COMBUSTIONES
«Sabía cómo tocar y, de paso, cómo encajar en una galaxia de estrellas a la gresca y egos heridos»
Desde su columna semanal, Julio Valdeón se une al homenaje que prepara el Rock and Roll Hall of Fame al virtuoso teclista Billy Preston, glorioso acompañante de los Beatles, los Stones o Little Richard, entre otros muchos.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
¿Quién acompañó a Nat King Cole con 11 años? ¿Qué tienen en común Sam Cooke, Sly & The Family Stone, Eric Clapton, Barbra Streisand, Elton John, Sam Cooke, Neil Diamond, Luther Vandross y Patti LaBelle? ¿Quién coescribió You are so beautiful, el clásico de Joe Cocker? ¿Quién dejó su toque incandescente en clásicos de los Rolling Stones como Sticky fingers, Exile on main St., Goats head soup, It’s only rock ‘n roll y Black and blue, ejerció como teclista del grupo a la altura de los mismísimos Ian Stewart y Nicky Hopkins, y fue el organista oficial del grupo para el directo durante parte de los setenta? ¿A quién le ofrecieron sumarse a los Beatles, o casi, y quién fue un componente clave en la gestación y grabación de dos discos tan esenciales en el canon rock como Let it be y Abbey road? Fácil: Billy Preston.
Preston, o sea, el mismo que debutó en solitario con 16 años, fue un joven prodigio en la banda de Little Richard, al que acompañaba en sus giras cuando todavía era menor de edad. Disfrutó de una carrera gozosa como intérprete, con canciones tan notables como “Will it go round in circles”. Organista de primerísimo nivel, reconocido virtuoso, eficaz vocalista y sideman obligatorio, será homenajeado a finales de mes por el Rock and Roll of Fame. Buena ocasión para rendirse a quien aportó su pellizco en multitud de obras ajenas mientras esculpía un legado personalísimo como abanderado del soul más efervescente.
Algunos de sus mejores cortes quedarían de muerte en una banda sonora de Scorsese o Tarantino. Hablar de su carrera sirve también para reiterar el necesario alegato en favor de todos esos profesionales que, a la sombra de los grandes nombres, han mejorado los discos de otros gracias a un derroche de talento y profesionalidad, condición esta última poco apreciada por quienes creen que la creación musical tiene más de gestionar unos superpoderes que de trabajarse un oficio. En el caso de Preston, ya digo, merecen especial atención sus soberbias aportaciones a los dos últimos largos de los Beatles, con atención especial al penúltimo (Let it be, que sin embargo fue publicado después que su antecesor). Había conocido a los Fab Four en las noches agrestes de Hamburgo, cuando los de Liverpool coincidieron en el escenario con Little Richard y su banda. Muchos años más tarde, con el grupo carcomido por las rencillas, abrasado por la desconfianza interna y la voracidad externa, George Harrison propuso incorporarle a las gripadas sesiones de Let it be. Su musicalidad y su instinto, y su nula disposición a competir con aquellos ases, actuaron como combustible. Sabía cómo tocar y, de paso, cómo encajar en una galaxia de estrellas a la gresca y egos heridos. Busquen su toque burbujeante en la épica serie de Peter Jackson consagrada a los Beatles, de estreno inminente. Disfruten otra vez del sonido crudo y la actuación urgente, intensa y febril de John, Paul, George y Ringo, en la azotea del edificio Apple, con un Preston a la altura de sus compinches, o sea, en estado de gracia.
NOTA: si quieres saber más de Billy Preston, te recomendamos el artículo que le dedicamos en el número 15 de Cuadernos Efe Eme.
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Anterior entrega de Combustiones: Un brindis, con pisco y oporto, por Marlango.