“Los de 1989 eran unos Bee Gees que asumían que por entonces arrastraban una historia de más de tres décadas”
Analizamos “One for all tour”, el reciente DVD recogiendo un concierto de los Bee Gees en Australia en 1989.
Texto: JUAN PUCHADES:
Los Bee Gees vuelven a estar de actualidad con dos novedades lanzadas en el último trimestre. Primero fue la imprescindible reedición de la banda sonora de “Saturday night fever”. Que no es un álbum que los incluya a ellos solos, pero sí el que dio al trío de hermanos australianos nueva vida, en realidad la más exitosa de una carrera que arrancó en 1958 en Australia, germinó en la Inglaterra de los años sesenta y saltó a los Estados Unidos desde los setenta, cuando comenzaron a acariciar el Philadelphia Sound que los llevaría directamente a la música disco. Una banda sonora absolutamente inexcusable para entender la música popular en la recta final de los años setenta, en la que además de seis piezas de los Bee Gees se puede disfrutar de canciones incendiarias de The Trammps, Tavares o Kool & The Gang, en un recorrido por parte de los mejores sonidos de la música disco.
La segunda novedad es el DVD “One for all tour” (Eagle/Universal), recogiendo un directo de noviembre de 1989 en Melburne, Australia, presentando el disco de aquel año, “One”, en lo que era la primera gira mundial de los tres hermanos Gibb en diez años. Y lo que vemos, y oímos, en este concierto es al trío apoyado en una banda apabullante (eran los ochenta), pero que tiene muy claro que siempre juega para las voces, que está al servicio de ellas, pues las armonías vocales eran el plato fuerte de los Bee Gees. Destacando especialmente Barry, capaz de cambiar de registro con una soltura asombrosa cuando estaba con la voz solista, que era casi siempre. Aunque se la repartía con Robin, con un registro más agudo y, por tanto, más tendente al falsete, que sería marca indeleble del grupo.
Lo que interpretan son canciones propias, adaptadas al sonido de los años ochenta, con querencia por el soul blanco, con algunos detalles de funk y jazz (‘Giving up the ghost’) y momentos próximos al AOR, pero que con el tiempo se muestra elaborado con enorme buen gusto: no chirría en ningún instante. Es un “show” con sus momentos relajados, como en el final de ‘Words’, o con bellezas como el set acústico en el que hacen alarde de su grandeza con lo mínimo: prácticamente una guitarra acústica y voces, con algunos apoyos orquestales de teclado, nada más, interpretando ‘New York mining disaster 1941’, ‘Holiday’, ‘Too much heaven’, ‘Heartbreaker’, ‘Islands in the stream’, ‘Run to me’, ‘World’, ‘Spicks and specks’. Una excelente ocasión para degustar su talento como compositores por medio de sus joyas clásicas, las de la década de los sesenta y los primeros setenta, las que les dieron reputación antes de la Era Disco. De ese mismo periodo, tampoco faltan ‘I started a joke’ y ‘Massachussets’, porque los de 1989 eran unos Bee Gees que asumían que por entonces arrastraban una historia de más de tres décadas.
También incluyen, por supuesto, canciones de la segunda etapa, las que los situaron en el mapa del pop mundial, como ‘Nights on Broadway’ y ‘Jive talkin’’, ambas de lo que se considera su regreso de 1975, reorientados hacia la música disco. Y por supuesto no falta el baladón ‘How deep is your love’ y las incandescentes ‘Stayin’ alive’ y ‘You should be dancing’. Diamantes todas ellas.
Grupo odiado por las huestes rockeras, que históricamente solo han recuperado de su legado el periodo inicial —el de discos como “Odessa” (1969) o “Trafalgar” (1971)—, pero que, con la distancia (y la frialdad analítica) que impone el tiempo, merece ser reivindicado como lo que fue: una formación que a lo largo de los años supo evolucionar, buscando su lugar mientras seguía facturando música de altísima calidad. Deberíamos ir situándolos en el lugar de privilegio que merecen en la historia del pop. Porque, a fin de cuentas, lo que queda es la música, y la de ellos no era cualquier cosa.