Arsenal, de Guille Santa-Olalla

Autor:

DISCOS

«Un juego de luces y sombras que sale de lo más hondo»

 

Guille Santa-Olalla
Arsenal
INNERCIA, 2025

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Guille Santa-Olalla es onubense, aunque su vida ha discurrido por Baza, Madrid o Budapest, y reside en la actualidad en Granada, ciudades todas donde ha fundado bandas y cantado sus canciones. Había llamado la atención con su álbum de debut, Furgón blindado, en 2013, diez temas a medio camino entre el country, el folk y el rock, con letras de onírica ironía que parecían salir de la luz tenue de algún bar. Fue editando singles, a partir de ese momento, que acabaron formando un nuevo disco, Azufre, y poco a poco fue sorprendiendo más con canciones como “Canicas”, grabada durante el confinamiento pensando en la generación nacida por esos años.

Fue la primera que se preparó para su nuevo disco, seguramente sin pensar en este Arsenal que brota a veces desde el romanticismo de lo decadente, pero que florece en alegrías inesperadas. “En el hotel” se embarca en ámbitos siniestros —una estampa de desolación tras las fiestas—, pero la melodía es dulce y chispeante y, en un crescendo emocionante, termina con un estribillo al que se le alía un coro en letanía, muy cercano a Bob Dylan. También bebe de Bob Dylan “Fiesta”, con su armónica final y un delicado piano, intimista, de un costumbrismo que da pulso a una canción de amor. Y “American dream”, con una instrumentación cálida que sirve de fondo a una puesta a punto de sus dudas y de sus escasas convicciones y que habla de forzar el cambio en un crescendo pausado pero firme.

Hay referentes más escondidos. La que da título al conjunto parece hecha sobre molduras del “Without you” de Badfinger, aunque luego se separa y continúa como una preciosa oda a la amistad, cada vez más callada. También la citada “Canicas” parece tener aire de ranchera, vía Sabina, aunque mucho más críptica y mucho más dura en su final, a un paso de la épica.

Y encontramos country incluso, en “Gattamelata de Padua”, ese monumento ecuestre de la ciudad italiana en que Donatello representó a un condotiero de mediados del siglo XV, que tiene el magisterio de Neil Young para un retrato de esa gente que se muere por viajar con su Harley y recalar en Nashville.

Hay incluso tiempo para el pop sin complejos, con “Camisetas recortadas”, de estribillo esplendoroso —como el de “Acantilado en Escocia”, donde la realidad y el deseo se alían—, sin aristas y feliz de conocerse. Mucho más dura, no en su letra, que expone un ideal de vida, sino en la instrumentación es “Tourmalet”, basada en guitarras y percusión

Queda, para cerrar el disco, la más extraña, “Luciérnagas”, con un inicio de electrónica melódica —a lo OMD—, y con temática casi cósmica. Minimalista y repetitiva, casi como un mantra que estanca la canción, pero la hace intensa y obsesiva. A pesar de su belleza, no representa el germen de un disco cuyo sonido es vibrante e intenso, con letras que se deslizan entre sentimientos bien tratados y un universo que se revela personal. Un juego de luces y sombras que sale de lo más hondo.

Anterior crítica de discos: Paret mitgera, de Mox.

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