«En octubre de 1992 se ponía a la venta el que para muchos –y me incluyo– es el mejor disco del grupo, una obra que desbordó expectativas artísticas y comerciales»
Fernando Ballesteros celebra el 30 aniversario de Automatic for the people, un álbum clave en la carrera de REM, una obra que desbordó expectativas artísticas y comerciales.
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Además de ser uno de sus mejores discos, aunque aquí cada uno puede tener una opinión, Automatic for the people fue un momento clave en la historia de REM. Se trataba, nada más y nada menos, que de la continuación del multivendedor Out of time, el trabajo con el que los de Athens dieron el salto al público mayoritario. El reconocimiento masivo, sin embargo, iba a estar muy lejos de sorprenderles con el pie cambiado, sabían cómo gestionarlo y administrarlo, no había llegado de la noche a la mañana. Todo lo contrario.
Desde que más de diez años atrás, el bajista Mike Mills y el batería Bill Berry, llegaron a Georgia, para encontrarse con Michael Stipe y Peter Buck, habían completado una hoja de servicios que, antes de la aparición de los grandes recintos y el superestrellato, les había granjeado la fama de ser uno de los grupos más influyentes y respetados de la década de los ochenta. Ya en 1981, “Radio Free Europe”, su primer single, supuso todo un hito en el circuito universitario. Con IRS Records grabaron el epé Chronic town antes de que Murmur, en 1983, les hiciera entrar por la puerta grande en el formato largo.
Allí había, entre otras cosas, jangle pop, garaje, folk y unas letras muy por encima de la media, una fórmula que les hizo destacarse muy pronto del pelotón de nombres emergentes agrupados en la época bajo la etiqueta de Nuevo Rock Americano. Propulsados por esa velocidad de crucero, su carrera nunca dejó de ser ascendente. Al igual que su predecesor, Reckoning (1984), recogía y actualizaba con su personalidad única, parte del legado de los Byrds y les metía en las listas comerciales.
La crítica, que les adoraba, recibió con el cepo algo fruncido, Fables of the reconstruction, que, influido por su encuentro con Joe Boyd, miraba más de cerca al rock de raíces. Aquellos que no terminarán de comulgar con él, respirarian tranquilos al escuchar su vuelta a los orígenes en Lifes rich pageant (1986) y, especialmente, el inspirado Document (1987) que contiene alguna de sus canciones más emblemáticas.
Y llegó lo inevitable: el momento del salto a un gran sello. Su carta de presentación Green (1988) no decepcionó. El disco no se olvida de los sonidos que les habían llevado hasta allí ni se aparta de la línea recta y la voz propia, muy propia, que les había hecho acreedores a una especie de status de grupo de intachable credibilidad. Así que, Out of time y la acumulación de discos platino, que es una historia con capítulo propio, no les hizo perder la cabeza.
Y aun así, aunque tuviesen las cosas tan claras, su siguiente paso discográfico, se presentaba peliagudo. Todos los ojos se iban a fijar en ellos, en las oficinas querrían repetir el éxito y entre sus incondicionales de siempre, se alimentaria ese insano resquemor que nace al comprobar que la banda es un poquito menos tuya. ¿Que hizo la banda? Pues responder con una auténtica obra maestra.
Otros en su lugar habrían dejado pasar más tiempo pero los de Stipe demostraron que no les temblaba la paletilla y cuando aún resonaban los ecos de su triunfo anterior, se descolgaron con una obra a la que la primera primera palabra que se le suele asociar, es oscuridad. También crudeza. No hay rastro de ornamento ni artificio en sus canciones. Scott Litt y el grupo, supieron darle a las canciones lo que necesitaban para transmitir, en todo su esplendor, el mensaje que guardaban aquellos surcos.
Que las urgencias comerciales no les quitaron nunca el sueño a los chicos de REM, lo demuestra la elección de “Drive” como single de presentación. Sin noticias de estribillo alguno, la apertura de Automatic… es de una intensidad que desarma por si sola y anuncia lo mucho que está por venir.
“Try not to breathe” abre algo más las ventanas a pesar de su mensaje, mientras que “The sidewinder sleeps tonite” conquista con sus espléndidos violines. Dolor, abandono, pérdida… el muestrario de emociones no se detiene en el que, en palabras del propio Mike Mills, y no seré yo quien lo niegue, es el disco más coherente de la carrera de REM.
Dentro del tono reposado, sin aspavientos de Automatic for the people, la crítica de “Ignoreland” es uno de esos momentos que aceleran algo el pulso, aunque la pauta la marcan lentas baladas como “Star Kitten” o “Nightswimming” que viene a poner aún más belleza al final del minutaje de nuevo con los arreglos orquestales de John Paul Jones reinando.
Pero si hay dos canciones recordadas en el octavo álbum de REM, estas son “Everybody hurts” y “Man on the Moon”. De la primera poco de puede decir a estas alturas, convertida en todo un himno, su bella tristeza, la emoción de sus cuerdas, la interpretación de Stipe, todo, absolutamente todo, la hacen casi perfecta y, sin embargo, el que firma nunca la pondría entre sus favoritas. Así que, no es no pueda decir más de ella, es que cualquier otro lo va a hacer mejor. “Man on the Moon”, por su parte, es una de las muchas cumbres pop que ha firmado el grupo. Todo en su sitio, un estribillo perfecto, la intensidad que sube con firmeza, en fin, diría que más allá de si éxito inicial, tras ser publicada como single en 1993, se merecía aquella segunda vida que tuvo, un lustro más tarde, de la mano de Milos Forman que la incluyó en su film de título homónimo.
Había comenzado tímido pero me voy a lanzar: en octubre de 1992 se ponía a la venta el que para muchos –y me incluyo– es el mejor disco del grupo, una obra que desbordó expectativas artísticas y comerciales, escalando hasta lo más alto de las listas y despachando, a lo largo de los años, casi veinte millones de copias. Pero hay algo aún más trascendente y es que Automatic… demostró a todo el mundo que REM sabían convivir con un éxito de una magnitud que se lleva a otros por delante. Ni fueron arrollados, ni lo esquivaron, simplemente, establecieron con el una perfecta convivencia en la que dictaron sus propias reglas.