Benditos mediadores 

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COMBUSTIONES

«Uno de los peores rasgos de este tiempo es el descrédito de los mediadores, como si naciéramos con los conocimientos incorporados de serie»

 

En su columna semanal, y al hilo de un hallazgo que hace a través de Luis Lapuente, Julio Valdeón reflexiona sobre el incalculable valor que tienen los prescriptores, injustamente valorados en estos tiempos que corren.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.
Foto: JORGE CORREA (FLICKR).

 

Gracias a una nota en Facebook del indispensable Luis Lapuente, aka el Doctor Soul, encuentro un blog fascinante. Se llama The blue moment y lo firma Richard Williams, un veterano cronista británico, habitual de Uncut y The Guardian. Oro molido. No hay entrada que no carbure como una enciclopedia de la cultura popular del último siglo. Atiendan por ejemplo a las dos últimas. En la primera Williams glosa Raving upon Thames: An untold story of sixties London, libro de Andrew Humphreys. Para engancharte le basta con trazar un recorrido por los rincones sagrados del swinging London, muchos de ellos cercanos a su propio domicilio. Con facilidad pasmosa engarza lo biográfico y lo histórico, el paseo por los alrededores y el viaje a la década que alumbró y nutrió el rock y el pop británicos. En la segunda rememora sus contactos con Jack Riley, efímero e interesantísimo mánager de los Beach Boys, empeñado en sacudir la capa de barniz, la imagen ligeramente ñoña y conservadora, para sintonizarlos a las preocupaciones y neurosis de la juventud estadounidense de finales de los sesenta. Riley logró su propósito y los Beach Boys, con un Brian Wilson recuperado y un Dennis sublime, firmaron obras notables y suturaron el prestigio perdido. Lo hicieron al precio de embarcarse en la costosísima grabación de un disco, Holland, el tercero que hicieron bajo su batuta, que dejaría sus cuentas tiritando y acabó con el mánager en la calle.

Pero yo no quería hablar de los Beach Boys, ni tampoco del Londres que fue el centro del mundo (pop), sino de Lapuente, y de Williams. De los prescriptores, de los buenos críticos, tipos curtidos en miles de lecturas, capaces de trazar conexiones entre movimientos, nombres y estilos, dueños de un crisol de músicas almacenadas en el disco duro cerebral y todavía capaces de ofrecer algo más sustancioso y alimenticio que la mera exhibición de sus caprichos. La gente como Richard Williams, en efecto, resulta indispensable para exprimir y aprovechar las vetas de un legado artístico infinitamente más accesible cuando te adentras de su mano, armado con la brújula y los mapas que comparten. Uno de los peores rasgos del tiempo que nos ha tocado vivir es el descrédito de los mediadores, despeñados por los ventisqueros colectivistas, como si naciéramos con los conocimientos incorporados de serie y no necesitásemos de maestros. O sea, como si las enseñanzas de las personas que saben más que nosotros fueran superfluas, cuando en realidad debiéramos de aprovechar su invitación a navegar juntos como los agradecidos polizontes de un barco demasiado rico para fiarlo todo al entusiasmo autodidacta.

Anterior entrega de Combustiones: Resistir a pesar de todo.

 

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