Tras publicar la primera parte, Julio Valdeón completa el “abecedario dylanesco” que ha elaborado por el 76 cumpleaños de Bob Dylan. Entre ellas, nombres claves como Jeff Rosen o Sara Lownds.
Texto: JULIO VALDEÓN.
Aquí va la segunda parte del diccionario caótico y enamorado del genio en su 76 cumpleaños. Las ausencias, de canciones, discos, personajes y anécdotas, de ciudades y libros, de novias y músicos, son muchas y, finalmente, inevitables: resumir la biografía de Bob en 15 folios equivale a empaquetar la peripecia del siglo XX en una servilleta. Tómenselo, más bien, como una carta de amor y una breve intro a la historia más grande jamás contada.
Ñ, de español: Tiene delito que la monumental biografía de Heylin, la mejor, la más completa de todas, siga sin traducirse a nuestro idioma. Eso sí, han reeditado la birria de Howard Sounes. Ese compendio de cotilleos en el que el autor demuestra una y otra vez su incapacidad para analizar la música e ir más allá de las peculiaridades de los divorcios dylanitas. Tampoco han traducido los imprescindibles estudios que Heylin dedicó a todas y cada una de las canciones. Entre tanto, nuevas reediciones de las letras y de “Crónicas”, y de “Tarántula” y de… de todo menos de lo más importante.
O, de “Oh mercy”: Primera de sus colaboraciones con Daniel Lanois, y momentáneo repunte de forma, trabajado en Nueva Orleans y en el que el productor viste de madrugada las inspiradas composiciones de Bob. ‘Man in the long black coat’, ‘Ring them bells’, ‘Shooting star’… Quizá nos pareció mejor de lo que era después de unos ochenta desgraciados, pero amigo, basta citar esas y alguna otra para comprender que el mago había vuelto. Lanois, con toda su parafernalia y su gusto por los sonidos procesados, nunca tomó a Bob por un carroza necesitado de pachulí. Hay magia en “Oh mercy”.
P, de “Planet waves”: Otro disco menor, pero capital por razones extramusicales. Bueno, bien, vale, tiene ‘Forever Young’, ‘Hazel’ y ‘Going, going, gone’, pero sobre todo cuenta con el soporte de The Band. Y con un Dylan que, después de lo que el mismo denominó el periodo de la amnesia, cuando pareció haber olvidado cómo escribir canciones, recuperaba las ganas por grabar y tocar. Aunque el subsiguiente tour con The Band, en 1974, palidece frente a otras giras suyas de los setenta, el éxito fue descomunal (más de diez millones de entradas vendidas) y sirvió para que la industria, empeñada en encontrar al Nuevo Dylan, reparase en la futilidad del empeño. Había uno, y estaba vivo. O como le espetó al joven Bruce Springsteen cuando acudió a saludarle después de uno de los recitales de la “Rolling Thunder Revue”: “Así que tú eres el nuevo yo”.
Q, de ‘Queen Jane aproximattely’: Pero no para volver a “Highway 61”, sino para recordar aquellas las noches del 16 y 17 de noviembre de 1993, cuando Dylan alquiló un equipo de grabación y revisó su cancionero en cuatro conciertos con vistas a la publicación del “Unplugged” del 94 (publicado en el 95). Infinitamente superiores al recital que editó con la MTV, los del Supper Club de Manhattan entregan el reverso, imaginativo, sugerente, intenso y abrasivo, de la pálida chapuza del concierto televisado. Algún día Rosen, del que hablamos en un instante, se apiadará de nosotros y los publicará como merecen.
R, de Jeff Rosen: Decir Rosen, actual mánager de Bob Dylan, equivale a hablar de “No direction home”, el grandioso documental que Martin Scorsese compuso a partir de las decenas de entrevistas realizadas por Rosen a lo largo del tiempo, y sobre todo de las “Bootleg series”. Ya saben, esa serie de discos, primorosamente recopilados, que desde 1991 cuentan la historia oculta de Dylan: decenas de temas inéditos, directos memorables, tomas alternativas y otras delicias para una serie que en los últimos tiempos, a partir de “The Basement tapes complete” (seis discos) y “The cutting edge 1965-1966” (dieciocho cedés en la edición de lujo) ha alcanzado unos niveles supremos de virtuosismo. ¿La penúltima hazaña? Publicar, aunque fuera de las “Bootleg”, la serie completa de los directos del 66, repartidos nada menos que en 36 cds. Ah, para noviembre anuncian el volumen 13, dedicado a la etapa cristiana. Otro festín.
