Bizitza eztia, de Verde Prato

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DISCOS

«Un disco lleno de experimentación y serenidad, de voces dulcísimas y fuerza, de tensión y tranquilidad, que deja en el oyente el regusto de las cosas realmente hermosas»

 

Verde Prato
Bizitza eztia
PLAN B MUSIC, 2025

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Reciben el nombre de bertsolaris aquellos poetas que saben improvisar un discurso y darle medida, ritmo y rima. Pues bien, Verde Prato —Ana Arsuaga— no es ni más ni menos que una bertsolari, o por lo menos está influenciada por ellas. Incluso, en sus conciertos, quiere estar sola en el escenario como medio para que la poesía magnetice la atención, solo acompañada por un fondo de música electrónica. No se puede decir que sea una recién llegada, es este su tercer álbum —alternado con varios epés de aire más vanguardista—, pero sí que hasta ahora no había calado tanto entre el público, y eso que no hay novedades en cuanto a su sonido.

Al igual que sus dos elepés anteriores, Bizitza eztia contiene siete canciones, dos de ellas en castellano y el resto en euskera, que combinan unos excepcionales registros vocales —en los que lleva a los agudos a su límite supremo— con unas bases llenas de paisajes naturales, sobrios y demoledores, con algún deje latino en este caso. Lo curioso del conjunto, es que son unas canciones hechas casi a medias con el productor italiano Donato Dozzy, que filtra su título —La dolce vita en traducción italiana— y aporta los sonidos más orgánicos. Coincidieron en un concierto y se fueron intercambiando canciones hasta darles la forma que tienen en el disco.

Estos sonidos orgánicos ya se ven en el primer tema, “Zerua”, con fondos de agua y viento, y una voz ligada a la arena y a la hierba, lenta como el paso de las estaciones, recreándose en jugar con el fondo y con la letra, que da la bienvenida a un nuevo día. Si de alguna canción se puede decir que da una paz casi sagrada, es de esta. La continuación lógica es “Un sol claro”, esta en castellano. El inicio es un minuto de electrónica, para dejar que entre después una voz que estremece, que se ha de escuchar una vez y otra y otra. Es la voz que seguramente tienen los ángeles en momentos de asueto, a la vez cándida e hiriente.

Este es uno de los dos temas del escueto disco, un contacto con la naturaleza. El otro es de aire político y de sentido abierto. “Bihotz irautzaileak” discurre por este cauce y habla de la lucha por ser libres. La introducción es más ligera, incluso con aire de verbena y evoca noches de luna, una leve brisa, calidez. La voz deja de recrearse en los agudos y se decanta por un ambiente folkie, con arreglos un tanto extraños pero que resultan sumamente naturales. Este aspecto político, en sentido amplio, también se ve en “Solita”, la de ritmo más latino, que alía minimalismo, aires ochenteros y dejes arábigos, para reivindicar la lucha personal y la autonomía.

“Ez dut behar” es más tímida, pero despliega una progresión excelente y modélica de la instrumentación hasta la entrada de unos coros que se desvanecen y vuelven al final, conmovedores, con tonalidades oscuras, espinosas. Aún va más allá en “Loria”, donde se entrecruzan impresionantes sonidos agudos, fondos de bajo continuo y un laberinto de voces de ensueño, polifónico, atento a grupos de onda más siniestra, que marcaban su primer elepé. La que cierra el disco es también la que se aparta de las coordinadas principales. “Bizitza eztia” es mucho más folk, más natural y orgánica y llena de una extraña melancolía. La guitarra tiene pulso de corazón, las cuerdas evocan paisajes hermosos y los violines que la cierran guardan el aroma del paraíso. Su letra, completando así un ciclo, habla del ocaso y de las experiencias colectivas —«cada latido es el de todos»— que abrazan comunidad.

Todo conforma un disco lleno de experimentación y serenidad, de voces dulcísimas y fuerza, de tensión y tranquilidad, que deja en el oyente el regusto de las cosas realmente hermosas.

Anterior crítica de discos: Love in mind, de Mt. Misery.

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