CINE
“El cine de Mel Gibson siempre ha sido profundamente humanista, aunque centrado en el lado oscuro de esa humanidad que solo parece capaz de hacer daño al prójimo”
“Blood father”
Jean-François Richet, 2016
Texto: HÉCTOR GÓMEZ.
Mel Gibson es carne de biopic. Al menos si atendemos a los arcos argumentales más afines a lo que el cine mainstream entiende por este tipo de género. Su vida personal y su carrera responden al esquema de ascenso-fama-caída tantas veces representado. Icono del cine de acción de finales de los 70 gracias a su inolvidable Max Rockatansky de la saga “Mad Max” (1979-85), y también del buddy cop con “Arma letal” y sus secuelas (1987-98), el punto álgido de su trayectoria llegó cuando se puso tras las cámaras para dirigir y protagonizar “El hombre sin rostro” (1993) y, sobre todo, “Braveheart” (1995), cuya lluvia de Oscars le colocó en la cima de la industria y le permitió llevar a cabo su proyecto más personal y arriesgado, una película sobre los últimos días de Jesucristo rodada exclusivamente en latín y arameo y que no iba a escatimar ni un solo mililitro de sangre.
Curiosamente, tras “La Pasión de Cristo” (2004) llegó el particular via crucis de Gibson. Su arresto por conducir borracho y proferir insultos antisemitas coincidió con el fracaso comercial de la incomprendida “Apocalypto” (2006), y desde entonces su carrera pareció ir cuesta abajo y sin frenos. Un nuevo escándalo de violencia doméstica en 2010 y sus continuos problemas con el alcohol le relegaron al ostracismo, ninguneado por una industria especializada en dar la espalda a sus juguetes rotos. La ayuda de su amiga Jodie Foster al darle el papel protagonista en “El castor” (2011) fue el único atisbo de esperanza en una trayectoria que parecía finiquitada.
Pero como en todo biopic que se precie, falta el último capítulo, el que cierra y da sentido (y moraleja) a la historia: la redención. Y es que parece que cuando Peter Craig escribió su novela y el guion de la película “Blood father” estaba pensando en Mel Gibson. Así, el John Link de “Blood father” (2016) no puede separarse del Gibson real. Un personaje que malvive en una caravana después de haber pasado varios años en prisión, abandonado por su esposa y con una hija de la que no sabe nada, en reuniones de alcohólicos anónimos y siempre con la amenaza de la recaída al doblar la esquina.
Pero cuando descubre que su hija anda metida en un turbio asunto de dinero con un cartel mexicano, John Link (y el propio Gibson) encuentran la oportunidad definitiva de redención, de dar sentido a una vida plagada de malas decisiones. Y, lo que es más interesante, lo hace a través de la violencia, un elemento omnipresente en el cine de Gibson. Tanto en “La Pasión de Cristo” como en “Apocalypto” uno de los temas fundamentales era un pesimismo extremo al respecto del uso de la violencia en los seres humanos, incapaces de expresarse de otra manera. Por extraño que parezca, el cine de Mel Gibson siempre ha sido profundamente humanista, aunque centrado en el lado oscuro de esa humanidad que solo parece capaz de hacer daño al prójimo. Aunque esta vez el director no es Mel Gibson sino Jean-François Richet (responsable del interesante remake “Asalto al distrito” 13, 2005), es imposible no encontrar relación con sus anteriores trabajos. La huida hacia delante de Link y su hija (Erin Moriarty) es como la de Jaguar Paw en “Apocalypto”, perseguido por los cazadores de una tribu rival. Sin embargo, a diferencia de aquella, en “Blood father” la redención pasa por un último acto que, aunque previsible, resulta una consecuencia lógica de lo que la historia necesita. Como si Gibson necesitara un acto catártico que le pudiera hacer empezar de nuevo. De momento, presenta nueva película como director en el Festival de Venecia y anuncia una secuela de “La Pasión de Cristo” centrada en el acto de la resurrección. Parece que el proceso de redención va por buen camino.
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Anterior crítica de cine: “Kubo y las dos cuerdas mágicas”, de Travis Knight.
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