COMBUSTIONES
«Su discografía sigue siendo una de las más endiabladas e inagotables»
Desde Nueva York llegan estas palabras de Julio Valdeón dedicadas al 75 aniversario del nacimiento de Bob Marley, un ídolo ubicuo que, además del reggae, conjugó con fluidez el ska y el rhythm and blues.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
75 años del nacimiento de Robert Nesta Marley, también conocido como Bob Marley, la primera gran estrella salida del gueto poscolonial, según la precisa definición de Diego A. Manrique. Y atención a otra de las certeras observaciones del maestro: a diferencia de cualquier otro ídolo de la era rock, Marley es ubicuo. Su música ilumina por igual la penumbra de los bares hipster en Bushwick y los puestos de comida callejera en Luanda. Ni Elvis Presley ni los Beatles alcanzaron nunca la categoría de ídolos globales más allá del perímetro occidental ni trascendieron con su pasmosa facilidad los siniestros prejuicios raciales.
Las razones de ese encantamiento permanente pueden rastrearse en un canon tan intrincado como hechicero, en una sensibilidad política mucho más aguda que la de las estrellas pop al uso, en la ilusión de que uno podía identificarse con sus vivencias sin necesidad de ser un ciudadano del Primer Mundo y en la fragante y épica pulsión panafricana de sus mensajes. Marlley supo conjugar la pulsión del ska con la influencia del rhythm and blues, la savia del árbol gospel con las revolucionarias soluciones de los estudios jamaicanos. Los claroscuros vitales, las sombras biográficas, o su propensión a una espiritualidad con tintes obviamente mesiánicos, cuando no fundamentalistas, nunca opacaron su gozoso atractivo. En la era del #MeToo ni siquiera ha sido cuestionado por su bien ganada fama de seductor. No saben cuánto me alegro.
Como explicó el otro día el escritor y periodista George Packer, galardonado con el premio Hitchens, «necesitamos la buena escritura tanto como siempre, e incluso más que nunca. Es esencial para la democracia, y tanto la una como la otra se están muriendo». Pero la escritura no puede florecer bajo la bota del miedo a defraudar las expectativas ajenas o incumplir los protocolos de las buenas costumbres. Marley deslumbrante, Marley pasota, Marley independiente, Marley ambicioso y flexible, conjugó las servidumbres que exigía la industria con unas opiniones alérgicas a la manipulación. Por decirlo de nuevo con Manrique, lejos de reblandecerse, de aguar el discurso a medida que conquistaba audiencias y aspiraba a la conquista del público masivo, fortaleció la dura aleación de sus tesis. Su discografía, repartida entre la nata fluorescente de sus discos con Island, bajo la lúcida y astuta guía de Chris Blackwell, y la golosa etapa previa en Jamaica, desde principios de los sesenta, sigue siendo una de las más endiabladas e inagotables. Murió en 1981, con apenas 36 años, de un cáncer maldito. Desde entonces no hemos hecho otra cosa que adorarle. El reggae es más que el prodigioso legado de aquel muchacho encantador y sus igualmente talentosos aliados, Bunny Livingston y Peter Tosh. Pero entre todas las maravillas surgidas en la isla ninguna ha perdurado con la fortaleza, autenticidad, poesía y rabia que la del niño de Nine Mile, en Saint Ann Parish, que conquistó el mundo.
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