COMBUSTIONES
«Quién lo sucederá en el trono. Nadie, claro. No hay discípulos para su concepción del arte escénico entre los de mi generación»
El reciente e inesperado comunicado de Enrique Bunbury sobre su retirada de los escenarios ha dejado conmovido a sus devotos, a la escena, a la industria… Hoy, Julio Valdeón profundiza en el impacto de la noticia y en su legado.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
A Enrique Bunbury lo he visto tres veces en directo, las tres en Nueva York. Las tres salí del garito con los ojos haciendo chiribitas, a lomos de un subidón de rock de alto octanaje, convencido de haber disfrutado de un show irrepetible por emocionante e indómito. Cuesta exagerar el impacto que provoca asistir a semejante descarga de adrenalina, inyectada por un repertorio a la altura, con unas canciones que beben tanto de la tradición anglosajona, de las mulas pardas de Sun Records o el soul de Stax, hasta desembocar en el punk del Bowery, como en José Alfredo Jiménez, Gainsbourg y Celentano.
La noticia de que Bunbury abandona los escenarios me coge de vuelta a España, colgado de la nostalgia. Preguntándome quién lo sucederá en el trono. Nadie, claro. No hay discípulos para su concepción del arte escénico entre los de mi generación, que cantan mirándose la punta del pijo, como si en lugar de artistas fueran pulcros vendedores de seguros o aseados miembros de las nuevas generaciones de un partido.
Resta el consuelo de saber que el exilio de las tablas desembocará en más trabajos de estudio, dado que el aragonés errante difícilmente se limitará a vivir de las rentas. Si sus conciertos eran inolvidables sus discos no se quedan atrás. A la estrella más irónica de nuestra escena, la única con Serrat y Sabina reconocida a lo grande más allá de nuestras fronteras, le queda munición para seguir cantando y contando durante muchos años.
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