«Cada canción tiene un momento de silencio y de recogimiento»
Con una Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes recién concedida, Buika regresa a la actualidad y presenta un nuevo tema junto a Kiko Navarro, titulado “El silencio”. Una entrevista de Carlos H. Vázquez.
Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: MANUEL VÉLEZ / ÁLVARO VILLARUBIA.
Es un día festivo algo apático y Buika responde –luminosa– al teléfono. De fondo se escucha alguna palabra lejana y el canto de los pájaros. Uno se la imagina en un patio, sentada, oteando el tiempo. «Siento que hay muchos más sordos que los que no oyen, porque son demasiados los que hablan y no dicen nada en este mundo», escribía Buika en su libro Kitailo (Editorial Edaf, 2014). Piensa también que hay más sabiduría en el silencio que en las palabras huecas. «Ahora debo determinar si ese silencio existe por derecho universal o porque de repente en mis oídos calla todo lo que no quiero oír, o no sé escuchar». Entonces se pregunta si el silencio es mentira. Se la intuye reflexiva sobre el papel y en la garganta. Le acaban de entregar a Buika la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Todavía no se lo cree. Ríe. Mientras tanto, nuevos temas —como “El silencio”, que no guarda semejanza con los versos citados— aguardan su salida a la luz.
En 2014 publicas Kitailo, donde hay un poema titulado “El silencio”. ¿Tiene que ver con tu canción?
No, no tiene nada que ver. Pero «silencio» es una palabra que me obsesiona. Primero, porque es una palabra fantasma, es una palabra fantasía, como muchas otras, y nosotros la sentimos como si realmente existiera. Me fascina porque no existe. Me acuerdo que le pregunté a mi mamá, en el idioma bubi, porque ella es de la tribu bubi de Guinea Ecuatorial, cómo se decía silencio en bubi. Mi primo estaba al lado, y ella me respondió «tal cosa», pero él le dijo que no, que eso era «cuando no hay nadie en el sitio». Mi madre volvió a decirme otra palabra, pero tampoco era eso, porque significaba «cuando los pájaros callan en los bosques». Pero resulta que no existe esa palabra en bubi porque no existe el concepto, como no existe «realidad». No la tienen como palabra.
¿Cuántos silencios crees que necesita una canción?
¡Qué bonita pregunta! Pues los que les corresponda a cada una. Cada canción tiene un momento de silencio y de recogimiento, que es el momento en el que los sentimientos del que escucha se mezclan con los sentimientos del que lo emite y de repente se produce una única verdad, que es la del silencio.
¿Por qué?
Porque yo sé desde dónde canto, pero no sé desde dónde lo escuchas.
«La sensibilidad forma parte de nuestro instinto de supervivencia»
Ibas a cantar en París ante cuatro mil personas. Mientras te esperaba ese público, tú llorabas en el camerino por una pena de amor. Entonces te llamó Chavela Vargas, que te dijo: «Tienes el amor de cuatro mil personas y te preocupa el amor de uno».
Sí. Es tal cual. Últimamente, a través de las entrevistas y a través de las canciones, estoy intentando que las personas no olviden el amor, el amor que tú sientes en tu interior, que siempre será mucho más grande que el amor de la persona que se marcha. ¿Y qué pasa? Pues que me he dado cuenta de que, por motivos comerciales, han provocado en nosotros un síndrome de Romeo y Julieta muy peligroso. Vivimos nuestras relaciones de pareja con una grandeza en la vida del otro que no es merecida. Recuerdo estar hablando con una amiga hace un tiempo. El tío, su pareja, llegó a las dos de la mañana borracho, y apareció en mi cabeza la pregunta: «¿Y a ti qué te importa?». Mi amiga respondió que era su marido, pero ¿y qué? Si tú no quieres beber, no bebas o no salgas, pero deja a la otra persona que haga lo que le dé la gana, que es su vida. No nos adueñemos de la historia de la otra persona; no estamos ahí para eso.
Vive y deja vivir, ¿no?
Exacto. Que si olía a otra mujer… ¡Pero que no es tu historia, tía! Tú preocúpate de tu historia. ¿Sabes cuál es tu situación? A veces me doy cuenta de que estás muy preocupada porque tu marido o tu mujer no huelan a otros, no salgan, no suban o no bajen, y no tienes ni una casa propia, tienes un sueldo de mierda y no te gusta tu trabajo. ¿Tú sabes lo que tienes que hacer con tu vida? ¿Lo tienes claro? Porque creo que hay cosas más importantes de las que preocuparse con el tiempo de vida que nos queda. Eso vale más que el dinero.