S, de Sara Lownds: Hubo un periodo en el que Bob simultaneó su relación con Joan Baez y Sara. Al final, en 1965, contrajo matrimonio con la modelo, nacida como Shirley Marlin Noznisky. Durante el periodo de la trilogía eléctrica inspiró, entre otras, ‘Love minus zero/No limits’ y ‘Sad eyed lady of the lowlands’. Y cuando el matrimonio se resquebraja, a mediados de los setenta, “Blood on the tracks”, y la canción ‘Sara’, en “Desire”. Escucharle interpretar ‘Idiot wind’, en el 76, supone pasear por los paisajes calcinados de una relación trucada en odio y viceversa.
T, de ‘Tangled up in blue’: Por citar una canción, y menuda canción, de “Blood on the tracks”. O sea, para que este diccionario atrabiliario e injusto (cada letra daba para veinte o treinta artículos) percuta otra vez en su disco de madurez más logrado. Un tratado sobre el desamor que arrasa y desgarra mediante la contundencia y el desamparo de unas letras, una instrumentación y unas interpretaciones que conjuran todos los estados posibles del corazón cuando una relación besa el pasto. Del cubismo de ‘Tangled up in blue’ a la evocación de ‘Simple twist of fate’, de la resignación de ‘If you see her, say hello’ al vitriolo de ‘Idiot wind’, “Bood on the tracks” es su disco más doliente. Normal que el propio Bob haya tratado, en vano, de contarnos que en realidad las historias están basadas en distintos cuentos de Chéjov. Tiene que costar reconocerse en el espejo de un disco que esconde toneladas de frustración, erotismo y revancha. El fantoche magullado que ahí canta y sangra es Bob, claro. Y con él, cualquiera de nosotros.
U, ‘Under the red sky’: Nos las prometíamos felices después de “Oh mercy” y de las simpáticas aventuras con los Traveling Wilburys (que, dicho sea de paso, solo funcionaron mientras Dylan mantuvo el interés. En cuanto dejó de escribir, adiós reunión de amigos). Lástima que Dylan eligiera al repulido Don Was para producir su siguiente rodaja, “Under the red sky”. Inevitable, eso sí, que en una carrera tan larga se sucedan los aciertos y los derrapes. En el capítulo de productores pocas veces cayó tan bajo como con Was y con Baker. Los hubo amables pero superados por la energía que irradiaba el muchacho, como el amable Tom Wilson. Imprescindibles, como Bob Johnston. Legendarios como Jerry Wexler (“Slow train coming” es uno de los dos o tres discos mejor producidos de toda su carrera). Pacientes como Don DeVito y desesperados como Mark Knopfler. Nadie dijo que fuera fácil producir a quien detesta el estudio y acostumbraba a grabar sin tomarse la molestia de enseñar a los sufridos músicos de qué iban las canciones.
V, de Dave Van Ronk: Si Pete Seeger era el santo patrón del folk político, Van Ronk, apodado el Alcalde de la McDougal Street, fue el oso gruñón. Afable y a la postre maldito de un Greenwhich Village por el que pasearon recién llegados como Phil Ochs y Bob Dylan. No descubrimos nada diciendo que Bob nutrió su cancionero y pulió su estilo gracias a Ronk, y que este hubiera merecido mejor suerte. Pantagruélico en sus gustos musicales, dominaba los arcanos de la tradición y no le hacía ascos al jazz y al cabaret berlinés de entreguerras. Ah, olviden la birria de película que le dedicaron, más o menos, los Cohen. El material deslumbrante está en la autobiografía, escrita por el gran Elijah Wald en 2005. Tampoco hagan demasiado caso a los iluminados que insisten en señalar a Dylan como el hombre que despolitizó el folk, comunitario, generoso, bienintencionado, frente al cantautor individualista que liquidó el movimiento cuando le dio por hablar de sí mismo. En términos blanco/negro, como los que imperan en el debate político actual, quizá funcione semejante parida. La realidad, más áspera, es que el de Minnesota, con discos como “Another side of Bob Dylan”, les enseñó a todos que era posible inyectarle vida a un género por y para estudiantes blancos de campus universitarios y abrirlo a las tormentas del mundo real.
