OPERACIÓN RESCATE
«Uno de esos discos a redescubrir, sin el impacto instantáneo de los mejores registros de The Lemonheads pero brindando una serena madurez»
La disolución —temporal— de Lemonheads a finales de los 90 sirvió para que su líder, Evan Dando, inciase una breve carrera en solitario. Carlos Pérez de Ziriza pone sobre la mesa el primer disco de estudio que publicó en 2003, “Baby, I’m Bored”, antes de resucitar de nuevo la banda.
Evan Dando
“Baby, I’m Bored”
FIRE RECORDS, 2003
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Evan Dando debió acabar hasta el gorro de ser el pin up masculino oficial de la nación alternativa. La cara bonita y sonriente de la parrilla de la MTV en los 90. Cierto es que sus adicciones tampoco le ayudaron —precisamente— a mantener un promedio creativo estable a mediados de los 90: uno aún recuerda con cierto bochorno conciertos como el que ofreció en el festival de Reading del 94, vestido de mujer y tambaleándose por la imponente cogorza que llevaba encima, arruinando el brillante repertorio que había amasado durante tres álbumes consecutivos con sus Lemonheads, en los que llegó a hermanar fibra punk, melodías de pop hipersensible y destilación de hierbas country con deslumbrante soltura. Pero, rehén de su propio estereotipo, decidió desaparecer del primer plano mediático. Nadie le puede culpar por ello. Se casó (se cansó) y se esfumó.
Este álbum de 2003, ahora reeditado por la británica Fire Records con un jugosísimo cedé de tomas alternativas (dúos con Liv Tyler o con con Lionel Richie), grabaciones en directo, algunos descartes y un estupendo libreto interior, probó que había un hueco en nuestro ecosistema musical, unos años más tarde, para un Evan Dando maduro, por fin liberado de su condición de bala perdida y sex symbol del rock alternativo en su momento de máxima ebullición mediática. Costó lo suyo, porque trabajó en él desde 1998, y porque tuvo que rodearse de un puñado de excelentes compañías. Y también porque pese a su apolínea estampa y al prolífico estado de semi gracia que atravesó en la primera mitad de los 90 (“It’s A Shame About Ray”, de 1992, aún suena a gloria bendita), conviene recordar que no era un compositor tan fiado a su propio talento como podría parecer: delegó en un original de Robyn St. Clare (‘Into Your Arms’) para avanzar el contenido de su “Come On Feel The Lemonheads” (1993), quizá condicionado por la repercusión que hasta entonces habían tenido sus relecturas de material ajeno (‘Luka’ de Suzanne Vega, ‘Different Drum’ de Mike Nesmith o ‘Ms. Robinson’ de Simon & Gafunkel).
El caso es que, asistido por escuderos de lujo como Jon Brion, Ben Lee, Chris Brokaw y el trío que había dado forma a Giant Sand, completó un trabajo prendado de un encanto crepuscular y hasta —en ocasiones— amargo, rebosante de canciones sin pulir, caminando sobre el alambre de las melodías a punto de deshacerse y seduciendo en su misma ausencia de pretensiones. El propio Dando dice que fue como su “Some Girls” (The Rolling Stones) particular. Y ese músico sabio que es Howe Gelb, quien considera al de Boston como “el Bing Crosby de mi generación” en las notas interiores del disco, le secundó en un par de canciones, junto a John Convertino y Joey Burns: una ‘Hard Drive’ —original de Ben Lee— que es lo más cerca que nunca estuvo del registro crooner que exploró Paul Westerberg en la madurez de The Replacements, y el exquisito cierre que fue ‘In The Grass All Wine Colored’.
Frente a la robustez de la guitarra eléctrica de Chris Brokaw en ‘My Idea’ o ‘The Same Thing You Thought Hard About Is The Same Part I Can Live Without’ emerge también la deliciosa textura acústica de ‘Shot Is Fired’ o de ese clásico instantáneo que fue ‘All My Life’ (de nuevo con la rúbrica de Ben Lee). Y entre todas ellas conforman uno de esos discos a redescubrir, sin el impacto instantáneo de los mejores registros de The Lemonheads pero brindando una serena madurez que, si hubiera tenido algo más de continuidad (más allá de las dos consistentes entregas de los Lemonheads en 2006 y 2009), hubieran prolongado la estela de Dando como ese Gram Parsons del siglo XXI en el que prometía convertirse. En cualquier caso, un trabajo a reivindicar.
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Anterior Operación rescate: “Soñando en tres colores” (1988), de La Granja.