Y luego el tiempo es relativo; cuando nos queremos dar cuenta es más corto de lo que tenemos pensado. Al final, el tiempo lo hemos perdido pensando o dirigiendo a las otras personas.
Mira, hermanito mío, si ahora tuviera en mis manos el tiempo que he gastado llorando por penar de amor o preocupándome por amigos que no me hablan, por whatever reason [cualquier razón], con ese tiempo conseguiría estar al lado de la señora Michelle Obama, diciéndole: «Señora Obama, póngame un café ahí, por favor» [risas]. Es que es tanto lo que perdemos preocupándonos por el otro y tan poco lo que ganamos… Cuando me oyen decir esto, mucha gente me dice que soy insensible, pero no se trata de sensibilidad, porque la sensibilidad no es algo que haya venido para alimentar la pena o la preocupación o la angustia; la sensibilidad es algo que está en nosotros para que cuando veas una rosa digas «¡oh, qué bonita!» o cuando oigas una canción digas «¡coño, qué me he emocionado, tío» o que cuando estés en medio de un bosque digas «¡huelo humo por allá!, creo que hay un pueblo». La sensibilidad forma parte de nuestro instinto de supervivencia. No lo utilicemos para la pena, que eso es una educación impuesta y no tenemos por qué seguir. Hoy ya no. Somos gente del futuro.
La pena… ¿y la culpa?
Tengo una guerra con eso de la culpa, hermano… Me parece absurdo todo eso. Es un invento tan malicioso, tan intencionado, tan dañino… Yo me puedo hacer responsable de que la he cagado, porque la culpa anula. Te metes en la cama, apagas el móvil y no quieres contestar, te vuelves inactivo, con un cerebro que es la máquina más perfecta del mundo.
Y en silencio, ¿más todavía?
Total. Es importante no olvidar los superpoderes que tenemos. Es muy importante que no los olvidemos. Cuando mi niño Joel tenía cuatro o cinco añitos, recuerdo que lo dejaba en el estudio de grabación jugando con los Power Rangers en el suelo mientras yo me ponía los cascos y grababa. Una vez moví la mesa donde tenía el teclado y él no se dio cuenta, entonces, al girarse, se golpeó en el codo. Me quité los cascos para ver qué le había pasado, ¡ay, mi niño!, y él mismo se dijo: «Perdona, Joel. No pasa nada, te perdono». ¡Guau! Me quedé a cuadros. Se necesitan quince años de terapia y muchos jurdeles para ese ejercicio, y muchos «lo sientos».
De hecho, haces “Lo siento” con Kiko Navarro.
Sí. Kiko y yo llevamos mucho tiempo trabajando juntos y separados y ahora es el momento de lucir nuestras joyas, que siempre han estado ahí guardaditas. Tenemos temazos.
¿Cuánto tiempo llevan guardadas esas joyas?
Algunas tienen más de quince años. Ten en cuenta que empecé a trabajar con Kiko cuando yo tenía veintitantos y él no tenía ni veinte.
¿Y por qué es el momento de sacar estos temas?
No tengo ni idea, pero de repente sentí que quería volver a las pistas. Hace tiempo que tenía temas que funcionaban muy bien y que a la gente le gustaban mucho, como “Soñando contigo”, que es una maravilla. Estos temas crecieron mucho, pero yo nunca estuve. Estaba mi voz, pero yo no. El año pasado, cuando cumplí cincuenta, había descubierto mi superpoder, me apunté a boxeo y me dije que volvería a las pistas, porque ahora mismo están confluyendo las dos energías potenciales que dan derecho a la vida: la energía mental y la energía física. Cuando eres muy joven tienes la energía física a full [a tope], pero la mental no está. Y cuando eres muy mayor y tienes una energía mental, la física falla. Entre los cuarenta, cincuenta y sesenta tienes las dos energías juntas funcionando a tope, según como te hayas cuidado. Mientras estemos vivos el pasado es remediable. Da igual que tengas sesenta años; si te cuidas guapamente, haces deporte, tienes una buena alimentación, duermes bien, tienes buena onda… las fuerzas funcionan y se cargan. Por eso, cuando la gente dice que con cuarenta o cincuenta ya están muy mayores, pienso que están tontos. ¡Si la cosa empieza ahora! Lo de antes era el ensayo y ahora empieza el bolo de verdad. Ahora, si la cagas, la cagas para siempre. Y si aciertas, aciertas para siempre. Ahora viene lo divertido, por lo que hemos estado luchando todos estos años.
