DISCOS
«Uno no sabe si se trata de un álbum con todas las de la ley, un epé ampliado, un receso para salir del paso en su primera década o una obra de transición»
Los Radiadores
Bailes de verano
BONAVENA MÚSICA, 2020
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
No hay grandes cambios en el planeta Radiadores. Y seguramente, tampoco hagan falta. No dejan de ser una banda inusual, no tan solo por un universo de referentes al que el mercadeo de tendencias le importan más bien poco (aquí sigue estando la sombra de Parálisis Permanente, Los Enemigos o los Ramones vía Los Nikis, por aquello del uso del castellano), sino también por maniobras editoras tan poco frecuentes como este disco, que uno no sabe si se trata de un álbum con todas las de la ley, un epé ampliado, un receso para salir del paso conmemorando su primera década de trayectoria o una obra de transición: tiene seis canciones nuevas, tres tomas en directo de composiciones y dos remezclas de otras tantas composiciones ya publicadas antes. Es su cuarto álbum, vaya, aunque tampoco es exactamente eso. O no solo eso. Produce Paco Morillas.
Lo más destacable aquí, al menos como guindas que añadir a su reconocible libro de estilo, lo brindan dos colaboraciones de sendas leyendas del rock valenciano: la voz de Patrizia Escoin (Los Romeos, Lula, Los Amantes, Ex – Fan) en “Luna roja”, con ese riff de guitarra tan a bocajarro y ecos de Parálisis Permanente, y la alianza con José Manuel Casañ (Seguridad Social) en ese medio tiempo con cadencia casi reggae que es “El gran premio final”, que se acopla tan bien a su voz que no hubiera desentonado en el repertorio de los autores de “Chiquilla”.
El riff asesino de “Voces en mi cabeza” apuntala su pericia para ese rock de rompe y rasga tan marca de la casa, así como el guiño al “California” de Lula en los textos de la ramoniana “Benidorm”. Entre los tres cortes en directo, cuya inclusión seguramente se justifique por aquello de que el escenario es donde mejor se puede degustar la propuesta de la banda, destaca una versión del “Extraño corte de pelo” de Los Coyotes de Víctor Abundancia, aquel clásico punkabilly. Como reafirmación de sus claves particulares, el disco tiene sentido. Pero uno no puede evitar quedarse con la sensación de que el disco se queda corto, de que esperaba algo más de una nueva remesa de canciones de Raúl Tamarit y compañía, habida cuenta de que en trabajos anteriores ya habían mostrado interesantes desvíos al pop, al cowpunk o a la herencia pub rock, que ampliaban y enriquecían su argumentario.
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Anterior crítica de discos: Random desire, de Greg Dulli.