FONDO DE CATÁLOGO
«Temas salvajes y a la vez deliciosos cortes de tempo medio que, junto a unas letras soberbias, conducen hacia un disco redondo»
A finales de los sesenta, los Rolling Stones firmaron Beggars banquet, un claro regreso hacia el blues y la música de raíz americana con la que lograron una de sus mejores obras. Una acertada decisión que hoy analiza Manolo Tarancón.
The Rolling Stones
Beggars banquet
DECCA, 1968
Texto: MANOLO TARANCÓN.
Aunque la inspiración siempre es bienvenida, cuando se torna longeva suele darnos alegrías difíciles de describir. Entre finales de los sesenta y principios de la siguiente década los Rolling Stones nos dejaron una suerte de tetralogía con un viraje de vuelta a los inicios en el blues regado de country rock, con una madurez propia tanto en la composición como en la ejecución de una banda que sigue y seguirá siendo legendaria.
La participación de Billy Preston registrando un memorable solo de órgano en Sticky fingers y su controvertida portada. El nivel compositivo y la sobriedad de Leti it bleed. Las polémicas sesiones de grabación plagadas de orgías, robos de instrumentos, fiestas con epílogos surrealistas con un barco a la deriva en el corazón del río Sena que acaban impregnando Exile on Main Street. Como inicio de toda esta evolución, nos remontamos a 1968 con la primera de estas cuatro entregas que abrió el camino (y de qué manera) a la alineación inicial de unos Stones maduros que tomaban distancia y se diferenciaban del resto de los mortales con este magnífico Beggars banquet.
En un momento en que la psicodelia seguía siendo el motor y la tendencia principal por la que se vieron influenciados en entregas anteriores, el viraje hacia la música de raíz americana y la vuelta al blues se convirtió en una acertadísima y arriesgada decisión, con Jagger y Richards ya como cabezas más que visibles de un proyecto en el que Brian Jones seguía diluyéndose en sus problemas y distanciamiento cediendo parte de liderazgo de la banda. Eso sí, con aportaciones más que brillantes (posiblemente las últimas) en buena parte del repertorio de este disco plagado de enormes canciones con un sonido más que particular que definiría la tendencia de años posteriores.
Los responsables
Al margen de sus componentes oficiales, hay tres figuras imprescindibles sin las que no se puede explicar un resultado tan rotundo. Uno es el productor Jimmy Miller, que por entonces ya contaba con referencias tan sólidas a sus espaldas con bandas como Traffic. Resultaba sencillo continuar en la cresta de la ola con la experimentación. Lo complicado era dar el golpe sobre la mesa, generar una evolución y conseguir diferenciación. La complicidad entre productor y banda resultó fundamental para que este giro se diera con naturalidad. Ry Cooder (siempre será recordado por la composición de la banda sonora de la película Paris, Texas) sería crucial para entender el nuevo código estoniano. Siempre con la polémica como estandarte, con demandas por plagio incluidas, la relación entre la banda y el guitarrista dejó grandes huellas. Él mismo cuenta en alguna ocasión que fue contratado para participar en el disco, aunque en realidad ejerció de maestro de Keith Richards para después perder protagonismo directo, al menos en este trabajo. El segundo aprendió del primero todo lo referente a la afinación abierta, que perfeccionaría y haría tan suya. Jagger y Richards alucinaban con el dominio de Cooder en esta técnica y en la forma de atacar el slide guitar hasta absorber y llevarse a su terreno todo cuanto les interesaba. Por último, el pianista Nicky Hopkins se funde como un miembro más de la banda con sus detalles al piano prácticamente en todos los cortes, dando lo necesario en cada uno de ellos y demostrando una sutileza y una forma de tocar que benefició sin duda al resultado final.
Es Beggars banquet un disco rico en matices y en variedad. Encontramos temas salvajes y a la vez deliciosos cortes de tempo medio que, junto a unas letras soberbias, conducen hacia un disco redondo que no decae en ningún momento de su escucha. Prevalece el sonido de las guitarras acústicas, bien en un plano principal o apoyando rítmicamente todas las bases. Es esta otra de las características de este elepé, grabado íntegramente en los Olympic Studios de Londres.
Las canciones
Empecemos con “Simpathy for the devil”. Uno de esos temas que se ha convertido en estandarte, con una evolución rítmica que arranca y concluye de forma explosiva, con una mezcla de congas y maracas marcando el compás al que se van añadiendo capas como el piano de Nicky Hopkins, el solo de guitarra central con el característico sonido fuzz y la maravillosa voz en estado de gracia de Jagger (muy destacable el recurso del falsete final) con unos coros desconcertantes que insuflan energía y misticismo a medida que el tema se desarrolla.
“No expectations” es una preciosa composición donde el slide hace de las suyas y las guitarras acústicas brillan, son protagonistas y nos marcan lo que está por venir. “Dear doctor”, toda una declaración de intenciones hacia la música de raíz con una armónica magistral y unas segundas voces que imprimen personalidad con una letra llena de desamor, sorpresa y abandono. “Parachute woman” nos trae un blues de los que marcan época. Sobre las las pinceladas maestras de Brian Jones de las que hablaba anteriormente, no hay más que prestar atención al slide guitar de “Jigsaw puzzle”.
La cara B abre con otro de los emblemas de los Stones. “Street fighting man” nos presenta unas guitarras acústicas grabadas previamente con un magnetófono casero, para reproducirlas posteriormente con un micro enfocado al altavoz que consiguen su objetivo derivando en un sonido distorsionado. La misma técnica se utilizaría en “Jumpin’ Jack Flash”, que se grabaría en las sesiones del disco pero que finalmente editarían más adelante. Para la versión de “Prodigal son” (autoría de Robert Wilkins) recurren a referencias bíblicas en su lírica y encontramos la mayor evidencia de las afinaciones abiertas, con un riff de guitarra prodigioso y tan solo el charles como base rítmica.
Con “Factory girl” encontramos otra de esas referencias a la raíz norteamericana, con un estupendo violín que nos acerca si cabe todavía más a la canción tradicional y una letra llena de simbolismo hacia la clase obrera, haciendo referencia a las mujeres que trabajaban de sol a sol en las fábricas. “Stray cat blues” nos presenta un sonido más asalvajado y eléctrico, y como cierre y colofón la banda nos brinda la genial “Salt of the earth”, un corte con el coro góspel Watts Street Gospel Choir que nos traslada de nuevo a las raíces con un final rítmicamente acertado y con el piano como referente claro en el plano más importante. Todas las canciones son imprescindibles para generar ese todo que se complementa con rock, blues, country y una buena dosis de canción tradicional norteamericana.
La portada no eludió la polémica, decidiéndose finalmente un frontal sobrio color crema con una tipografía elegante con su título y el nombre del grupo que seguramente no describía bien su contenido. La banda apostaba por una fotografía tomada en un baño de dudosa salubridad con grafitis y leyendas escritas a mano en la pared. No convenció al sello, a pesar de que Richards y Jagger se enrocaron en su decisión de que esta fuera finalmente la imagen elegida. Con retraso en su fecha de salida por este motivo, el pulso finalmente lo ganaría la discográfica, aunque en futuras reediciones sí podemos ver la fuerza de la portada que inicialmente no fue.
El banquete de los mendigos supone el comienzo de la época dorada de los Rolling Stones y el primero de los cuatro álbumes que se han convertido en un fetiche para sus seguidores. Con su publicación en 1968 dejaban el listón muy alto y serían capaces de mantenerlo en años posteriores. Todavía hoy muchos opinan que se trata del mejor disco de toda su carrera. Por algo será.
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