Black star dancing, de Noel Gallagher’s High Flying Birds

Autor:

DISCOS

«Aquí apuesta por trocar la amable psicodelia de su último álbum en carnaza para clubs nocturnos»

 

Noel Gallagher’s High Flying Birds
Black star dancing
SOUR MASH/UNIVERSAL, 2019

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Quién lo iba a decir. De un tiempo a esta parte, la figura de Nile Rodgers se ha erigido en una suerte de legitimación para cualquier lifting sonoro con la vista puesta en la pista de baile. El hombre que codirigió la fascinante aventura de Chic, reflotó las carreras de Diana Ross y David Bowie, propulsó a Madonna y fue arte y parte en la resurrección creativa de Daft Punk, no ha tenido nada que ver en la producción del nuevo epé de Noel Gallagher. Pero coincidió con el mancuniano en los estudios Abbey Road mientras este terminaba de dar los últimos retoques a este Black star dancing y, al escuchar el tema titular, se puso a menear el culo y a comentarle con entusiasmo que la canción de marras le parecía como fumarse un buen canuto. No es de extrañar, porque es una contagiosa andanada de house pop ligerito que, a mucho estirar, podría jugar en la liga de Parcels, Hot Chip o Metronomy. Una incursión en toda regla en territorio dance, algo que no es exótico para alguien que ya colaboró en el “Setting sun” de los Chemical Brothers allá por 1997, y se curtió como músico en una ciudad que exprimía los últimos coletazos de la simbiosis entre rock y música de baile.

Noel siempre ha sido el más aventurado – dentro de unos claros límites – de los hermanos Gallagher, y aquí apuesta por trocar la amable psicodelia de su último álbum en carnaza para clubs nocturnos. Ocurre que la incursión se queda de momento en (al fin y al cabo es un epé) en remojo de pantorrilla, y ni mucho menos en una buena zambullida: las otras dos canciones son muy dignas pero continuistas. Una “Rattling rose” que a mitad de su minutaje se desdobla rítmicamente para agitar una cálida y reconfortante melodía (que recuerda a los nunca bien ponderados Doves) y una “Sail on” que es simplemente un agradable medio tiempo semiacústico. El resto, dos remezclas del tema titular que aportan más bien poco. En cualquier caso, se le nota a gusto al ex Oasis cuando se libera de ciertos corsés y no trata de sonar tan grandilocuente. Solo falta ver si hace caso a Nile Rodgers y esto supone el primer paso para ahondar en la línea de su apertura o se trata de un simple paréntesis. Es demasiado fácil apostar por lo segundo.

 

 

Anterior crítica de discos: Energia fosca, de El Petit de Cal Eril.

 

 

 

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