¿Y ahora…?
Ahora nos toca despertar. ¡Tenemos que despertar!, los que queramos. Tenemos que pelear por nuestros sueños y dejar de vivir en las pesadillas de los demás.
«Tenemos que pelear por nuestros sueños y dejar de vivir en las pesadillas de los demás»
¿Cuándo te diste cuenta de que había que despertar?
Creo que cuando llegué al culmen de lo que fue mi energía. Me hundí muchísimo; llevaba muchos años trabajando sin parar y, de repente, un mal mánager, una mala situación, me dejó total y absolutamente noqueada. Tuve una temporada en la que no trabajé y por primera vez me miré al espejo con intención de verme. No solo de chequear si estaba bien arreglada, sino con tranquilidad, mirarme al espejo y decir: «Bueno, vamos a ver qué hago». Me vi vieja, con canas, gorda… Me pregunté que me había pasado y me fui a tomar por culo.
¿No te reconocías en el espejo?
No reconocía a la persona que había en ese espejo. Sentí mucho terror. Lo único que hacía era comer magdalenas de chocolate, fumar y meterme en la cama durante una semana o así. Necesitaba ayuda. Un día salí de la habitación para llamar a mi madre o a una amiga, de repente me encontré con mi hijo de frente, que me dijo al preguntarme qué me estaba pasando: «Mamá, tu único objetivo en la vida tendría que ser estar bien. Y a partir de ahí, lo que quieras». Por entonces él tenía dieciséis o diecisiete años. Me sentaba a trabajar y no podía, no me salía la voz. Intentaba meter un acorde y no sabía. El caos es lo que más miedo me da, pero hasta el infierno es un buen punto de partida si tu idea es clara, si sabes lo que quieres hacer.
¿Para que haya un cielo tiene que haber un infierno?
Claro. Hay que tener en cuenta una cosa: tu mente no entiende de sarcasmos. Si te miras al espejo y dices «qué gordo estoy», tu mente lo toma como una orden y cada vez que te veas al espejo te verás gordísimo, aunque peses cuarenta kilos. Cuando le dices a tu mente que tal persona es un gilipollas, al final va a ser un gilipollas porque es la orden que tú le has dado a tu cabeza, así que el pobre muchacho, diga lo que diga, te va a caer mal. Engañamos mucho a nuestra mente, pero yo no he venido a esta vida a sufrir, hermano.
Y más en estos momentos, que es, tal vez, cuando necesitamos más silencios…
Hablar es una condena. Estamos condenados a hablar. Desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir, estamos condenados a hablar. No podemos estar acertados las veinticuatro horas del día los siete días de la semana, tío, porque la vamos a liar. Seamos un poco más indulgentes con nuestro entorno. Y cuando oigas que alguien dice una huevonada, no te enfades; todo pasa, relájate.
¿Estamos entonces condenados a entendernos como sociedad?
Creo que eso no es una condena. De hecho, sería lo más maravilloso del mundo. Ese sería el premio: entendernos, total y absolutamente.
Pues hay trabajo, ¿eh?
Pero a nosotros nos gusta trabajar, hermano. ¿Por qué escogiste tu profesión? [Risas]
Porque me da la vida, supongo.
¡Claro, tío! Tú eres uno de los que conspira por el bien. Hemos escogido una profesión que es una entrega a la humanidad.
En tu caso, te han concedido la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.
¡Guau! ¡Y yo alucino!
¿Para cuándo el Nobel de la Paz?
¡Ay, cariño! ¡Lo tengo todos los días! ¿Tú sabes lo que es que te escuche tu público? Ese es el Nobel de la Paz, que te escuche gente de todas partes del mundo, de todos los barrios, de todos los sitios… A ti te pasará lo mismo porque vives en el Nobel de la Paz constante. Yo vivo haciendo giras mundiales, tocando en todos los continentes del planeta. ¿Sabes cuánta gente daría la vida porque se la escuchase una sola vez? ¡Muchísima! A nosotros nos escuchan, hermano. No hay premio por encima de eso. No es por desmerecer a los premios, porque es una maravilla que te reconozcan en el trabajo, pero el mismo valor tiene que te lo reconozca una señora que está sola, leyendo tu libro o escuchando un disco mío. El mismo valor tiene el corazón de esa señora que los que otorgan el premio Nobel de la Paz. Es el mismo corazón y el premio es el mismo.