FONDO DE CATÁLOGO
«Los temas cantados lo dominan todo y engarzan con destreza rock, pop y su ya clásica ascendencia jazzística»
Tras años viajando en los vagones de cola del rock progresivo, en 1978 Camel reformuló su propuesta con Breathless, adaptándola a los nuevos tiempos. Con ella logró su mayor éxito hasta entonces. Lo recupera Juan Puchades.
Camel
Breathless
DECCA, 1978
Texto: JUAN PUCHADES.
En el amplio tren del rock progresivo, Camel viajó en los vagones de cola. Discretos, no tenían ese empuje talentoso que a Pink Floyd le permitió moverse con soltura entre la comercialidad y la reverencia unánime. Tampoco iban de intelectuales (¿terriblemente presuntuosos?) como King Crimson o Tangerine Dream. Ni lo suyo era la pretenciosa pomposidad de Yes. Ni, por supuesto, gozaban del don natural para hilar grandes melodías de ascendencia beatle de la Electric Light Orchestra o Supertramp y transformarlas en oro. Lo suyo fue siempre picar piedra, permanecer en una segunda o tercera línea (en la que también se movieron Gong, Soft Machine o Caravan) que únicamente les permitía girar por salas europeas de pequeño o mediano aforo.
Camel, originarios de Guildford, Surrey (al sudoeste de Inglaterra), y cuyo primer álbum data de 1973 (aunque el grupo echaba raíces, con otros nombres, desde el 64), cobró forma en 1971 alrededor del guitarrista y cantante Andrew Latimer, apoyado principalmente en el teclista Peter Bardens, con el que conformaba la clásica bicefalia pensante en constante tensión de fuerzas tan común a tantos grupos. Ambos fueron los motores de un cuarteto de rock con predilección por los temas instrumentales aliñados con moderadas dosis de jazz evanescente. Una fórmula que en sus manos era pura belleza y podía resultar adictiva para oyentes predispuestos a gozar del hoy prácticamente extinto ejercicio de escuchar música pausadamente y perderse en intrincados vericuetos sonoros (aunque en su caso nunca soporíferos). Con tales credenciales, y como la belleza no siempre cotiza al alza, Camel era más grupo de culto que de masas.
Sin embargo, asumiendo que los tiempos están cambiando y que el progresivo o muta o muere enredado en un bucle ya agotado, en 1977 el grupo da un paso al frente con su quinto elepé, Rain dances, apostando con determinación por una mayor concreción y por los temas vocales. Ideas que amplían y desarrollan con absoluta claridad un año más tarde en el portentoso Breathless, con el que logran el mayor pico de popularidad hasta entonces. Un álbum producido por la propia banda y Mick Glossop (que años después dirigiría algunos álbumes de Revólver) en el que los temas cantados lo dominan todo y engarzan con destreza rock, pop y su ya clásica ascendencia jazzística combinando sinuosos juegos vocales, chispeantes pasajes instrumentales e inteligentes y elásticos cambios de estructura mientras alardean de un claro dominio de la melodía pop. De paso dejan caer aquí y allá ideas en cuanto a utilización de los sintetizadores (en manos de Latimer, el guitarrista) y los teclados (Bardens) que, en gran medida, y por descabellado que pueda parecer, avanzan algunas de las soluciones que vendrán en la década de los ochenta. A destacar también que por entonces Mel Collins, uno de los mejores saxofonistas de la historia del rock británico, y habitual de los estudios de grabación, se había incorporado como miembro no oficial de Camel, con los que permaneció durante unos años.
Piezas como las suaves “Breathless” y “Down on the farm”, las progresivas, preciosas y monumentales “Echoes” (casi imposible contar los innumerables cambios melódicos en sus siete minutos) y “The sleeper” (el tema que más se impregna del jazz ligero que fue unas de sus señas de identidad), la casi reggae “Wing and a prayer”, la sinuosa “Summer lightning” (con ecos discretos de la música disco) o la acústica y beatlelesca “Rainbow’s end” hacen de este disco una obra que aúna comercialidad, elegancia y calidad. Pero no hay desperdicio, son nueve canciones que muestran a una formación en plenitud, inspirada, destilando lo aprendido tras años de meritorio esfuerzo.
Con Breathless, Camel se coló en las emisoras de radio casi por vez primera y consiguió su mayor éxito, pero la llegada a la meta fue amarga: el desgaste durante la preparación del álbum y los choques estilísticos con Andrew Latimer acabaron con la salida de Peter Bardens al poco de ponerse el álbum a la venta; aunque en el futuro, ocasionalmente, regresaría (murió en 2002, de un tumor cerebral). Mientras, el grupo, impulsado por la difusión alcanzada, vivió sus años de gloria durante la década de los ochenta, y aunque su estrella se fue apagando continúa activo, siempre con Andrew Latimer, el fundador, al frente.
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Anterior entrega de “Fondo de catálogo”: A punto, de Mermelada.