LA ESPUMA DE LOS DÍAS
«¿Vamos a escudriñar a cada artista antes de decidir si es moralmente aceptable continuar escuchando sus discos?»
Tras escuchar al psicólogo Howard Gardner y al crítico Ted Gioia, Luis Lapuente reflexiona sobre la conveniencia, o no, de escuchar a cada artista en función de su comportamiento.
Una columna de LUIS LAPUENTE.
Howard Gardner es un psicólogo, investigador en Neurociencias y profesor de la Universidad de Harvard, que ganó el Príncipe de Asturias en 2011 por haber formulado y desarrollado su teoría de las inteligencias múltiples, que atribuye a cada persona ocho tipos distintos de inteligencias o cualidades cognitivas. También ha participado en proyectos de investigación como el GoodWork Project, destinado a profesionales de la salud, que busca mejorar su autoestima y la calidad de sus servicios a la población basándose en valores éticos y de excelencia profesional.
Hace unos años, Gardner visitó España y concedió una entrevista al diario barcelonés La Vanguardia, donde comentó que había empezado a preguntarse «por la ética de la inteligencia y por qué personas consideradas triunfadoras y geniales en la política, las finanzas, la ciencia, la medicina u otros campos hacían cosas malas para todos y, a menudo, ni siquiera buenas para ellas mismas». «En realidad», concluyó Howard Gardner, «las malas personas no pueden ser profesionales excelentes. No llegan a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes».
¿Cómo encajar las opiniones de Gardner en el mundo de la música y en la época de la cancelación, del paradigma woke, del Black Lives Matter y el MeToo? ¿Vamos a escudriñar los comportamientos y las opiniones de cada uno de los artistas que nos gustan antes de decidir si es moralmente aceptable continuar escuchando y/o comprando sus discos, asistiendo a sus conciertos?
Hace algunos días, Ted Gioia se refería al asunto en una entrada de su blog The honest broker titulada Cuando las malas personas crean buen arte. Allí, el escritor estadounidense se preguntaba, entre otras cosas, si «al escuchar la música de Michael Jackson, ¿estoy apoyando sus presuntos delitos y faltas? ¿Necesito estudiar las pruebas —dedicar días a leer transcripciones de tribunales y declaraciones judiciales— antes de hacer clic en una lista de reproducción?».
Más dudas o interrogantes retóricos de Gioia (y míos): «¿Puedo ver una película de Woody Allen y disfrutarla como tal sin decidir primero si es culpable de las acusaciones de abusos sexuales? ¿Y qué hay de Miles Davis, acusado de malos tratos domésticos? ¿Tengo que renunciar ahora a Kind of blue y Sketches of Spain? ¿O Chuck Berry, que pasó dos años en la cárcel por tráfico sexual y propinó a una mujer tal puñetazo que necesitó puntos de sutura? O qué decir de Bob Marley (acusado de violación) o David Bowie (llamó estrella del rock a Hitler) o la rapera Cardi B (drogó y robó a hombres) o Jerry Lee Lewis (bigamia, se casó con una prima menor de edad), etc. Y no olvidemos a los músicos famosos que cometieron asesinatos, desde Sid Vicious a Phil Spector. ¿Debo cambiar de emisora cuando ponen sus canciones en la radio?».
«Y ni siquiera he empezado con los artistas que tuitearon groserías. Son legión», concluía Gioia: «Cuanto más se profundiza en este tema, más complejo se vuelve. ¿Quién tiene tiempo siquiera para investigar todas las acusaciones y rumores? Y qué decir de la culpabilidad por asociación: ¿castigamos a todo el reparto y el equipo cuando un director falla? ¿Debe cancelarse toda la banda cuando un miembro hace algo malo?».
