CINE
“El mundo de “Blade runner 2049” es extraño, pero también espantosamente íntimo, capaz de arrastrarnos por el horror y la esperanza a partes iguales”
“Blade runner 2049”
Denis Villeneuve, 2017
Texto: ELISA HERNÁNDEZ.
Raras son las segundas partes que nos ofrecen una verdadera oportunidad de retomar una película que creemos conocer para verla con nuevos ojos, comprendiéndola de una manera diferente, nueva, actualizada. Esta es una de ellas. Se trata de uno de esos casos en los que la secuela no solo funciona narrativa y formalmente, sino que además enriquece y complementa el film original: “Blade runner 2049” recupera el tono y temática de “Blade runner” (Ridley Scott, 1982), pero sin recurrir a la nostalgia o la mera repetición.
El film nos presenta a K (Ryan Gosling), un replicante creado específicamente para “retirar” otros replicantes y cuya capacidad para obedecer le hace el agente de policía perfecto. Sin embargo, un descubrimiento casual lleva a K a iniciar una investigación que puede cambiar el modo en que comprende el universo que le rodea, llevándonos con él a una espiral de aparente auto-descubrimiento.
Ante todo, “Blade runner 2049” es un espectáculo sensorial. El diseño de producción, la banda sonora y la dirección de fotografía (y la capacidad de todas ellas de trabajar al unísono) nos recuerdan la capacidad que el cine como medio tiene de crear universos en los que el espectador puede sumergirse gracias a imágenes que combinan lo reconocible y lo insólito, lo cercano y lo distante. El tono amargo y decepcionante del ambiente neo-noir del film resulta envolvente y asfixiante, pero al mismo tiempo curiosamente tranquilizador. El mundo de “Blade runner 2049” es extraño, pero es también espantosamente íntimo, capaz de hacer que nos dejemos arrastrar por el horror y la esperanza a partes iguales.
Así, de la misma manera en que la persecución de los replicantes rebeldes por parte de Rick Deckard (Harrison Ford) en 2019 servía para reflexionar sobre qué constituye a un ser humano y la arbitrariedad de las razones que nos llevan a deshumanizar a altos sectores de la población, la película nos recuerda explícitamente que el capital necesita la explotación y la creación de poblaciones sobrantes para poder seguir reproduciéndose sin límite. Y que, para ello, ha de construir y mantener toda una serie de categorías enraizadas muchas veces en un biologismo artificioso cuya única finalidad es mantener el statu quo. Por encima de ser un thriller policíaco de ciencia-ficción, es sobre todo una defensa de la empatía como herramienta de conocimiento, una historia tanto del yo como de ese otro a partir del cual siempre intentamos crear nuestro propio “yo”. Pero, ¿qué pasaría si esas diferencias tan aparentemente obvias en realidad no lo fueran?
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Anterior crítica de cine: “Detroit”, de Kathyn Bigelow.