Autorruta del sur, de Julio Valdeón

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LIBROS

«Un libro de viajes es interesante si el viaje también es hasta uno mismo, y aquí la pareja protagonista lo cumple con creces»

 

Julio Valdeón
Autorruta del sur. Un viaje en busca de la América imaginada (I).
EFE EME, 2025

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Tienen algo los libros de viaje que hace que el lector se vea más cercano a la burbuja narrativa de lo que lo está en las obras de ficción. Parece circular al lado del narrador, atender al recorrido de su pensamiento e incluso, en algunas ocasiones, hacerle un apunte mental sobre lo que está describiendo. Esto sucede, si cabe en mayor medida, en el libro de Julio Valdeón, Autorruta del sur, donde el lector puede ver sin mayor problema los paisajes, las ciudades o las gentes porque Valdeón consigue acrecentar esta cercanía.

Se trata de un viaje por una de las carreteras más emblemáticas de los Estados Unidos, pero no la Ruta 66 tan recurrente, de la que ya no hay un palmo sobre el que no se haya escrito, sino la 61, la que se dirige a los pantanos de Louisiana y a Nueva Orleans, la de la basura blanca, Truman Capote, Flannery O’Connor —escritores recurrentes en el texto—, o Mark Twain, quien siguió esta ruta de Misuri a Nevada y dejó escritas sus experiencias en Pasando fatigas.

Valdeón –acompañado de Mónica, su pareja— encara la ruta en sentido contrario. Buen conocedor de Estados Unidos, puesto que vivió allí de 2005 a 2021, quiere descubrir la esencia del blues, de las canciones que le apasionan, visitar lugares míticos de la música y la literatura y, a la vez, purgar los sentimientos que le habían sobrevenido tras la muerte de su padre y su abuela.

El libro, afortunadamente, está plagado de incisos. Y desde los primeros momentos, a la hora de embarcar en el vuelo a Nashville, surgen pequeños desvíos hacia el nacimiento del country y el blues. A partir de aquí, tras la llegada y el alquiler del coche que los llevará a su destino, comienza el recorrido y las anécdotas, la salsa del libro. La primera, inesperada, en el motel que los aloja tras salir de Nashville, un edificio de la tienda de discos Ernest Tubb Record Shop, que está comunicada con una iglesia de ceremonias country, donde asisten a la celebración.

El primer hito es la tumba de Johnny Cash, que se acompaña de la primera de sus proclamas sociales —el descuido y desprecio que tiene Estados Unidos hacia lo público— y de una digresión sobre Truman Capote. Siguen con Muscle Shoals y los estudios FAME, donde grabó por primera vez Aretha Franklin, y con la segunda proclama —esta será continua—, el maltrato hacia los negros y su relación con los blancos.

Al llegar a Memphis, empieza el festival. Ahí se encuentra el estudio de Sun Records y el de Stax, actualmente una recreación puesto que los estudios originales se habían demolido. Y es entonces cuando Julio y Mónica se frotan las manos porque van a llegar a una estación importante: Graceland. La parada se acompaña, claro está, de recuerdos a la grabación de From Elvis in Memphis y a Harper Lee, otra de las escritoras de su mochila estética. La visita a la mansión de Elvis y su lujo cochambroso no revela nada nuevo, y quizá, imbricado con ella, resalte más su recuerdo de las casas familiares en Asturias, de donde proviene la familia de Valdeón.

Más ciudades: Clarksdale —si hay alguna mítica es esta—y Greenville. Las digresiones son sobre Faulkner y el general Grant, pero las páginas que desbordan más ilusión son las dedicadas a James «T-Model» Ford, un viejo bluesero al que entrevistan. La descripción de su casa y de su familia son modélicas. Por fin, llega el momento más esperado: la llegada a Nueva Orleans, donde todo es música y desbarre, y donde intentan encontrar la semilla de esa música que les emociona. Porque los fragmentos más vividos, más pasionales, son estos. Ahí está el verdadero ardor, en el recorrido por las calles, luces y bares, en los moteles donde introducen alcohol y canciones. Un libro de viajes es interesante si el viaje también es hasta uno mismo, y aquí la pareja protagonista lo cumple con creces.

Y también lo es si el estilo es cercano, y Valdeón también lo cumple. Las descripciones son certeras y pintan sin colorear, las anécdotas jugosas, los personajes que les salen al camino, pintureros, y ese duende de cuando a uno le emociona escribir surge cuando menos te lo esperas. Y, sobre todo, el lector está presente sin que se aluda nunca a él, pero va recorriendo los caminos con la pareja de viajeros; se nota en el libro. Y eso es algo tan difícil de conseguir como gratificante.

Anterior crítica de libros: Escalera interior, de Almudena Grandes.

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