En 2003, una parlamentaria de la Asamblea de Gales llamada Helen Mary Jones pidió que se prohibiera cantar en los campos de rugby la popular “Delilah”, una de las grabaciones más famosas de Tom Jones, ya que en su opinión ese tema «glorifica la violencia contra las mujeres». Recordemos que la canción cuenta la poco edificante historia de un hombre que apuñala a su mujer al descubrir su infidelidad. La Federación Galesa de Rugby, en muchos de cuyos campos se interpreta “Delilah” como un himno, se defendió alegando que su prohibición sería un insulto a la inteligencia, ya que «nadie se fija en la letra cuando la interpreta a pleno pulmón». Finalmente, en 2015, la Federación Galesa retiró la canción de sus listas de reproducción y prohibió que se cantara o reprodujera en los descansos de los partidos internacionales.
Nick Cave ironizó sobre la prohibición de “Delilah”, mostrando sus sentimientos tras ver un vídeo de un coro galés interpretándola: «De algún modo, me gusta que algunas canciones sean tan controvertidas como para prohibirlas. Solo desearía que fuera una canción más digna la que recibiera el mayor de los honores, el privilegio supremo, de ser prohibida. Siento comunicar que al escuchar esta versión de “Delilah”, me dieron ganas de asesinar a alguien, principalmente al coro galés de voces masculinas. O tal vez no fuera el coro, sino la canción en sí lo que me perturbó: sencillamente, no me gusta».
Más madera. Un día, Carole King y Gerry Goffin vieron que su niñera (la cantante Little Eva) llegaba a casa llena de golpes y heridas. Al preguntarle por la causa, les dijo que era una muestra del amor de su novio: «Si no me quisiera tanto, no se habría puesto tan furioso al sospechar de mí y no me habría pegado de esa manera». Ellos decidieron plasmar esa terrible manera de actuar y de pensar en una canción irónica y brutal, titulada “He hit me (and it felt like a kiss)”, “Me golpeó (y lo sentí como un beso)”, que grabaron las Crystals en el sello de Phil Spector. Sin embargo, muchas emisoras de radio no captaron, o no aceptaron, la ironía de la letra y se negaron a emitirla. Años después, Tina Turner la señaló como una de sus canciones favoritas, pero nunca quiso interpretarla porque le recordaba demasiado a su relación con Ike Turner.
Por supuesto, además de Carole King, Little Eva y The Crystals, también habría que ir pensando en cancelar a compositores clásicos como el exquisito músico renacentista Carlo Gesualdo, sobrino nieto del papa Pío IV y sobrino de san Carlos Borromeo, que asesinó de forma brutal y sanguinaria a su primera esposa y a su amante, y es sospechoso de haber matado también a su primer hijo. O a Beethoven, de quien el crítico Norman Lebrecht escribió recientemente en el epílogo de su libro ¿Por qué Beethoven? Un fenómeno en cien obras: «Se ha pedido que se prohíba a Beethoven por ser hombre y blanco, que se le silencie para dejar espacio a las voces reprimidas. No pasará mucho antes de que algún académico en busca de titularidad con un primo que se dedique a las relaciones públicas presente pruebas de que Beethoven tuvo acciones en una empresa de tráfico de esclavos, hizo que las cantantes adolescentes de su Novena Sinfonía le besaran en la boca, insultó a las minorías y se expuso en un lugar público. En realidad, todas estas afirmaciones son ciertas, menos una, como demuestra el libro que acaba usted de leer».
La lista sería interminable, cada uno puede añadir los nombres que quiera, según sus propios gustos, criterios y opiniones políticas, religiosas o morales. ¿Eric Clapton? Cancelado. ¿Siniestro Total? Cancelados. ¿Ray Charles? ¿Charlie Mingus? ¿Joni Mitchell? ¿James Brown? ¿Rod Stewart? Cancelados, todos ellos. Como Bowie, Spector, Marley y Beethoven.
Lo cantaba Dylan en su “Ballad of a thin man”: «Something is happening here, but you don’t know what it is. Do you, Mr. Jones? ».
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