LIBROS
«Todo conjura para conformar una lectura agradable y curiosa, incluso adictiva»
Rebecca Smethurst
Breve historia de los agujeros negros
BLACKIE BOOKS, 2024
Texto: CÉSAR PRIETO.
Los libros de divulgación científica siempre tienen algo atrayente. Quizá porque, al igual que cualquier otro texto narrativo, manejan personajes fascinantes, sus tramas avanzan bien templadas y su intriga es manifiesta. Si están bien escritos, son verdaderas novelas, como este que le presentamos, en el que los personajes se denominan planetas, estrellas o agujeros negros. Uno de estos últimos, misterioso y oculto —no se descubrió hasta 2002— se encuentra en el centro de nuestra Vía Láctea— y nuestro Sistema Solar gira alrededor de él a una velocidad que no se pueden ni imaginar. Pero no teman, no hay peligro, no es más que un viejo animal salvaje a la que se le han quitado las garras.
De todo esto trata el libro de Rebecca Smethurst, una astrofísica de la Universidad de Oxford que ha dedicado su vida al estudio de estas viejas fieras y, los ratos que tiene libres, a escribir, ampliar su canal de YouTube —visitadísimo— con vídeos sobre objetos extraños en el cielo e historia de la ciencia y presentar un programa de radio en el que explica las últimas noticias y avances espaciales.
Les gusta a los divulgadores presentarnos a los científicos que están en segunda fila, porque sus descubrimientos, aunque pequeños, llevan a los grandes. Y eso es lo que hace para hablar de las lentes, la radioactividad y la composición del sol. También para estudiar la luz, el descubrimiento de los rayos X, las placas fotográficas y, a partir de ellas, como se llegaron a descubrir los agujeros negros. Cuidado, hay una fotografía de uno de ellos, y a pesar de su nombre, son los objetos más luminosos del universo, lo que ocurre es que el ser humano no puede registrar su frecuencia lumínica.
Los temas se van encadenando con constantes y agradables divagaciones. Aparecen la defenestración de Plutón como planeta, la curiosa etimología del término, ciencia ficción —no tan ficción, las naves espaciales ya funcionan con paneles solares— o los relojes atómicos. Incluso se emociona —la ciencia también es emoción— cuando recuerda cómo descubrió ciertos datos en su doctorado o al ver que todos los astrofísicos del mundo colaboran para llegar a conclusiones.
El estilo es quizá un tanto técnico, pero no complicado, nada que un estudiante de bachillerato no pueda entender y aboga, no podía ser de otra manera entre científicos, por la idea de progreso: si desde Copérnico, en que el cielo era una masa homogénea, podemos ver ahora objetos que están a millones de años luz, no podemos ni imaginar qué podremos ver de aquí a cinco siglos. Además, utiliza algunas referencias de la cultura pop, Taylor Swift, El rey león o El señor de los anillos comparten trama con satélites y nebulosas. Todo conjura para conformar una lectura agradable y curiosa, incluso adictiva.
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Anterior crítica de libros: El pasado, de Tessa Hadley.