W, de “World gone wrong”: Segunda entrega de principios de los noventa para repostar en el folk y el blues que nutrieron su crecimiento como artista. Grabado en su garaje, sin más acompañamiento que su guitarra acústica, el disco ofrece una pócima sin adulterar de blues del Mississippi, himnos folk y oscuras tonadas de procedencia dudosa que Dylan ataca con el entusiasmo de un hombre que poco a poco redescubre las razones por las que, medio siglo antes, eligió este oficio. Sin “World gone wrong”, y sin el disco que le precedió un año antes, el estupendo “Good as I been to you”, sería imposible entender el renacimiento dylanesco, ya con canciones originales, cuatro años después, que supondrá “Time out of mind”. Tampoco conviene perderse las notas del disco, escritas por el propio Dylan, y que revelan su enciclopédico conocimiento del género.
X, de… ¿X?: Bien, reconozco que no encontraba una razón que justificara la dichosa letra. Así que permitan que la usemos como cajón de sastre. Para hablar, por ejemplo, del Bob Dylan cineasta. Ese que, después de protagonizar uno de los hitos del cinéma vérité y del documental de rock, “Don’t look back”, se empeña en editar la continuación, “Eat the document”, con resultados dudosos. Permanece inédito, a excepción de un pase en el MoMA. Qué decir de “Renaldo y Clara”: infumable mazacote en plan Godard que rodó durante la “Rolling thunder revue”. Claro que allí hay material musical de primerísima categoría. De ser ciertos los rumores Scorsese trabajaría en estos momentos con esas y otras fuentes para su continuación de “No direction home”. Luego está “Masked and anonymous”, la extraña y complaciente ficción con guión del propio Dylan. ¿Literatura dicen? Más allá de la Academia Sueca y la extraña y fallida “Tarántula”, están sus memorias, “Crónicas”. Espléndidas y, cómo no, impredecibles. A la espera de un segundo volumen, que visto lo visto no llegará, nos conformamos con su relectura. Luego están los cuadros, las esculturas… y otro asunto capital, la dylanogía. Con incontables de libros dedicados a desentrañar hasta la última coma de su vida y milagros. Tampoco sorprende el interés: existen más de 20.000 versiones de canciones suyas a cargo de otros intérpretes. Y estamos ante el artista más pirateado de la historia. Lejos de empequeñecer, su importancia, más allá de las modas, ha crecido hasta situarse en el centro mismo del canon. Cuanto más nos alejamos de las décadas fundacionales del rock, cuando poco a poco se evaporan los impactos emocionales, las actuaciones en televisión que llevaron a muchos hijos del baby boom a empuñar una guitarra, etc., o sea, cuanto más se desvanece la costra emocional de las generaciones que vivieron el fenómeno en directo, más importancia ocupan las canciones, los discos. y ahí Dylan, más allá de su propia leyenda, resulta imbatible.
Y, de Neil Young: Porque Young, y Springsteen, y Leonard Cohen, y casi todos los cantautores, acústicos y eléctricos, que hubo y habrá, serían imposibles de entender sin las enseñanzas de un Dylan que siempre fue el primero. Normal que cuando perdido en las brumas de la amnesia escuchó en la radio el ‘Heart of gold’ del canadiense, se preguntara si esa canción no era suya y cuándo demonios la había grabado. Y otra cosa: de su generación nadie excepto él ha sido capaz de alcanzar la senectud grabando discos tan vibrantes y necesarios. Bueno, sí, las últimas jugadas de David Bowie, más joven, fueron deslumbrantes, y no estuvo mal la despedida del divino Cohen, pero en general resulta imposible encontrar parangón, entre los discos actuales de sus contemporáneos, a canciones como ‘Ain’t talkin’’ o ‘Forgetful heart’.
Z, de Zimmerman: Porque al final, después de tanto, el ser humano detrás de la máscara sigue igual de inescrutable que en los días salvajes de las gafas tintadas, el pelo revuelto y el pitillo ladeado en una sonrisa de gato de Cheshire. Ninguna respuesta como aquella de diciembre de 1965, en una sala repleta de periodistas, define mejor a la esfinge, a partes iguales humorística y endiabladamente seria. “Do you think of yourself primarily as a singer or a poet?”, preguntó el reportero. “Oh”, respondió el Dylan más hip de cuantos Dylan existieron: “I think of myself more as a song and dance man, y’know”.