“‘La manada’ tiene un punto orgánico, visceral, que se traduce en un rock desenfrenado cuando toca, y en una belleza ilimitada cuando baja un poco las revoluciones”
Dos meses antes de que Ariel Rot publique su próximo disco, el argentino convoca a un reducido círculo de periodistas para mostrarles sus nuevas canciones. A la escucha con el músico acudió Arancha Moreno.
Texto: ARANCHA MORENO.
Foto: ALFREDO TOBÍA.
Terminaba marzo y una tarde, casi sin querer, aterricé en Black Betty, el estudio de grabación que montó el año pasado José Nortes. En menos de doce meses, Nortes puede presumir de haber grabado alguno de los discos más importantes de este año, como “El último hombre en la Tierra”, de Coque Malla, y alguna de las sorpresas más gratas, como “North”, de Morgan (un título, por cierto, en homenaje a él). Pero aquella tarde no estaba con ninguno de ellos. Aquella tarde una guitarra inconfundible se abría hueco desde el piso de abajo, fresco y amplio; su timbre subía por las escaleras con un ritmo nuevo, pero claramente familiar: aquella guitarra era, sin duda, de Ariel Rot.
Allí estaba el argentino rodeado de la banda de su nuevo trabajo, “La manada”, grabando en directo las bases de una canción de la que entonces no sabía ni el título. “Me dejaste porque soy muy complicado”, arrancaba, y hablaba de pensiones, cuchillos afilados, goteras en el corazón y tipos equivocados. La producción es totalmente diferente, y también la melodía, pero no sé por qué me acuerdo del viejo ‘Caras raras’, de aquel “Lo siento Frank”. Tras el cristal, todo se graba en vivo: Toni Jurado está a la batería, Candy Caramelo al bajo y Osvi Grecco a la guitarra, y el mismísimo Rot. Graban una y otra vez, buscando la toma perfecta. Cuando empiezan a moverse más de la cuenta, es buena señal: el cuerpo se relaja, y parece que la ley del disfrute es proporcional al virtuosismo. Están dando con la fórmula adecuada para redondear una de las once canciones que forman parte de su próximo trabajo.
Grabarán durante varios meses, salpicados de interrupciones, algún problema con la voz y un viaje a México junto a Coque Malla. A primeros de julio, por fin, tienen el grueso del disco. Y aunque faltan un par de meses para que vea la luz, proponen a un reducido grupo de periodistas que vayamos a escucharlo al estudio de grabación. “La manada estuvo aquí encerrada muchos meses, y ahora está en libertad”, dice Ariel cuando sale a recibirnos. En esa gruta blanca y acogedora, donde no hace falta el aire acondicionado mientras la calle arde, disfrutamos del resultado.
Olvidamos los móviles, algo difícil de hacer cuando tu sobrino está a punto de llegar al mundo, pero el alumbramiento de las nuevas canciones de Ariel bien merece desconectar unos minutos. “La manada” es puro rock and roll, es capaz de mezclar el aire más rockero –el clásico y el rebelde– de Ariel con sus medios tiempos reflexivos, embriagadores, de letras brillantes. Es un disco sin corsés, de factura muy orgánica, casi sin recordings. Los primeros acordes de ‘Una semana encerrado’ ya dejan claro que estamos ante un rock and roll contundente, con aires a Lou Reed, rollingstoniano, setentero, con unos paisajes de guitarras brillantes. ‘Solamente adiós’, el single, lo es por derecho propio, y el piano de David Schulthess abre paso a un tema menos salvaje, pero realmente hermoso. El estribillo tiene un corte clásico, melódico, que recuerda –de lejos, pero recuerda– a nombres como José Luis Perales o Julio Iglesias. Cuando se lo comentamos a Ariel Rot tras la escucha, se ríe. “Puede ser”, reconoce, y añade un nombre a quien también cree acercarse en este tema: Fito Páez. Muy cierto.
Desfilan ‘Se me hizo tarde muy pronto’, de nuevo rock clásico, y la que da título al disco, ‘La manada’, un concepto poderoso que curiosamente defiende con aires casi hawaianos, un medio tiempo que no por eso renuncia a su solo de guitarra, y a unos buenos coros. A mitad del disco, más calmo, reflexiona sobre lo difícil que es conseguir una canción sencilla cuando uno lleva tanto camino andado (‘En el borde de la orilla’), y sin permitirnos bajar del tren del rock and roll llega ‘Espero que me disculpen’, tema que ha grabado con la banda entera de Los Zigarros. Después nos aclarará que fue el primero que grabó, que le unió mucho a la banda, y que tras salir con ellos una noche, y revivir lo que significa un grupo, se levantó y escribió ‘Broder’, otra de las joyas de este disco, que ha dedicado a su amigo Julián Infante: “Te dedico esta canción para quitar esta espina, porque nunca hubo un adiós, ni una triste despedida”, dice uno de los versos.
En este disco hay “historias de perdedores”, reconoce su autor; quizá se refiera a ‘Muy complicado’ y a ‘Vagabundo’, una figura a la que no llega por primera vez (ya escribió sobre ellos en ‘Canción para vagabundos’, en “Lo siento Frank”, aunque aquí no hay ni acordeón, ni vals, ni coros grupales). El blues entra de la mano de ‘Una nube que pasó’, y la belleza final la trae ‘Me voy de viaje’, una perla que encoge el corazón, sobre el final del camino. “No es la primera vez que hablo de eso”, revela, pero aquí parece tratarlo con más escepticismo que, por ejemplo, en ‘Salto al vacío’, una letra de Sergio Makaroff incluida en “Solo Rot”. “‘Me voy de viaje’ no iba a entrar”, aclara, fue un cambio de timón sobre la marcha, como prescindir de otros dos temas previstos que finalmente quedaron fuera, aunque no descarta guardarlos para más adelante.
Ariel está radiante y orgulloso de lo que tiene entre manos, un disco menos “pulido” en la elaboración, según nos cuenta, porque “La huesuda” fue un trabajo muy intenso. Y porque no concibe eso de encerrarse a escribir con un horario, forzando la creatividad; le gusta hacerlo cuando ya tiene una idea sobre la que trabajar. Quizá por eso, “La manada” tiene un punto orgánico, visceral, que se traduce en un rock desenfrenado cuando toca, y en una belleza ilimitada cuando baja un poco las revoluciones. Rot reconoce que escuchar a otros le ha ayudado para darle forma a este disco, “pero no voy a desvelar mis fuentes”, ríe a carcajadas. Él quería escribir con la guitarra, y no abrir demasiado el abanico estilístico, esto es, seguir caminando por la senda que mejor maneja, la que más define a uno de los mejores compositores de nuestra escena en los últimos años. Mientras salgo del garaje que hay en la puerta del estudio, con todo lo escuchado retumbando en la cabeza, lo tengo claro: con este disco lo ha vuelto a hacer.