Bob Dylan en Madrid: Una lección magistral de Historia

Autor:

bob-dylan-madrid-28-03-18-a

“Bob Dylan y su banda no recrean vieja música, la inventan en cada estrofa”

 

Bob Dylan ofreció este lunes el primero de sus tres conciertos en el Auditorio Nacional de Madrid. Allí, a pie de escenario, estuvieron Ana Aréjula y Luis Lapuente.

 

Bob Dylan
Auditorio Nacional, Madrid
26 de marzo de 2018

 

Texto: ANA ARÉJULA Y LUIS LAPUENTE.

 

Los últimos años de su vida, después de haberlo sido todo en la historia del jazz, Miles Davis sorprendía en sus conciertos con músicas a contracorriente que ponían a prueba a los viejos aficionados, aquellos que le habían descubierto con el magistral “Kind of blue” y esperaban asistir a una liturgia previsible en cada encuentro con el genio, a quien reprocharon que incluso (anatema, anatema) dejara muchas veces de tocar la trompeta en directo para centrarse en los teclados o en otros instrumentos. Pero Miles siempre fue un artista celoso de su radical independencia, un fabuloso francotirador capaz de aglutinar en su vida y en sus discos (¡y en sus actuaciones!) todo el cuerpo medular del jazz del siglo XX, trascendiéndolo y pervirtiéndolo en el sentido en que solo los más grandes son capaces de hacer.

Mutatis mutandis, los mismos que criticaban al último Miles desprecian ahora al Bob Dylan septuagenario, ese que ralentiza y desmiembra y disfraza de country blues perezoso las clásicas de su cancionero, ese que asume como propias las tradiciones musicales estadounidenses abrazando el canon del swing y el jazz vocal arcaicos, ese que acostumbra a esconderse en directo detrás de un piano y apenas recuerda en la distancia al legendario insurgente del folk y el rock de guitarra y armónica, ese que señala las piezas favoritas de su discografía (‘It ain’t me babe’, ‘Highway 61 revisited’, ‘Tangled up in blue’, ‘Desolation row’, ‘Early roman kings’) y las transmuta en extraños daguerrotipos difuminados, la esencia de lo que fueron en nuestra memoria y que nos empeñamos en seguir reconociendo en su versión primaria y no como suenan ahora en el alma de su creador. El mismo heterodoxo tímido y cascarrabias que lleva décadas proclamando su buena nueva por todo el mundo, secundado por una banda de fieles músicos en la que destacan los incombustibles Tony Garnier (bajo) y Charlie Sexton (guitarras).

Así las cosas, Dylan comienza esta nueva etapa europea de su “Never ending tour” dejando claro que “antes solía preocuparme, pero ahora las cosas han cambiado… me hieren con facilidad, solo que no lo demuestro”. Ese arranque en corto y por derecho de ‘Things have changed’, donde su voz se rasga y casi se derrite, presagia una sesión crepuscular, la que casi todos presentían. Pero enseguida cambian las luces del escenario, oscurecidas entre canción y canción, para iluminar una versión poderosa del clásico ‘It ain’t me babe’, y para que el rock se haga carne en ese himno mercurial, ‘Highway 61’, seco, punzante y energético como un boogie cazurro. Parecen la cara y la cruz de un único destino, porque todas las canciones elegidas aluden al mismo escenario: Dylan es Dylan y no el que esperan los que se apuntan a la moda de ir a sus conciertos ni el de los críticos deshonestos que querrían verle besar la lona (“Ya no volveré por aquí, si eso te está molestando”).

Una lenta y una rápida, sin solución de continuidad: del country de steel guitar suave y melancólica de ‘Simple twist of fate’ al rock and roll desgarbado de un enorme ‘Summer days’, con Dylan ejerciendo a las teclas de su ídolo Little Richard y el mosqueo monumental de Tony Garnier cuando al cantante le falla el sonido del micrófono en pleno éxtasis sincopado. No importa: Bob se levanta entre un rugido de aplausos y aplaca los ánimos con uno de los (tres) maravillosos ‘sinatreos’ de la noche, ‘September of my years’, donde desvela una garganta transparente envuelta en gruñidos, ataviado con sus botines blancos, su pantalón confederado y una chaqueta de lamé dorado que recuerda los viejos buenos tiempos del jazz vocal de entreguerras. De ahí al soul sureño a lo Leon Russell (‘Pay in blood’), al blues pesado a lo Muddy Waters (‘Early Roman kings’), al country de escarlata de Lambchop (fantástica recreación de ‘Tangled up in blue’, la mejor en años), al ‘western swing’ de Bob Wills (esa deliciosa ‘Spirit on the water’, gema mayúscula del álbum “Modern times”), el concierto se desliza como una magistral lección de historia de la música popular estadounidense del siglo XX, la misma que ensayó Miles Davis desde el jazz, ahora desde la visión de uno de los artistas que inventó el rock.

Canciones de rabia y de amor. En sus canciones de amor, al menos en las que interpreta ahora en público, hay desilusión y dolor. Y no, ese simple giro del destino no es un final feliz: “Todavía creo que ella era mi alma gemela, pero perdí el anillo. Ella nació en primavera, pero yo nací demasiado tarde”. Su último bootleg se titula con ironía “Trouble no more” (sus discípulos casi le martirizaron como a San Casiano de Imola): “La gente me dice que es un pecado saber y sentir demasiado en el interior de uno mismo”; me temo que hay pecados que a Dylan no se le perdonan porque, parafraseando a la Biblia, “el necio anda en tinieblas”. Bob Dylan no refresca aquella gloriosa etapa cristiana, pero sí descubre nuevas canciones, como la citada ‘Tangled up in blue’ o una prodigiosa ‘Desolation row’, más fibrosa, más brillante que la original: interpreta la misma letra pero el esqueleto cambia y de repente se destapan todas las tormentas en otra epifanía, la que va de ‘Thunder on the mountain’ y ‘Love sick’ a ‘Blowin’ in the wind’ y ‘Ballad of a thin man’. Ya no hay tiempos muertos, vuelve el rock and roll, vuelve el rock disfrazado del cuerpo de un jazz de taberna elegante, y es fácil decirlo ahora: Bob Dylan y su banda no recrean vieja música, la inventan en cada estrofa, la enseñan a crédulos y escépticos, la alumbran en esta espléndida madurez creativa.

 

novedades-marzo-18

 

Artículos relacionados