CINE
“Todo aquello que parecía renovador termina por desaparecer bajo una serie de clichés que ya no parecen presentados como parodia, sino como verdadera meta a conseguir”
“Bridget Jones’ baby”
Sharon Maguire, 2016
Texto: ELISA HERNÁNDEZ.
Resulta innegable que para gran cantidad de personas (provenientes probablemente de varias generaciones) Bridget Jones es una expresión de lo que significa ser una mujer soltera en la sociedad contemporánea. Pero no por ser realista, sino por ser una parodia. Una parodia funciona como mecanismo crítico cuando exagera una serie de actitudes hasta el punto de hacerlas ridículas. Reconocer la propia incongruencia en el personaje paródico en cuestión activa un proceso de reflexión sobre el modo de actuar y presentarse ante el mundo como individuo social por parte del espectador.
De una manera similar a cómo luego hiciera el personaje protagonista de “Rockefeller Plaza” (NBC, 2006-2013), Liz Lemon (aunque con ese estilo tan especial de Tina Fey), la actitud excesiva, neurótica y exagerada de Bridget y el hecho de que nos riamos de ella y la encontremos ridícula nos permite identificar tal ridiculez y artificialidad en las actitudes, las metas y los roles que las mujeres nos autoimponemos en el día a día.
En esta ocasión, la tercera en pantalla, Bridget Jones, interpretada una vez más por la gran vis cómica de Renée Zellweger, se queda embarazada apenas cumplidos los 43 años sin saber quién es el padre de la criatura: el sempiterno y estirado Mark Darcy (Colin Firth) o el dinámico y moderno Jack Quant (Patrick Dempsey). En todo caso, la nueva situación altera irremediablemente (con hilarantes consecuencias) la vida de Bridget.
Que el personaje porte como estandarte la posibilidad de ser madre soltera y la incapacidad que en varias ocasiones demuestran los dos posibles padres biológicos de su bebé, además del divertido proceso de aceptación por parte de la madre de Bridget de la existencia de diferentes, múltiples e inclasificables modelos familiares (para su propio beneficio electoral, nada más y nada menos), son inteligentes estrategias narrativas que insisten en el potencial de la figura de Bridget Jones para seguir poniendo ante nuestros ojos todas estas cuestiones sobre nosotros mismos que tanto nos cuesta reconocer a primera vista. Sin embargo, a medida que avanza la trama nos encontramos con que todo aquello que parecía renovador termina por desaparecer bajo una serie de clichés que ya no parecen presentados como parodia, sino como verdadera meta a conseguir.
Bridget Jones no se merece el final feliz de cuento de hadas que se le da en bandeja en esta película (y en este sentido su evolución y situación en las novelas de Helen Fielding funciona bastante mejor que la de la trilogía de filmes). O quizás seamos nosotros los que, por haber desoído lo que su personaje nos ha querido enseñar sobre la auto-construcción de nuestra individualidad y seguir empeñados en reproducir esos gestos y reacciones de los que la misma Bridget busca reírse, nos merecemos que sí lo tenga. Para seguir viviendo en una feliz ignorancia.
Anterior crítica de cine: “Eat that question: Frank Zappa in this own words”, de Thorsten Schütte.