rodó «Singles» (en España, «Solteros»), centrada en un grupo de veinteañeros de Seattle. Soundgarden, Pearl Jam, Alice in Chains, Screaming Trees o Mudhoney formaron parte de la banda sonora. También «Reality bites» («Bocados de realidad), dirigida por Ben Stiller en 1994, trataba de aproximarse a la Generación X, aunque desde una óptica menos relacionada con la música, y el fenómeno grunge incluso tuvo su propio documental, el excelente «Hype!» (Doug Pray, 1996).
No obstante, si hubo un creador capaz de radiografiar emocionalmente la escena grunge, fue el dibujante de cómics Peter Bagge, cuya serie «Odio» le conviritó en portavoz de toda una generación. «Es halagador», comentaba en una entrevista realizada en el Salón del Cómic de Barcelona de 2001. «Lo único que me resulta embarazoso es que no formo parte de esa generación de la que me consideran portavoz. Soy demasiado viejo, tengo 43 años (hoy, 52), así que técnicamente pertenezco al Baby Boom, no a la Generación X. Me pasa lo mismo que a Douglas Coupland». Sin embargo, millones de lectores siguen identificando a Buddy Bradley, su personaje más famoso, con el típico adolescente inadaptado de Seattle, siempre con problemas para desenvolverse en su entorno y enganchado al rock crudo y desesperado. «Lo más gracioso es que el grunge no es mi estilo musical favorito, aunque hubo algunas bandas muy buenas, como Nirvana o Mudhoney», admitía Bagge.